En el panorama político español de finales de 2025, el sanchismo se erige no como un faro de liderazgo, sino como una losa de plomo que aplasta inexorablemente a los candidatos del PSOE en las inminentes elecciones autonómicas.
Pedro Sánchez, rodeado de escándalos, ha convertido al partido en un lastre electoral que aterroriza a sus propios barones y aspirantes regionales. Saben que van a perder, y lo saben porque el peso negativo de Sánchez les arrastra hacia una derrota segura, como demuestran las encuestas, los análisis internos y el creciente descontento dentro y fuera del partido.
Ya en las pasadas elecciones municipales, Sánchez condenó a muchos alcaldes socialistas porque hizo campaña a su lado. El caso de Sevilla es claro. El antiguo alcalde socialista, Antonio Muñoz, temblaba cuando Sánchez se acercaba a Sevilla y le decía a sus íntimos: "Por su culpa perderé la alcaldía". Y eso es lo que ocurrió: el PSOE perdió la alcaldía frente al PP en junio de 2023.
El dilema electoral de Sánchez es evidente: si apura las generales hasta 2027, serán los candidatos municipales y autonómicos los primeros en pagar el precio en las urnas.
En regiones clave como Extremadura, donde las elecciones podrían marcar el fin del sanchismo en España, los socialistas presentan un candidato acusado de prevaricación y tráfico de influencias.
Este tipo de nominaciones no son casuales; son el síntoma de un partido corroído por el enchufismo y la corrupción, donde el pago en efectivo era la norma, no la excepción, según confirmaciones de figuras como Ábalos.
Los candidatos autonómicos, aterrorizados, ven cómo el sanchismo les condena a la irrelevancia electoral. La decepción interna es palpable. El PSOE ha aumentado su distancia del votante medio, con electores que ahora se alinean ideológicamente donde antes lo hacía Podemos, según análisis recientes.
En Andalucía y en otras regiones emergen denuncias de acoso sexual ignoradas por el partido, revelando un sanchismo plagado de corrupción, enchufes y acoso a jueces, UCO y prensa libre.
¿Cómo no estar aterrorizados los candidatos cuando saben que esta tóxica herencia les hundirá? Los escándalos no paran. La trama que acorrala a Sánchez por su suegro y el dinero de las primarias del PSOE, o la financiación irregular de campañas, son otro punto débil que implosiona el partido.
ABC dice con toda razón que "la corrupción tritura el sanchismo", con alcaldes y barones autonómicos temiendo sufrir esa ruina legislativa.
Incluso en el balance histórico, el sanchismo se revela como una política de tierra quemada que embiste contra el país, el estado de derecho y su propio partido.
Análisis académicos destacan la polarización y el liderazgo de Sánchez desde 2019-2025 como un periodo de deriva que aleja al PSOE de sus raíces.
En las próximas elecciones, el sanchismo demostrará que no es un movimiento sino un cáncer que devora al PSOE desde dentro y a la misma España.
Los candidatos autonómicos, aterrorizados y condenados, saben que Sánchez, un tipo odiado y abucheado por el pueblo en toda España, incluso en los territorios desleales de Cataluña y el País Vasco, les arrastra al abismo.
Francisco Rubiales
Pedro Sánchez, rodeado de escándalos, ha convertido al partido en un lastre electoral que aterroriza a sus propios barones y aspirantes regionales. Saben que van a perder, y lo saben porque el peso negativo de Sánchez les arrastra hacia una derrota segura, como demuestran las encuestas, los análisis internos y el creciente descontento dentro y fuera del partido.
Ya en las pasadas elecciones municipales, Sánchez condenó a muchos alcaldes socialistas porque hizo campaña a su lado. El caso de Sevilla es claro. El antiguo alcalde socialista, Antonio Muñoz, temblaba cuando Sánchez se acercaba a Sevilla y le decía a sus íntimos: "Por su culpa perderé la alcaldía". Y eso es lo que ocurrió: el PSOE perdió la alcaldía frente al PP en junio de 2023.
El dilema electoral de Sánchez es evidente: si apura las generales hasta 2027, serán los candidatos municipales y autonómicos los primeros en pagar el precio en las urnas.
En regiones clave como Extremadura, donde las elecciones podrían marcar el fin del sanchismo en España, los socialistas presentan un candidato acusado de prevaricación y tráfico de influencias.
Este tipo de nominaciones no son casuales; son el síntoma de un partido corroído por el enchufismo y la corrupción, donde el pago en efectivo era la norma, no la excepción, según confirmaciones de figuras como Ábalos.
Los candidatos autonómicos, aterrorizados, ven cómo el sanchismo les condena a la irrelevancia electoral. La decepción interna es palpable. El PSOE ha aumentado su distancia del votante medio, con electores que ahora se alinean ideológicamente donde antes lo hacía Podemos, según análisis recientes.
En Andalucía y en otras regiones emergen denuncias de acoso sexual ignoradas por el partido, revelando un sanchismo plagado de corrupción, enchufes y acoso a jueces, UCO y prensa libre.
¿Cómo no estar aterrorizados los candidatos cuando saben que esta tóxica herencia les hundirá? Los escándalos no paran. La trama que acorrala a Sánchez por su suegro y el dinero de las primarias del PSOE, o la financiación irregular de campañas, son otro punto débil que implosiona el partido.
ABC dice con toda razón que "la corrupción tritura el sanchismo", con alcaldes y barones autonómicos temiendo sufrir esa ruina legislativa.
Incluso en el balance histórico, el sanchismo se revela como una política de tierra quemada que embiste contra el país, el estado de derecho y su propio partido.
Análisis académicos destacan la polarización y el liderazgo de Sánchez desde 2019-2025 como un periodo de deriva que aleja al PSOE de sus raíces.
En las próximas elecciones, el sanchismo demostrará que no es un movimiento sino un cáncer que devora al PSOE desde dentro y a la misma España.
Los candidatos autonómicos, aterrorizados y condenados, saben que Sánchez, un tipo odiado y abucheado por el pueblo en toda España, incluso en los territorios desleales de Cataluña y el País Vasco, les arrastra al abismo.
Francisco Rubiales








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