Todavía es demasiado pronto para analizar el contenido del debate sobre el Estado de la Nación 2013, pero no para emitir una condena rotunda sobre las formas empleados por el presidente del gobierno y el líder de la oposición, que se exhibieron sin pudor, ante todos los españoles, como dos bravucones de barriada peleando en la plaza pública. Lamentable espectáculo cuando el país está en crisis profunda y sus ciudadanos demandan un esfuerzo de unidad y cooperación para solucionar los graves problemas que nos empujan hacia el precipicio.
Rajoy y Rubalcaba se exhibieron como dos chulos peleando con navaja, como dos matones sin educación ni tacto, mas interesados en humillar al contrario que en resolver los problemas de España. Rajoy hablaba con seguridad, sin admitir errores y sin autocrítica, pero marcado por el fracaso y la pérdida de confianza de los ciudadanos, tras haber afirmado recientemente algo inconcebible en democracia: que él había incumplido sus promesas electorales, pero había cumplido con su deber, lo que equivale a consagrar la mentira como estilo de gobierno y defender el nefasto principio de que "el fin justifica los medios". A Rubalcaba se le notaba que subía a la tribuna necesitado de éxito, pues está cuestionado dentro de su propio partido no sólo porque es un mediocre marcado por el pecado de haber sido el subalterno destacado de Zapatero, verdugo y castigo de España, sino porque el PSOE se desmorona, víctima de su perversión interna y de una deriva clientelista que sólo hace viable al partido mientras controle el poder y reparta dinero y favores entre sus fieles.
Con esas premisas, el debate ofreció a los españoles un espectáculo ajustado a lo que es la España del presente, siendo fiel al "Estado de la Nación", marcado por la baja calidad de su sistema político, una vulgar dictadura de partidos disfrazada de democracia, habituada a delinquir, a moverse con impunidad y a despreciar a los ciudadanos. La España política real es la que ayer contemplaron estupefactos los españoles: un país dominado por bandas-partidos, cada una de ellas gobernada por un mequetrefe pendenciero, sin grandeza, educación o inteligencia.
El debate fue un derroche de vulgaridad y bajeza, justo cuando el país necesita eficacia, solvencia y grandeza.
Contemplar a Rajoy hablando de éxitos cuando su gobierno ha arrasado lo poco que quedaba del país, después del paso por el gobierno de Zapatero y sus socialistas, o ver a Rubalcaba acusando a sus enemigos de corrupción, cuando nadie puede batir los records que en ese campo ha acumulado el socialismo, es penoso, como no lo es menos asistir impotentes, como ciudadanos, a la exhibición de esos dos matones a los que los sufridos y aplastados españoles pagan sueldos de lujo por pelearse en público y exhibir sin pudor su insolente mediocridad y falta de valores.
Es pronto para hablar de los contenidos del debate porque no ha concluido todavía, pero si puedo afirmar lo siguiente:
No me gusta Rajoy porque es un tipo rancio, un elitista enemigo del ciudadano e ignorante en democracia, pero todo cambia y Rajoy empieza a resultar soportable cuando escucho a Rubalcaba pidiendo mas impuestos y comportándose como un hipócrita redomado que defiende todo lo que no quiso o no supo hacer cuando gobernaba y que condena una mentira, un fracaso económico y una corrupción que él y su jefe Zapatero convirtieron en despreciables políticas del Estado que ellos pilotaban. No me cabe duda en estos momentos de que Rubalcaba es el mejor valedor de Rajoy y que a Rajoy, como ha reconocido hoy en la Tribuna, no le conviene que el lider de la oposición cambie y sea sustituido por un verdadero demócrata, decente y listo.
Ambos deberían dimitir, tras disolver sus respectivos partidos para dar a España la oportunidad que merece, tras soportarlos demasiado tiempo en el poder, de regenerarse empezando de nuevo, con una Constitución democrática, con un régimen al servicio del ciudadano y con una ética solvente y sólida presidiendo la vida política y la convivencia, algo que hasta ahora nadie ha visto en esta España secuestrada por sus partidos políticos, corrupta, sin democracia y llena de ciudadanos que sufren sin confianza ni ilusión, mal gobernada y camino de la pobreza y del fracaso.
