Sánchez tiene ganas de degollar a España en una ceremonia en la que los comunistas de Yolanda, los nacionalistas vascos, los herederos del terrorismo y los golpistas catalanes que odian España de manera visceral harían de acólitos.
Cuando Sánchez comenzó su andadura destructiva y anticonstitucional existía la esperanza de que el Rey Felipe VI cediera a las presiones que recibía de múltiples sectores (países amigos de España, milicia, grandes empresarios, intelectuales moderados, patriotas, etc.) y ejerciera su prerrogativa designando para que forme gobierno a otra persona más sensata y decente.
Pero el Rey fue cobarde y entregó el poder al discípulo del diablo.
Mientras numerosos psicólogos y expertos señalan a Sánchez como un psicópata peligroso, narcisista y obsesionado con el poder, son millones los españoles que sufren y padecen el sanchismo, un poder degradante y corrupto que esta poniendo de rodillas a España y que acuchilla al Estado de Derecho y la Constitución.
La reciente condena del Fiscal General ha desnudado a los gobernantes y ha permitido ver muchas almas impregnadas de odio y revancha.
Sánchez, rodeado de corruptos y de corrupción, con su entorno y familia imputados o condenados por sus desmanes y abusos, es como una fiera acosada que ha decidido clavar sus garras en el poder y nunca dimitir, caiga quien caiga. Su ruta está cargada de totalitarismo y antidemocracia. Es un tipo tan peligroso como un tsunami de excrementos.
¿Quién le da a España el sosiego y la sensatez que necesita en estos momentos?
Por fortuna también existe otra España diametralmente opuesta al satanismo gobernante, formada por hermosos baluartes de resistencia y libertad, hervideros de reflexiones, oraciones, análisis y reuniones de gente conspicua, todos unidos por el denominador común del amor a España y la defensa de sus intereses y valores históricos, entre ellos la libertad, la convivencia en paz y la democracia. En los conciliábulos de la España sana participan políticos, profesores, empresarios, intelectuales, periodistas y muchos ciudadanos movidos por el miedo al sanchismo y el asco que produce en la gente honrada y decente.
Los sicarios del socialcomunismo y de la izquierda en general que vomitan en las tertulias de la radio y la televisión no reflejan en modo alguno la profunda inquietud que existe en los cuarteles, en las grandes empresas, en otros lugares de pensamiento y reflexión y en gran parte de la ciudadanía, que teme la desaparición de la España actual despedazada por los nacionalistas del odio, con la complicidad de la izquierda.
Los políticos, en especial los nacionalistas y los de los dos grandes partidos que han gobernado España en las últimas décadas, se han convertido en la zurrapa de la sociedad y, junto con los violadores, asesinos, ladrones, periodistas y jueces politizados, son las especies más odiadas y dañinas del país.
Ese rechazo a los políticos deslegitima la democracia y convierte a España en un enfermo político en la UVI.
La recuperación del respeto a los políticos y de su prestigio social es una de las tareas más urgentes en la batalla por la regeneración. Sin ese respeto por el liderazgo, un país difícilmente avanza y tiende a desintegrarse porque sus dirigentes son incapaces de movilizar a los ciudadanos y dotarlos de lo que necesitan para ser nación: ilusiones, objetivos comunes y una firme voluntad de afrontar juntos el futuro.
Pero ningún bien ni regeneración alguna será posible mientras Sánchez siga en el poder y mientras las grandes instituciones que juraron defender la Constitución y la nación sigan acobardadas y paralizadas por el oscuro poder imperante.
Medio siglo después del entierro de la Guerra Civil, aquellos viejos fantasmas, que creíamos muertos y enterrados, están siendo sacados de sus tumbas y resucitados por el sanchismo, de manera peligrosa, irresponsable y miserable.
La España de la paz, los valores, la concordia y la vergüenza tiene que resistir y ganar esta contienda para despejar el futuro y dejar a nuestros hijos y nietos un país digno, acogedor y con esperanza, sin olvidar que la lucha no es sólo contra un bloque de desalmados, sino también contra su general invisible: Satanás.
