Los políticos y los sistemas económicos han asesinado la democracia.
Es probable que, sin percatarnos, se esté iniciando una nueva era en la que la democracia quede erradicada por débil y corrupta, por no haber sabido solucionar los grandes problemas de la humanidad, que siguen vigentes en un mundo actual sin felicidad, sin justicia y sin igualdad, donde avanzan la pobreza, el abuso de poder, la violencia y el hambre.
La democracia, tras ser prostituida por los partidos políticos, ha abandonado a los débiles y ha construido un mundo a la medida de los poderosos, donde los políticos y sus aliados financieros y empresariales son los reyes y el pueblo ha quedado integrado en una masa de súbditos abandonados a su suerte.
Al observar los múltiples acontecimientos, políticos, económicos, sociales climáticos, bélicos y armamentistas, a nivel global que vienen sucediendo en los distintos rincones del planeta, se llega a la conclusión de que los sistemas políticos han fracasado en su misión de mejorar el mundo y lograr la felicidad de los ciudadanos, que es el fin principal de toda acción política.
Los conflictos en Oriente Medio, Asia, África y otros lugares del mundo siguen poniendo de manifiesto el fracaso de nuestra especie como seres racionales pensantes y únicos responsables de nuestro devenir como civilización.
Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo y la que ha dominado el último siglo, ha iniciado su declive y hoy está dirigida por un insensato impredecible como Donald Trump, mientras es sustituida, poco a poco, por otras potencias emergentes, todas ellas con otra manera de concebir el futuro, más autoritarias y ajenas a las filosofías humanísticas y liberales que crearon y sostuvieron la democracia.
Los valores que han sido referente mundial durante el último siglo, sobre todo la libertad y la democracia, se debilitan día a día.
El fracaso del liderazgo de Estados Unidos, un país que a pesar de ser el más próspero de la Tierra siempre tuvo al menos 50 millones de personas el los aledaños de la pobreza y el desamparo, es el fracaso de todo nuestro mundo.
La derrota y la cobardía se han instalado en nuestro mundo y vivimos con indiferencia las tragedias en países como Siria y Venezuela, el primero asolado por la guerra y el segundo sometido a los caprichos de un tirano apoyado por otros tiranos y por lo peor de la sociedad.
Tampoco reaccionamos ante un hecho real que domina nuestro mundo: los gobiernos son
marionetas al servicio de intereses ocultos, próximos a los grandes capitales y los mercados financieros. Los poderes públicos elegidos por los ciudadanos doblan la rodilla ante poderes que no tienen otra legitimidad que el poder que han acumulado, siempre con la ayuda de la peor y más irresponsable clase que ha producido nuestra civilización, la clase política.
Esos poderes ocultos han impuesto una dinámica diabólica que los políticos siguen al pie de la letra: recortes y privaciones para el pueblo y más facilidades para que los poderosos puedan acumular más dinero y poder. La indiferencia ante el mal ha condenado nuestro mundo y ni siquiera nos escandaliza que las diez mayores fortunas del planeta posean mas riqueza que la mitad de la población mundial.
La injusticia se ha instalado en el poder y los impuestos se cobran no tanto para financiar los servicios básicos que la sociedad necesita, como la educación, la sanidad y la seguridad ciudadana, sino para que los poderosos vivan a cuerpo re rey.
Las clases medias, que durante décadas fueron el colchón que daba solvencia y estabilidad a la economía mundial, está siendo empobrecida por unos gobiernos insaciables de codicia que sólo benefician a los grandes poderes.
Los sistemas democráticos, lógicamente, empiezan a ser cuestionados por los ciudadanos sin que nadie reaccione ante esa catástrofe. Muchos sospechamos que de eso se trata, de desprestigiar un sistema que, por depender del voto y de la voluntad ciudadana, se convierte a veces en un obstáculo para las élites mundiales, que quieren gobiernos sometidos con poderes inapelables, puras tiranías camufladas de democracia.
España, nuestro país, es uno de los que ocupa un puesto de vanguardia en la demolición de la democracia y la ruina de los valores, libertades y derechos. Nuestros gobiernos, desde la muerte del general franco, parece que han legislado y gobernado en contra del bien común y han empujado al país hasta el borde de la corrupción, la ruptura, la injusticia, el desempleo y la falta de esperanza.
Que nadie se extrañe si los próximos años son inseguros e inestables porque la ciudadanía se resista a los cambios que les imponen desde las sombras. La gente votará en contra de lo viejo y buscará, dando palos de ciegos, nuevas ideas y nuevos partidos que devuelvan la esperanza. La desesperación ira creciendo y llegará el momento en que los pueblos, deseosos de orden, justicia, esperanza e ilusión, acojan con los brazos abiertos a dictadores canallas.