Rajoy y Rubalcaba se exhibieron como dos chulos peleando con navaja, como dos matones sin educación ni tacto, mas interesados en humillar al contrario que en resolver los problemas de España. Rajoy hablaba con seguridad, sin admitir errores y sin autocrítica, pero marcado por el fracaso y la pérdida de confianza de los ciudadanos, tras haber afirmado recientemente algo inconcebible en democracia: que él había incumplido sus promesas electorales, pero había cumplido con su deber, lo que equivale a consagrar la mentira como estilo de gobierno y defender el nefasto principio de que "el fin justifica los medios". A Rubalcaba se le notaba que subía a la tribuna necesitado de éxito, pues está cuestionado dentro de su propio partido no sólo porque es un mediocre marcado por el pecado de haber sido el subalterno destacado de Zapatero, verdugo y castigo de España, sino porque el PSOE se desmorona, víctima de su perversión interna y de una deriva clientelista que sólo hace viable al partido mientras controle el poder y reparta dinero y favores entre sus fieles.
Con esas premisas, el debate ofreció a los españoles un espectáculo ajustado a lo que es la España del presente, siendo fiel al "Estado de la Nación", marcado por la baja calidad de su sistema político, una vulgar dictadura de partidos disfrazada de democracia, habituada a delinquir, a moverse con impunidad y a despreciar a los ciudadanos. La España política real es la que ayer contemplaron estupefactos los españoles: un país dominado por bandas-partidos, cada una de ellas gobernada por un mequetrefe pendenciero, sin grandeza, educación o inteligencia.
El debate fue un derroche de vulgaridad y bajeza, justo cuando el país necesita eficacia, solvencia y grandeza.
Contemplar a Rajoy hablando de éxitos cuando su gobierno ha arrasado lo poco que quedaba del país, después del paso por el gobierno de Zapatero y sus socialistas, o ver a Rubalcaba acusando a sus enemigos de corrupción, cuando nadie puede batir los records que en ese campo ha acumulado el socialismo, es penoso, como no lo es menos asistir impotentes, como ciudadanos, a la exhibición de esos dos matones a los que los sufridos y aplastados españoles pagan sueldos de lujo por pelearse en público y exhibir sin pudor su insolente mediocridad y falta de valores.
Es pronto para hablar de los contenidos del debate porque no ha concluido todavía, pero si puedo afirmar lo siguiente:
No me gusta Rajoy porque es un tipo rancio, un elitista enemigo del ciudadano e ignorante en democracia, pero todo cambia y Rajoy empieza a resultar soportable cuando escucho a Rubalcaba pidiendo mas impuestos y comportándose como un hipócrita redomado que defiende todo lo que no quiso o no supo hacer cuando gobernaba y que condena una mentira, un fracaso económico y una corrupción que él y su jefe Zapatero convirtieron en despreciables políticas del Estado que ellos pilotaban. No me cabe duda en estos momentos de que Rubalcaba es el mejor valedor de Rajoy y que a Rajoy, como ha reconocido hoy en la Tribuna, no le conviene que el lider de la oposición cambie y sea sustituido por un verdadero demócrata, decente y listo.
Ambos deberían dimitir, tras disolver sus respectivos partidos para dar a España la oportunidad que merece, tras soportarlos demasiado tiempo en el poder, de regenerarse empezando de nuevo, con una Constitución democrática, con un régimen al servicio del ciudadano y con una ética solvente y sólida presidiendo la vida política y la convivencia, algo que hasta ahora nadie ha visto en esta España secuestrada por sus partidos políticos, corrupta, sin democracia y llena de ciudadanos que sufren sin confianza ni ilusión, mal gobernada y camino de la pobreza y del fracaso.
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