Francisco Rubiales
Cuando Sánchez comenzó su andadura destructiva y anticonstitucional existía la esperanza de que el Rey Felipe VI cediera a las presiones que recibía de múltiples sectores (países amigos de España, milicia, grandes empresarios, intelectuales moderados, patriotas, etc.) y ejerciera su prerrogativa designando para que forme gobierno a otra persona más sensata y decente.
Pero el Rey fue cobarde y entregó el poder al discípulo del diablo.
Mientras numerosos psicólogos y expertos señalan a Sánchez como un psicópata peligroso, narcisista y obsesionado con el poder, son millones los españoles que sufren y padecen el sanchismo, un poder degradante y corrupto que esta poniendo de rodillas a España y que acuchilla al Estado de Derecho y la Constitución.
La reciente condena del Fiscal General ha desnudado a los gobernantes y ha permitido ver muchas almas impregnadas de odio y revancha.
Sánchez, rodeado de corruptos y de corrupción, con su entorno y familia imputados o condenados por sus desmanes y abusos, es como una fiera acosada que ha decidido clavar sus garras en el poder y nunca dimitir, caiga quien caiga. Su ruta está cargada de totalitarismo y antidemocracia. Es un tipo tan peligroso como un tsunami de excrementos.
¿Quién le da a España el sosiego y la sensatez que necesita en estos momentos?
Por fortuna también existe otra España diametralmente opuesta al satanismo gobernante, formada por hermosos baluartes de resistencia y libertad, hervideros de reflexiones, oraciones, análisis y reuniones de gente conspicua, todos unidos por el denominador común del amor a España y la defensa de sus intereses y valores históricos, entre ellos la libertad, la convivencia en paz y la democracia. En los conciliábulos de la España sana participan políticos, profesores, empresarios, intelectuales, periodistas y muchos ciudadanos movidos por el miedo al sanchismo y el asco que produce en la gente honrada y decente.
Los sicarios del socialcomunismo y de la izquierda en general que vomitan en las tertulias de la radio y la televisión no reflejan en modo alguno la profunda inquietud que existe en los cuarteles, en las grandes empresas, en otros lugares de pensamiento y reflexión y en gran parte de la ciudadanía, que teme la desaparición de la España actual despedazada por los nacionalistas del odio, con la complicidad de la izquierda.
Los políticos, en especial los nacionalistas y los de los dos grandes partidos que han gobernado España en las últimas décadas, se han convertido en la zurrapa de la sociedad y, junto con los violadores, asesinos, ladrones, periodistas y jueces politizados, son las especies más odiadas y dañinas del país.
Ese rechazo a los políticos deslegitima la democracia y convierte a España en un enfermo político en la UVI.
La recuperación del respeto a los políticos y de su prestigio social es una de las tareas más urgentes en la batalla por la regeneración. Sin ese respeto por el liderazgo, un país difícilmente avanza y tiende a desintegrarse porque sus dirigentes son incapaces de movilizar a los ciudadanos y dotarlos de lo que necesitan para ser nación: ilusiones, objetivos comunes y una firme voluntad de afrontar juntos el futuro.
Pero ningún bien ni regeneración alguna será posible mientras Sánchez siga en el poder y mientras las grandes instituciones que juraron defender la Constitución y la nación sigan acobardadas y paralizadas por el oscuro poder imperante.
Medio siglo después del entierro de la Guerra Civil, aquellos viejos fantasmas, que creíamos muertos y enterrados, están siendo sacados de sus tumbas y resucitados por el sanchismo, de manera peligrosa, irresponsable y miserable.
La España de la paz, los valores, la concordia y la vergüenza tiene que resistir y ganar esta contienda para despejar el futuro y dejar a nuestros hijos y nietos un país digno, acogedor y con esperanza, sin olvidar que la lucha no es sólo contra un bloque de desalmados, sino también contra su general invisible: Satanás.
Francisco Rubiales








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