Francisco Rubiales
Es probable que, sin percatarnos, se esté iniciando una nueva era en la que la democracia quede erradicada por débil y corrupta, por no haber sabido solucionar los grandes problemas de la humanidad, que siguen vigentes en un mundo actual sin felicidad, sin justicia y sin igualdad, donde avanzan la pobreza, el abuso de poder, la violencia y el hambre.
La democracia, tras ser prostituida por los partidos políticos, ha abandonado a los débiles y ha construido un mundo a la medida de los poderosos, donde los políticos y sus aliados financieros y empresariales son los reyes y el pueblo ha quedado integrado en una masa de súbditos abandonados a su suerte.
Al observar los múltiples acontecimientos, políticos, económicos, sociales climáticos, bélicos y armamentistas, a nivel global que vienen sucediendo en los distintos rincones del planeta, se llega a la conclusión de que los sistemas políticos han fracasado en su misión de mejorar el mundo y lograr la felicidad de los ciudadanos, que es el fin principal de toda acción política.
Los conflictos en Oriente Medio, Asia, África y otros lugares del mundo siguen poniendo de manifiesto el fracaso de nuestra especie como seres racionales pensantes y únicos responsables de nuestro devenir como civilización.
Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo y la que ha dominado el último siglo, ha iniciado su declive y hoy está dirigida por un insensato impredecible como Donald Trump, mientras es sustituida, poco a poco, por otras potencias emergentes, todas ellas con otra manera de concebir el futuro, más autoritarias y ajenas a las filosofías humanísticas y liberales que crearon y sostuvieron la democracia.
Los valores que han sido referente mundial durante el último siglo, sobre todo la libertad y la democracia, se debilitan día a día.
El fracaso del liderazgo de Estados Unidos, un país que a pesar de ser el más próspero de la Tierra siempre tuvo al menos 50 millones de personas el los aledaños de la pobreza y el desamparo, es el fracaso de todo nuestro mundo.
La derrota y la cobardía se han instalado en nuestro mundo y vivimos con indiferencia las tragedias en países como Siria y Venezuela, el primero asolado por la guerra y el segundo sometido a los caprichos de un tirano apoyado por otros tiranos y por lo peor de la sociedad.
Tampoco reaccionamos ante un hecho real que domina nuestro mundo: los gobiernos son
marionetas al servicio de intereses ocultos, próximos a los grandes capitales y los mercados financieros. Los poderes públicos elegidos por los ciudadanos doblan la rodilla ante poderes que no tienen otra legitimidad que el poder que han acumulado, siempre con la ayuda de la peor y más irresponsable clase que ha producido nuestra civilización, la clase política.
Esos poderes ocultos han impuesto una dinámica diabólica que los políticos siguen al pie de la letra: recortes y privaciones para el pueblo y más facilidades para que los poderosos puedan acumular más dinero y poder. La indiferencia ante el mal ha condenado nuestro mundo y ni siquiera nos escandaliza que las diez mayores fortunas del planeta posean mas riqueza que la mitad de la población mundial.
La injusticia se ha instalado en el poder y los impuestos se cobran no tanto para financiar los servicios básicos que la sociedad necesita, como la educación, la sanidad y la seguridad ciudadana, sino para que los poderosos vivan a cuerpo re rey.
Las clases medias, que durante décadas fueron el colchón que daba solvencia y estabilidad a la economía mundial, está siendo empobrecida por unos gobiernos insaciables de codicia que sólo benefician a los grandes poderes.
Los sistemas democráticos, lógicamente, empiezan a ser cuestionados por los ciudadanos sin que nadie reaccione ante esa catástrofe. Muchos sospechamos que de eso se trata, de desprestigiar un sistema que, por depender del voto y de la voluntad ciudadana, se convierte a veces en un obstáculo para las élites mundiales, que quieren gobiernos sometidos con poderes inapelables, puras tiranías camufladas de democracia.
España, nuestro país, es uno de los que ocupa un puesto de vanguardia en la demolición de la democracia y la ruina de los valores, libertades y derechos. Nuestros gobiernos, desde la muerte del general franco, parece que han legislado y gobernado en contra del bien común y han empujado al país hasta el borde de la corrupción, la ruptura, la injusticia, el desempleo y la falta de esperanza.
Que nadie se extrañe si los próximos años son inseguros e inestables porque la ciudadanía se resista a los cambios que les imponen desde las sombras. La gente votará en contra de lo viejo y buscará, dando palos de ciegos, nuevas ideas y nuevos partidos que devuelvan la esperanza. La desesperación ira creciendo y llegará el momento en que los pueblos, deseosos de orden, justicia, esperanza e ilusión, acojan con los brazos abiertos a dictadores canallas.
Francisco Rubiales
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