
El día después de conocerse la condena firme por la corrupción de las facturas falsas del Distrito Macarena, el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, anunciaba que el actual salcalde de Sevilla no repetiría como candidato socialista en las próximas elecciones. La agonía política de Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde socialista de Sevilla, del que llegó a decirse que sería el sucesor de Manuel Cháves en la Junta de Andalucía, ha sido larga, dolorosa y muy costosa para los sevillanos y para la democracia, pero, por fin, abrumado por la corrupción y el fracaso, se marcha.
No ganó las últimas elecciones, pero fraguó una alianza con Izquierda Unida para poder gobernar, entregando a sus socios parcelas decisivas del poder municipal. Su mayor pecado ha sido permitir en silencio, sin gallardía ni altura, los abusos de sus socios comunistas, arrogantes y, como corresponde a los antiguos hijos del totalitarismo rojo, decididos a aplicar su política, incluso en contra de la opinión de la inmensa mayoría.
Monteseirín es una víctima de las amistades peligrosas y del sindrome de la arrogancia, ese que lleva al gobernante a rodearse de incondicionales que jamás le critican y que siempre le adulan, gente, por lo general, poco inteligente y consciente de que hay que cuidar al líder "como sea", porque de él provienen los privilegios y las ventajas. Sus socios de Izquierda Unida, protagonistas de escándalos y arbitrariedades, le han arruinado la carrera política, pero su guardia pretoriana, también progagonista de corruptelas, errores y abusos, le ha llevado de la mano hacia el fracaso.
Para muestra, un botón: la prensa publica hoy que "Jaime Cedano, comunista colombiano vinculado con la guerrilla, ha recibido una cuantiosa subvención del Ayuntamiento de Sevilla" (ABC)
Su mayor mérito es haberse atrevido a emprender obras de remodelación en el centro de la ciudad que ningún otro alcalde supo afrontar en el pasado; su mayor fracaso ha sido convivir con la corrupción y el abuso; su drama ha sido ver como Sevilla, durante su mandato, perdía el impulso que obtuvo con la Expo 92 y volvía a ser una ciudad apagada, decadente, en retroceso, perdiendo posiciones en competitividad, con el desempleo y la pobreza galopando por sus calles, con el turismo en retirada y con el espíritu de su gente cada día más triste y derrotado.
En el momento de dimitir, tampoco ha dado la talla. En lugar de reconocer sus errores y los de su entorno, se ha presentado como víctima de «una inquina, de una obsesión enfermiza y a unas actitudes de persecución», al haberse convertido "en un enemigo a batir por parte de la derecha política y no sólo por la derecha política". Dijo que comprendía el odio que le tenían después "de haberles ganado tres veces la batalla", sin reconocer sus fracasos, sin admitir que él no ganó las últimas elecciones, sino que fue la derecha, sin reconocer que la corrupción y los fracasos le han asfixiado como político. Dijo también que se iba para no perjudicar a su partido, el PSOE, que, siguiendo una de las tradiciones más deleznables de la democracia española, ya le prepara un retiro de oro, un "premio al fracaso" que se repite una y otra vez en la historia moderna de España, pudriendo y degenerando la democracia y la política española.
Algunos enlaces de interés:
EDITORIAL: «Adiós al peor de los alcaldes»
«La herencia que deja Monteseirín», por Francisco Robles
Una salida anunciada
Casos judiciales y «crack» financiero han acorralado al alcalde más longevo
«¿Por qué no repite Monteseirín?» por J. Félix Machuca
No ganó las últimas elecciones, pero fraguó una alianza con Izquierda Unida para poder gobernar, entregando a sus socios parcelas decisivas del poder municipal. Su mayor pecado ha sido permitir en silencio, sin gallardía ni altura, los abusos de sus socios comunistas, arrogantes y, como corresponde a los antiguos hijos del totalitarismo rojo, decididos a aplicar su política, incluso en contra de la opinión de la inmensa mayoría.
Monteseirín es una víctima de las amistades peligrosas y del sindrome de la arrogancia, ese que lleva al gobernante a rodearse de incondicionales que jamás le critican y que siempre le adulan, gente, por lo general, poco inteligente y consciente de que hay que cuidar al líder "como sea", porque de él provienen los privilegios y las ventajas. Sus socios de Izquierda Unida, protagonistas de escándalos y arbitrariedades, le han arruinado la carrera política, pero su guardia pretoriana, también progagonista de corruptelas, errores y abusos, le ha llevado de la mano hacia el fracaso.
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Su mayor mérito es haberse atrevido a emprender obras de remodelación en el centro de la ciudad que ningún otro alcalde supo afrontar en el pasado; su mayor fracaso ha sido convivir con la corrupción y el abuso; su drama ha sido ver como Sevilla, durante su mandato, perdía el impulso que obtuvo con la Expo 92 y volvía a ser una ciudad apagada, decadente, en retroceso, perdiendo posiciones en competitividad, con el desempleo y la pobreza galopando por sus calles, con el turismo en retirada y con el espíritu de su gente cada día más triste y derrotado.
En el momento de dimitir, tampoco ha dado la talla. En lugar de reconocer sus errores y los de su entorno, se ha presentado como víctima de «una inquina, de una obsesión enfermiza y a unas actitudes de persecución», al haberse convertido "en un enemigo a batir por parte de la derecha política y no sólo por la derecha política". Dijo que comprendía el odio que le tenían después "de haberles ganado tres veces la batalla", sin reconocer sus fracasos, sin admitir que él no ganó las últimas elecciones, sino que fue la derecha, sin reconocer que la corrupción y los fracasos le han asfixiado como político. Dijo también que se iba para no perjudicar a su partido, el PSOE, que, siguiendo una de las tradiciones más deleznables de la democracia española, ya le prepara un retiro de oro, un "premio al fracaso" que se repite una y otra vez en la historia moderna de España, pudriendo y degenerando la democracia y la política española.
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