No han sido las insidias y obstáculos interpuestos por los anglosajones, que siempre han temido que la Hispanidad se convierta en un grupo de poder, sino la propia incapacidad de la clase política hispanohablante, lo que ha acabado con el proyecto más hermoso y prometedor que teníamos en común.
Pensar hoy que un tipo tan corrupto, sectario y soberbio como el español Pedro Sánchez, que ni siquiera ha sido capaz de felicitar a la Premio Nobel María Corina Machado por lejanía ideológica, pueda reactivar la Comunidad Iberoamericana de Naciones es ridículo. Muchos mandatarios nunca se sentarían con él y Sánchez no seria capaz de hablar, por sectarismo y odio, con personajes como Bukele, Milei y otros de orientación ideológica democrática y conservadora.
El sanchismo es incompatible con el diálogo, la integración y la cooperación con el adversario político e ideológico.
España, que siempre fue inspiradora y animadora del proyecto, tiene más culpa que nadie. Tras la muerte de Franco, que luchó con fuerza y denuedo por consolidar la Comunidad, los políticos españoles han perdido dimensión universal, se han centrado en las luchas intestinas por el poder y sólo son capaces ya de conducir con la luz corta, sin capacidad para desarrollar grandes proyectos de futuro.
Cuando los socialistas han estado gobernando España, han demostrado que no les interesa la dimensión americana y han preferido desarrollar políticas cortoplacistas que les proporcionen votos y poder.
La política de inmigración es un ejemplo: en lugar de propiciar la llegada a España de hispanoamericanos, con los que compartimos lengua, cultura y religión, han llenado el país de moros y negros africanos, muchas veces hostiles, poco trabajadores y tan alejados de la cultura hispánica que representan un veneno y un desafío para nuestras raíces.
Ni siquiera el actual Rey Felipe VI, cada día más sometido al sanchismo, tiene fuerza para animar la gran idea de la unidad de los pueblos hispánicos.
Las cumbres iberoamericanas ya ni se celebran porque los políticos son incapaces de ver lo que muchos ciudadanos vemos con claridad meridiana: la Comunidad Iberoamericana de Naciones es una gran idea mal gestionada por unos políticos que la han convertido en un fracaso permanente, que ni siquiera merecen el respeto de la comunidad internacional, y que se arrastran impotentes entre la indefinición y la cobardía.
Los países de habla hispana están divididos y hasta enfrentados por razones ideológicas, las izquierdas y las derechas se distancian y el continente americano se llena de rencillas, odios y desencuentros.
El viejo proyecto de crear y fortalecer una comunidad de naciones hispanas está hundido y casi olvidado, lo que representa el mayor de los fracasos comunes para los pueblos que tienen el español como idioma común.
Francisco Rubiales
Pensar hoy que un tipo tan corrupto, sectario y soberbio como el español Pedro Sánchez, que ni siquiera ha sido capaz de felicitar a la Premio Nobel María Corina Machado por lejanía ideológica, pueda reactivar la Comunidad Iberoamericana de Naciones es ridículo. Muchos mandatarios nunca se sentarían con él y Sánchez no seria capaz de hablar, por sectarismo y odio, con personajes como Bukele, Milei y otros de orientación ideológica democrática y conservadora.
El sanchismo es incompatible con el diálogo, la integración y la cooperación con el adversario político e ideológico.
España, que siempre fue inspiradora y animadora del proyecto, tiene más culpa que nadie. Tras la muerte de Franco, que luchó con fuerza y denuedo por consolidar la Comunidad, los políticos españoles han perdido dimensión universal, se han centrado en las luchas intestinas por el poder y sólo son capaces ya de conducir con la luz corta, sin capacidad para desarrollar grandes proyectos de futuro.
Cuando los socialistas han estado gobernando España, han demostrado que no les interesa la dimensión americana y han preferido desarrollar políticas cortoplacistas que les proporcionen votos y poder.
La política de inmigración es un ejemplo: en lugar de propiciar la llegada a España de hispanoamericanos, con los que compartimos lengua, cultura y religión, han llenado el país de moros y negros africanos, muchas veces hostiles, poco trabajadores y tan alejados de la cultura hispánica que representan un veneno y un desafío para nuestras raíces.
Ni siquiera el actual Rey Felipe VI, cada día más sometido al sanchismo, tiene fuerza para animar la gran idea de la unidad de los pueblos hispánicos.
Las cumbres iberoamericanas ya ni se celebran porque los políticos son incapaces de ver lo que muchos ciudadanos vemos con claridad meridiana: la Comunidad Iberoamericana de Naciones es una gran idea mal gestionada por unos políticos que la han convertido en un fracaso permanente, que ni siquiera merecen el respeto de la comunidad internacional, y que se arrastran impotentes entre la indefinición y la cobardía.
Los países de habla hispana están divididos y hasta enfrentados por razones ideológicas, las izquierdas y las derechas se distancian y el continente americano se llena de rencillas, odios y desencuentros.
El viejo proyecto de crear y fortalecer una comunidad de naciones hispanas está hundido y casi olvidado, lo que representa el mayor de los fracasos comunes para los pueblos que tienen el español como idioma común.
Francisco Rubiales








Inicio
Enviar
Versión para Imprimir













Comentarios: