
La cochinera mundial ofrece imágenes aterradoras que demuestran hasta que punto la humanidad se ha sumergido en el fango y en el lago de los excrementos. Pero el pueblo, saturado de maldad y bombardeado a diario con suciedades y miserias, se mantiene indiferente y no siente que está podrido y que desciende a los infiernos, de la mano de la clase dirigente.
Los condenaron a muerte a las tres de la tarde y a las cuatro ya habían sido ejecutados. La base de la pena la proporcionó la tortura, según denunció Amnistía Internacional. Así de expeditiva fue la autodenominada Justicia del presidente Teodore Obiang contra opositores al régimen que oprime Guinea Ecuatorial desde 1979, a los que acusaba de haber participado en una asonada.
Mientras, en una infame cárcel de Irán, una mujer, madre de dos hijos, espera ser lapidada por haber sido considerada adúltera por un tribunal que, a falta de pruebas, lo decidió a través del “conocimiento de los jueces”.
En Gaza, cada día mueren decenas de civiles, que están siendo sistemáticamente exterminados por el potente ejército de Israel.
En Ucrania, los invasores rusos matan todo lo que se mueve y tanto el Kremlin como Kiev condecoran a sus soldados más crueles y asesinos.
En el estado mexicano de Tamaulipas, narcos del grupo Los Zetas masacraron a 14 mujeres y 58 hombres, todos inmigrantes que intentaban llegar a Estados Unidos. Al parecer, se habrían negado a trabajar en la organización, cosa que habría ofendido la sensibilidad de sus captores.
Lo bueno del caso es que, con pasmosa regularidad, las autoridades mexicanas se auto felicitan por su efectividad en la lucha contra el narcotráfico.
El COVID, un virus cultivado con mimo por criminales, acabó con millones de personas en todo el mundo y se sospecha que aquello fue el primer acto de un programa de exterminio pilotado por los políticos.
Por otro lado, casi no hay semana en el planeta en que la ciencia no nos acerque alguna nueva maravilla. Sólo en la última década se creó vida artificial, se completó la secuencia del genoma humano, se halló agua en Marte, se descubrió el homínido más antiguo, se avanzó decisivamente en la terapia genética, se estimó la edad del universo, se perfeccionó una Inteligencia Artificial asombrosa y se avanzó hacia la derrota del cáncer, todos acontecimientos que tendrán en el futuro notables consecuencias para la humanidad.
En cuanto a la tecnología, avanza a tal velocidad que prácticamente todos los instrumentos que hoy usamos, por más flamantes que sean, ya tienen carnet de anacrónicos.
Además, con el imprevisto fenómeno de Internet entramos de lleno de un mundo hipercomunicado, cuyos últimos desarrollos, como las redes sociales, probablemente servirán para ensanchar la conciencia global respecto del imperativo de expandir las libertades y los derechos. Además de alertarnos, cada vez más, sobre la necesidad de interrumpir el prolongado suicidio de pulverizar la naturaleza y la libertad humana.
Pero en este mundo sólo una estricta minoría de naciones goza de una democracia genuina, en la que se respeten de verdad las leyes y los derechos puedan ser ejercidos.
Enormes piaras de cerdos se someten a sus líderes políticos y se comportan como esclavos canallas, sólo para asegurarse su ración de pienso diaria.
El país más peligroso del planeta (China) se prepara ya para la guerra total y es asfixiado desde hace décadas por un totalitarismo de partido único, censura completa, represión generalizada y récord de ejecuciones.
En nuestro mundo se multiplican en el poder los dictadores, los genocidas, los asesinos, los torturadores. Son delincuentes más parecidos a los monstruos e imbéciles que Cayo Suetonio pinta con genio quirúrgico en “Los doce césares” que a los ciudadanos comunes y corrientes que nos vende la publicidad planetaria.
Pero también hay democracias de baja calidad, regidas por corruptos, estafadores, falsarios, psicóticos, ineptos, fabuladores.
Una muestra brutal de bajeza se está desplegando en la España oficial, delante de nuestros ojos y televisada en directo, donde los fontaneros del gobierno abusan del poder, corrompen, mienten y reparten veneno y odio para pudrir la sociedad y desvitalizar la democracia.
Es la iniquidad que domina el mundo en este siglo XXI, el siglo de los canallas.
