Las consecuencias son nefastas: se han ganado la enemistad de los hombres, que desconfían de las argucias, mentiras y acusaciones falsas de la mujer, muchas de ellas con consecuencias graves, capaces de arruinar la vida del hombre, tras la destrucción de la familia, la pérdida de bienes y la separación forzosa de los hijos.
Las izquierdas apoyan el feminismo radical no porque quieran dotar de más derechos a la mujer, sino porque desean sus votos. Pero, en la práctica, las políticas de la izquierda han traído más violaciones, más inseguridad y un creciente divorcio entre hombres y mujeres que perjudica a todos.
El actual gobierno español que preside Sánchez, incapaz de ver sus vicios antidemocráticos, ha convertido ese feminismo desquiciado en uno de sus estandartes políticos y electorales.
Detrás del fenómeno está una degradación de la democracia y de la nobleza del juego político, que se parece demasiado a la que han experimentado la mayoría de los partidos políticos actuales, que hace que todas las ideas, principios y objetivos, hasta los más fundamentales, sucumban o se supediten a la conquista y disfrute del poder político, el objetivo prioritario y, sin duda, el gran cáncer de la democracia.
El feminismo original fue inspirado por la escritora Doris Lessing, partidaria de la igualdad de la mujer y del hombre, pero amiga del varón, al que consideraba con razón un aliado imprescindible para alcanzar la igualdad.
Pero como muchas cosas buenas de este mundo, aquel feminismo estimulante y honrado fue asesinado por los partidos políticos, como también han asesinado la democracia, el mérito, la decencia, el honor, la justicia y decenas de valores imprescindibles, contrayendo un mundo vulgar y asqueroso.
El feminismo de partido está cogiendo una peligrosa deriva radical y nacionalista y se está convirtiendo en un movimiento excluyente que persigue ganar votos, enfrentar y dañar el núcleo de la sociedad, que es la familia, y perpetuar la diferencia entre hombres y mujeres.
El feminismo de izquierdas se ha enrocado como lobby de presión y de influencia y su discurso, cada vez más, se dirige a perpetuarse en el poder.
Ese afán político enloquecido genera a diario problemas artificiales con los que pretenden hacernos ver la necesidad de mantener e incrementar esas nuevas estructuras de burocracia política. Burocracia de género, que se diría con su lenguaje torpe, para añadirla a la burocracia del común.
La bajeza de la izquierda española es tan intensa que prefiere el conflicto a la paz, la crispación a la armonía y la trifulca a la justicia, siempre que le genere votos y adhesiones, que es lo único que pretende.
Y el feminismo ha tenido la mala fortuna de convertirse en estandarte y punta de lanza del sanchismo, que es una enfermedad letal de la democracia y la decencia en España.
Francisco Rubiales
Las izquierdas apoyan el feminismo radical no porque quieran dotar de más derechos a la mujer, sino porque desean sus votos. Pero, en la práctica, las políticas de la izquierda han traído más violaciones, más inseguridad y un creciente divorcio entre hombres y mujeres que perjudica a todos.
El actual gobierno español que preside Sánchez, incapaz de ver sus vicios antidemocráticos, ha convertido ese feminismo desquiciado en uno de sus estandartes políticos y electorales.
Detrás del fenómeno está una degradación de la democracia y de la nobleza del juego político, que se parece demasiado a la que han experimentado la mayoría de los partidos políticos actuales, que hace que todas las ideas, principios y objetivos, hasta los más fundamentales, sucumban o se supediten a la conquista y disfrute del poder político, el objetivo prioritario y, sin duda, el gran cáncer de la democracia.
El feminismo original fue inspirado por la escritora Doris Lessing, partidaria de la igualdad de la mujer y del hombre, pero amiga del varón, al que consideraba con razón un aliado imprescindible para alcanzar la igualdad.
Pero como muchas cosas buenas de este mundo, aquel feminismo estimulante y honrado fue asesinado por los partidos políticos, como también han asesinado la democracia, el mérito, la decencia, el honor, la justicia y decenas de valores imprescindibles, contrayendo un mundo vulgar y asqueroso.
El feminismo de partido está cogiendo una peligrosa deriva radical y nacionalista y se está convirtiendo en un movimiento excluyente que persigue ganar votos, enfrentar y dañar el núcleo de la sociedad, que es la familia, y perpetuar la diferencia entre hombres y mujeres.
El feminismo de izquierdas se ha enrocado como lobby de presión y de influencia y su discurso, cada vez más, se dirige a perpetuarse en el poder.
Ese afán político enloquecido genera a diario problemas artificiales con los que pretenden hacernos ver la necesidad de mantener e incrementar esas nuevas estructuras de burocracia política. Burocracia de género, que se diría con su lenguaje torpe, para añadirla a la burocracia del común.
La bajeza de la izquierda española es tan intensa que prefiere el conflicto a la paz, la crispación a la armonía y la trifulca a la justicia, siempre que le genere votos y adhesiones, que es lo único que pretende.
Y el feminismo ha tenido la mala fortuna de convertirse en estandarte y punta de lanza del sanchismo, que es una enfermedad letal de la democracia y la decencia en España.
Francisco Rubiales







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