Una imagen para la vergüenza: Sánchez amparando al candidato socialista de Extremadura, investigado por la Justicia
Pedro Sánchez ya sabe que está políticamente muerto.
Lo sabe desde hace meses, quizá desde hace años. Las encuestas, los mítines vacíos, el rechazo masivo en la calle, el hartazgo que se palpa en cada esquina: todo le grita que las próximas elecciones generales serán su funeral político. Y como sabe que las perderá por goleada –una goleada histórica, de esas que entran en los libros–, tiene pánico a convocarlas.
Por eso retrasa, maniobra, busca excusas legales, pacta con quien haga falta y, sobre todo, intenta ganar tiempo. Tiempo que ya no tiene. Porque fuera de los palacios corruptos del poder, ya no queda casi nadie dispuesto a perdonarle.
La lista de agraviados es tan larga que cabe casi toda España:
No le votan los cristianos, a los que ha insultado y marginado sistemáticamente.
No le votan los demócratas, que han visto cómo retuerce la Constitución, como un trapo, y como desmantela el sistema para convertirlo en tiranía.
No le votan los hombres humillados por leyes que los condenan solo por ser varones.
No le votan los que sufren cada día la inseguridad y la violencia asociada a una inmigración descontrolada.
No le votan los que creen en la igualdad real, no en la igualdad de carteles y ministerios inflados.
No le votan los que respetan la ley, porque él ha convertido el Boletín Oficial del Estado en su juguete personal.
No le votan los que aman a España, porque él la ha troceado, envilecido y entregado a cambio de sillones.
En resumen: ya no le vota casi nadie que se tenga por persona decente.
Y esa es la gran pesadilla del sanchismo: que millones de españoles están esperando pacientemente, con una mezcla de rabia y esperanza, el día en que se abran las urnas para ajustar cuentas.
No es venganza personal; es justicia colectiva. Es el momento de decirle al país entero que ya basta de mentiras, de traiciones, de comprar voluntades con el dinero de todos, de despilfarrar, de mentir, de destrozar la patria común y de acostarse cada día con la corrupción más sucia y deleznable.
En Extremadura, con un candidato que pronto será juzgado, veremos el primer capítulo del derrumbe vergonzoso y aplaudido del sanchismo podrido.
Muchos temen, y con razón, que Sánchez, acorralado, termine mostrando del todo su rostro autoritario y busque cualquier artimaña para no celebrar elecciones.
Sería el último acto de un gobernante que llegó al poder mintiendo y que solo sabe mantenerse en él mintiendo más.
Pero España ya no está para experimentos bolivarianos de manual. El mensaje es claro: o convoca elecciones y acepta el veredicto de las urnas, o será recordado como el presidente que tuvo que ser desalojado por la voluntad incontenible de un pueblo que dijo “hasta aquí”.
Y ese pueblo, créanme, ya está preparado para hablar muy alto y muy claro el día que le toque.
Cuando lleguen las urnas, el socialismo de Pedro Sánchez se irá por la puerta de atrás, chorreando pus, con una derrota que hará historia.
Que tiemble. Tiene motivos.
Salvo que haya pucherazo.
Francisco Rubiales
Lo sabe desde hace meses, quizá desde hace años. Las encuestas, los mítines vacíos, el rechazo masivo en la calle, el hartazgo que se palpa en cada esquina: todo le grita que las próximas elecciones generales serán su funeral político. Y como sabe que las perderá por goleada –una goleada histórica, de esas que entran en los libros–, tiene pánico a convocarlas.
Por eso retrasa, maniobra, busca excusas legales, pacta con quien haga falta y, sobre todo, intenta ganar tiempo. Tiempo que ya no tiene. Porque fuera de los palacios corruptos del poder, ya no queda casi nadie dispuesto a perdonarle.
La lista de agraviados es tan larga que cabe casi toda España:
No le votan los cristianos, a los que ha insultado y marginado sistemáticamente.
No le votan los demócratas, que han visto cómo retuerce la Constitución, como un trapo, y como desmantela el sistema para convertirlo en tiranía.
No le votan los hombres humillados por leyes que los condenan solo por ser varones.
No le votan los que sufren cada día la inseguridad y la violencia asociada a una inmigración descontrolada.
No le votan los que creen en la igualdad real, no en la igualdad de carteles y ministerios inflados.
No le votan los que respetan la ley, porque él ha convertido el Boletín Oficial del Estado en su juguete personal.
No le votan los que aman a España, porque él la ha troceado, envilecido y entregado a cambio de sillones.
En resumen: ya no le vota casi nadie que se tenga por persona decente.
Y esa es la gran pesadilla del sanchismo: que millones de españoles están esperando pacientemente, con una mezcla de rabia y esperanza, el día en que se abran las urnas para ajustar cuentas.
No es venganza personal; es justicia colectiva. Es el momento de decirle al país entero que ya basta de mentiras, de traiciones, de comprar voluntades con el dinero de todos, de despilfarrar, de mentir, de destrozar la patria común y de acostarse cada día con la corrupción más sucia y deleznable.
En Extremadura, con un candidato que pronto será juzgado, veremos el primer capítulo del derrumbe vergonzoso y aplaudido del sanchismo podrido.
Muchos temen, y con razón, que Sánchez, acorralado, termine mostrando del todo su rostro autoritario y busque cualquier artimaña para no celebrar elecciones.
Sería el último acto de un gobernante que llegó al poder mintiendo y que solo sabe mantenerse en él mintiendo más.
Pero España ya no está para experimentos bolivarianos de manual. El mensaje es claro: o convoca elecciones y acepta el veredicto de las urnas, o será recordado como el presidente que tuvo que ser desalojado por la voluntad incontenible de un pueblo que dijo “hasta aquí”.
Y ese pueblo, créanme, ya está preparado para hablar muy alto y muy claro el día que le toque.
Cuando lleguen las urnas, el socialismo de Pedro Sánchez se irá por la puerta de atrás, chorreando pus, con una derrota que hará historia.
Que tiemble. Tiene motivos.
Salvo que haya pucherazo.
Francisco Rubiales







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