¿Qué hacer contra la maldad? Sólo cabe la lucha contra los canallas. Todo lo demás es cobardía y complicidad delictiva.
Francisco Rubiales
Los condenaron a muerte a las tres de la tarde y a las cuatro ya habían sido ejecutados. La base de la pena la proporcionó la tortura, según denunció Amnistía Internacional. Así de expeditiva fue la autodenominada Justicia del presidente Teodore Obiang contra opositores al régimen que oprime Guinea Ecuatorial desde 1979, a los que acusaba de haber participado en una asonada.
Mientras, en una infame cárcel de Irán, una mujer, madre de dos hijos, espera ser lapidada por haber sido considerada adúltera por un tribunal que, a falta de pruebas, lo decidió a través del “conocimiento de los jueces”.
En Gaza, cada día mueren decenas de civiles, que están siendo sistemáticamente exterminados por el potente ejército de Israel.
En Ucrania, los invasores rusos matan todo lo que se mueve y tanto el Kremlin como Kiev condecoran a sus soldados más crueles y asesinos.
En el estado mexicano de Tamaulipas, narcos del grupo Los Zetas masacraron a 14 mujeres y 58 hombres, todos inmigrantes que intentaban llegar a Estados Unidos. Al parecer, se habrían negado a trabajar en la organización, cosa que habría ofendido la sensibilidad de sus captores.
Lo bueno del caso es que, con pasmosa regularidad, las autoridades mexicanas se auto felicitan por su efectividad en la lucha contra el narcotráfico.
El COVID, un virus cultivado con mimo por criminales, acabó con millones de personas en todo el mundo y se sospecha que aquello fue el primer acto de un programa de exterminio pilotado por los políticos.
Por otro lado, casi no hay semana en el planeta en que la ciencia no nos acerque alguna nueva maravilla. Sólo en la última década se creó vida artificial, se completó la secuencia del genoma humano, se halló agua en Marte, se descubrió el homínido más antiguo, se avanzó decisivamente en la terapia genética, se estimó la edad del universo, se perfeccionó una Inteligencia Artificial asombrosa y se avanzó hacia la derrota del cáncer, todos acontecimientos que tendrán en el futuro notables consecuencias para la humanidad.
En cuanto a la tecnología, avanza a tal velocidad que prácticamente todos los instrumentos que hoy usamos, por más flamantes que sean, ya tienen carnet de anacrónicos.
Además, con el imprevisto fenómeno de Internet entramos de lleno de un mundo hipercomunicado, cuyos últimos desarrollos, como las redes sociales, probablemente servirán para ensanchar la conciencia global respecto del imperativo de expandir las libertades y los derechos. Además de alertarnos, cada vez más, sobre la necesidad de interrumpir el prolongado suicidio de pulverizar la naturaleza y la libertad humana.
Pero en este mundo sólo una estricta minoría de naciones goza de una democracia genuina, en la que se respeten de verdad las leyes y los derechos puedan ser ejercidos.
Enormes piaras de cerdos se someten a sus líderes políticos y se comportan como esclavos canallas, sólo para asegurarse su ración de pienso diaria.
El país más peligroso del planeta (China) se prepara ya para la guerra total y es asfixiado desde hace décadas por un totalitarismo de partido único, censura completa, represión generalizada y récord de ejecuciones.
En nuestro mundo se multiplican en el poder los dictadores, los genocidas, los asesinos, los torturadores. Son delincuentes más parecidos a los monstruos e imbéciles que Cayo Suetonio pinta con genio quirúrgico en “Los doce césares” que a los ciudadanos comunes y corrientes que nos vende la publicidad planetaria.
Pero también hay democracias de baja calidad, regidas por corruptos, estafadores, falsarios, psicóticos, ineptos, fabuladores.
Una muestra brutal de bajeza se está desplegando en la España oficial, delante de nuestros ojos y televisada en directo, donde los fontaneros del gobierno abusan del poder, corrompen, mienten y reparten veneno y odio para pudrir la sociedad y desvitalizar la democracia.
Es la iniquidad que domina el mundo en este siglo XXI, el siglo de los canallas.
¿Qué hacer contra la maldad? Sólo cabe la lucha contra los canallas. Todo lo demás es cobardía y complicidad delictiva.
Francisco Rubiales
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