Los políticos en el poder no hacen absolutamente nada para liberar a España y a los españoles de la plaga marroquí. La vecindad de Marruecos es un flagelo para España. El sultán, heredero de una familia que sabe como chantajear a España, tiene controlados a nuestros políticos, que se someten vergonzosamente al hostil y pedigüeño vecino. La emigración de marroquíes a España es una especie de castigo o venganza para esta nación de cobardes, que no se defiende.
Si visitas Marruecos, algo que los españoles cada día hacen menos, verás como los marroquíes de allí son cien veces más honrados y decentes que los que el sultán exporta a España, un ejército donde se mezclan personas decentes con delincuentes enviados para desestabilizar y destruir, que, según algunas denuncias, proceden en su mayoría de las cárceles del país vecino.
Marruecos no solo lidera las estadísticas de delincuencia en España, sino que su influencia se extiende a redes organizadas de tráfico de drogas, trata de personas y robos violentos que desestabilizan barrios enteros en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia.
Según datos oficiales del Ministerio del Interior, los nacionales marroquíes representan más del 50% de los detenidos por delitos graves entre extranjeros, superando con creces a cualquier otra nacionalidad, lo que convierte a este país en el epicentro de la inseguridad que azota a los españoles.
Este flujo incontrolado de criminalidad se ve agravado por la porosidad de las fronteras en Ceuta, Melilla y el Estrecho, donde el gobierno de Sánchez, en lugar de reforzar la vigilancia, cede ante las presiones de Rabat para evitar "conflictos diplomáticos", priorizando alianzas oportunistas sobre la protección de sus ciudadanos.
Además, la dependencia económica de Marruecos en sectores clave como la agricultura genera una competencia desleal que arruina a miles de productores españoles, con importaciones subvencionadas que inundan el mercado europeo mientras el sultán Mohamed VI utiliza la migración como arma de presión.
Marruecos ha empleado repetidamente la migración irregular para obtener concesiones políticas y económicas de España. Uno de los casos más emblemáticos ocurrió en mayo de 2021, durante la hospitalización del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Logroño por COVID-19. En respuesta, Rabat relajó los controles fronterizos, permitiendo la entrada masiva de más de 8.000 migrantes, incluidos miles de menores no acompañados, en Ceuta. Esta acción se interpretó como un claro chantaje para forzar a España a reconsiderar su posición neutral sobre el Sáhara Occidental, culminando en el giro diplomático del Gobierno español en marzo de 2022, cuando Pedro Sánchez respaldó el plan de autonomía marroquí para el territorio y abandonó cobarde y miserablemente a los saharauis, poseedores en teoría de documentos de identidad españoles.
Los actuales políticos españoles, sin ética ni amor por su patria y atados por acuerdos bilaterales humillantes y miedos infundados a una escalada bélica, permiten que esta "plaga" se perpetúe, convirtiendo la emigración marroquí en un instrumento de venganza histórica contra una España debilitada y traicionada por sus propios líderes.
Sólo una ruptura radical con esta sumisión podría restaurar la soberanía y la seguridad, liberando al país de un vecino que actúa como parásito eterno.
Francisco Rubiales
Si visitas Marruecos, algo que los españoles cada día hacen menos, verás como los marroquíes de allí son cien veces más honrados y decentes que los que el sultán exporta a España, un ejército donde se mezclan personas decentes con delincuentes enviados para desestabilizar y destruir, que, según algunas denuncias, proceden en su mayoría de las cárceles del país vecino.
Marruecos no solo lidera las estadísticas de delincuencia en España, sino que su influencia se extiende a redes organizadas de tráfico de drogas, trata de personas y robos violentos que desestabilizan barrios enteros en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia.
Según datos oficiales del Ministerio del Interior, los nacionales marroquíes representan más del 50% de los detenidos por delitos graves entre extranjeros, superando con creces a cualquier otra nacionalidad, lo que convierte a este país en el epicentro de la inseguridad que azota a los españoles.
Este flujo incontrolado de criminalidad se ve agravado por la porosidad de las fronteras en Ceuta, Melilla y el Estrecho, donde el gobierno de Sánchez, en lugar de reforzar la vigilancia, cede ante las presiones de Rabat para evitar "conflictos diplomáticos", priorizando alianzas oportunistas sobre la protección de sus ciudadanos.
Además, la dependencia económica de Marruecos en sectores clave como la agricultura genera una competencia desleal que arruina a miles de productores españoles, con importaciones subvencionadas que inundan el mercado europeo mientras el sultán Mohamed VI utiliza la migración como arma de presión.
Marruecos ha empleado repetidamente la migración irregular para obtener concesiones políticas y económicas de España. Uno de los casos más emblemáticos ocurrió en mayo de 2021, durante la hospitalización del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Logroño por COVID-19. En respuesta, Rabat relajó los controles fronterizos, permitiendo la entrada masiva de más de 8.000 migrantes, incluidos miles de menores no acompañados, en Ceuta. Esta acción se interpretó como un claro chantaje para forzar a España a reconsiderar su posición neutral sobre el Sáhara Occidental, culminando en el giro diplomático del Gobierno español en marzo de 2022, cuando Pedro Sánchez respaldó el plan de autonomía marroquí para el territorio y abandonó cobarde y miserablemente a los saharauis, poseedores en teoría de documentos de identidad españoles.
Los actuales políticos españoles, sin ética ni amor por su patria y atados por acuerdos bilaterales humillantes y miedos infundados a una escalada bélica, permiten que esta "plaga" se perpetúe, convirtiendo la emigración marroquí en un instrumento de venganza histórica contra una España debilitada y traicionada por sus propios líderes.
Sólo una ruptura radical con esta sumisión podría restaurar la soberanía y la seguridad, liberando al país de un vecino que actúa como parásito eterno.
Francisco Rubiales







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