De manera similar, Trump está generando un rechazo visceral del 40-50% de la población estadounidense, con cánticos y protestas como "Lock him up" en mítines rivales, alimentados por su retórica antiinmigrante y el asalto al Capitolio en 2021.
Ambos líderes, Sánchez y Trump, han instrumentalizado la confrontación para movilizar bases leales: Sánchez se presenta como baluarte contra la "ultraderecha" (Vox y PP), mientras Trump ataca al "deep state" demócrata, resultando en una sociedad dividida donde el 60% de los votantes de un lado ve al otro como "amenaza existencial", según estudios comparativos.
Sin embargo, mientras el odio a Sánchez se centra en lo doméstico (impuestos y economía estancada), el de Trump tiene un componente global, con aliados como Netanyahu o Milei amplificando la narrativa.
En este análisis del rechazo y el odio es necesario resaltar que los dirigentes más odiados son los dictadores marxistas declarados, gente como la que sojuzga a países como Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros semejantes. El odio a esos tiranos manchados de sangre es insuperable.
En América Latina, Sánchez encuentra paralelos en figuras como Jair Bolsonaro en Brasil (2019-2023) y Javier Milei en Argentina, donde el antisanchismo español —con cánticos como "Sánchez, hijo de puta" en estadios y plazas— evoca el "Fora Temer" o "Milei ladrón" en manifestaciones masivas. Bolsonaro, odiado por el 50% de los brasileños por su negacionismo del COVID y ataques a la democracia, enfrentó protestas con insultos callejeros y un intento de golpe en 2023, similar a las concentraciones antisanchistas en Ferraz o Plaza de Castilla, donde se corean "Sánchez a prisión" junto a banderas preconstitucionales.
Milei, por su parte, polariza con un 55% de rechazo en encuestas de 2025, debido a su ajuste económico y retórica antisindical, generando cánticos como "Que se vayan ellos" en marchas, que Sánchez mismo ha criticado como "modelo oligárquico".
La diferencia radica en el contexto: el odio a Sánchez surge de un gobierno de coalición progresista percibido como "traidor" por la derecha, mientras Bolsonaro y Milei lo provocan desde la ultraderecha, atacando feminismo y multilateralismo —aspectos que Sánchez defiende en foros como la ONU junto a Lula o Boric.
En ambos casos, la polarización ha erosionado la confianza institucional, con España y Brasil/Argentina, mostrando picos de división un 1,5 veces superiores a 2010.
En Europa, el caso de Viktor Orbán en Hungría ofrece un espejo distorsionado: ambos líderes (Orban y Sánchez) son acusados de "autoritarios populistas" por opositores, pero mientras Orbán (odiado por el 45% de húngaros por su control mediático y anti-LGBT) genera protestas con lemas como "Dictador Orbán", Sánchez enfrenta un rechazo del 60% en sondeos de 2025, calificado como el más alto de cualquier presidente democrático español.
La polarización en España, estancada pero alta desde 2021, es comparable a la de Italia bajo Giorgia Meloni (rechazo del 40%), donde cánticos antifascistas resuenan en manifestaciones, pero inferior a la de EE.UU. o Brasil en intensidad afectiva.
A diferencia de Orbán, quien consolida poder erosionando la UE, Sánchez usa la polarización para alianzas progresistas globales contra "la ola reaccionaria" (Trump, Meloni, Orbán), aunque esto ha cruzado líneas rojas, como los ataques judiciales a su esposa Begoña Gómez, paralelos a las investigaciones contra Meloni por corrupción.
El antisanchismo, alimentado por el comportamiento antidemocrático de Sánchez y viral en redes y eventos públicos, refleja una tendencia global donde la polarización no solo divide, sino que amenaza la cohesión democrática, como advierten informes del Real Instituto Elcano.
Francisco Rubiales
Ambos líderes, Sánchez y Trump, han instrumentalizado la confrontación para movilizar bases leales: Sánchez se presenta como baluarte contra la "ultraderecha" (Vox y PP), mientras Trump ataca al "deep state" demócrata, resultando en una sociedad dividida donde el 60% de los votantes de un lado ve al otro como "amenaza existencial", según estudios comparativos.
Sin embargo, mientras el odio a Sánchez se centra en lo doméstico (impuestos y economía estancada), el de Trump tiene un componente global, con aliados como Netanyahu o Milei amplificando la narrativa.
En este análisis del rechazo y el odio es necesario resaltar que los dirigentes más odiados son los dictadores marxistas declarados, gente como la que sojuzga a países como Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros semejantes. El odio a esos tiranos manchados de sangre es insuperable.
En América Latina, Sánchez encuentra paralelos en figuras como Jair Bolsonaro en Brasil (2019-2023) y Javier Milei en Argentina, donde el antisanchismo español —con cánticos como "Sánchez, hijo de puta" en estadios y plazas— evoca el "Fora Temer" o "Milei ladrón" en manifestaciones masivas. Bolsonaro, odiado por el 50% de los brasileños por su negacionismo del COVID y ataques a la democracia, enfrentó protestas con insultos callejeros y un intento de golpe en 2023, similar a las concentraciones antisanchistas en Ferraz o Plaza de Castilla, donde se corean "Sánchez a prisión" junto a banderas preconstitucionales.
Milei, por su parte, polariza con un 55% de rechazo en encuestas de 2025, debido a su ajuste económico y retórica antisindical, generando cánticos como "Que se vayan ellos" en marchas, que Sánchez mismo ha criticado como "modelo oligárquico".
La diferencia radica en el contexto: el odio a Sánchez surge de un gobierno de coalición progresista percibido como "traidor" por la derecha, mientras Bolsonaro y Milei lo provocan desde la ultraderecha, atacando feminismo y multilateralismo —aspectos que Sánchez defiende en foros como la ONU junto a Lula o Boric.
En ambos casos, la polarización ha erosionado la confianza institucional, con España y Brasil/Argentina, mostrando picos de división un 1,5 veces superiores a 2010.
En Europa, el caso de Viktor Orbán en Hungría ofrece un espejo distorsionado: ambos líderes (Orban y Sánchez) son acusados de "autoritarios populistas" por opositores, pero mientras Orbán (odiado por el 45% de húngaros por su control mediático y anti-LGBT) genera protestas con lemas como "Dictador Orbán", Sánchez enfrenta un rechazo del 60% en sondeos de 2025, calificado como el más alto de cualquier presidente democrático español.
La polarización en España, estancada pero alta desde 2021, es comparable a la de Italia bajo Giorgia Meloni (rechazo del 40%), donde cánticos antifascistas resuenan en manifestaciones, pero inferior a la de EE.UU. o Brasil en intensidad afectiva.
A diferencia de Orbán, quien consolida poder erosionando la UE, Sánchez usa la polarización para alianzas progresistas globales contra "la ola reaccionaria" (Trump, Meloni, Orbán), aunque esto ha cruzado líneas rojas, como los ataques judiciales a su esposa Begoña Gómez, paralelos a las investigaciones contra Meloni por corrupción.
El antisanchismo, alimentado por el comportamiento antidemocrático de Sánchez y viral en redes y eventos públicos, refleja una tendencia global donde la polarización no solo divide, sino que amenaza la cohesión democrática, como advierten informes del Real Instituto Elcano.
Francisco Rubiales








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