La paradoja más escandalosa de la democracia actual es que, siendo un sistema basado en el protagonismo del ciudadano, que es quien, en teoría, tiene el poder y la soberanía, de hecho maltrata, persigue, esquilma y hasta asesina a ese ciudadano.
La democracia es un sistema que fue ideado para garantizar la libertades y derechos, pero ha quedado tan prostituida en el presente que está obsesionada en fabricar esclavos en una sociedad que dividen, enfrentan, expolian y llenan de odio.
Muchas de las democracias actuales, han evolucionado velozmente hacia una "oligocracia" en la que el poder es ejercido por las "élites" y no por los ciudadanos, que han sido alejados de la política por unos partidos que en su mayoría ejercen, de hecho, un monopolio político ilegítimo y dictatorial.
Una sociedad que no es capaz de fabricar ciudadanos no sólo es una sociedad mal diseñada, sino que, además, nunca puede ser una democracia auténtica. Basados en este principio, muchos pensadores y sociólogos se preguntan ¿Cómo producir ciudadanos?
Hay respuestas para todo y la mayoría de ellas reconocen que el sistema democrático, en la actualidad, tiene un profundo déficit de ciudadanos responsables y participativos, según unos porque el propio sistema político los acosa y los expulsa y según otros porque la sociedad no es capaz de formarlos y de prepararlos para la vida activa.
Nuestra tesis es que el sistema educativo, primero, y la posterior incorporación al sistema laboral son dos escalones importantes, pero insuficientes para la creación de auténticos ciudadanos, que necesitan, además, practicar y formarse activamente mediante la asunción de responsabilidades democráticas concretas.
Para lograrlo, es necesario, primero, eliminar el monopolio que los partidos ejercen sobre la política y permitir que los ciudadanos, por sorteo, asuman responsabilidades que hoy son exclusivas de los partidos, que las utilizan para fortalecer su poder y dominio sobre la sociedad a través de redes de clientelismo e intercambio de favores.
Los adversarios del sorteo, casi siempre miembros de partidos, sostienen que hay que estar preparados para ejercer los cargos públicos, pero es fácil responderles que la única preparación que los partidos exigen es el sometimiento al líder o ser amigos del alcalde, del consejero, del ministro o del secretario general. De hecho, en países como España hay presidentes de gobierno que no saben idiomas, ministros que no poseen títulos superiores, alcaldes que no han cursado ni los estudios básicos y concejales prácticamente analfabetos. ¿Esas son las exigencias?
Para colmo, muchos de esos políticos insuficientemente preparados son corruptos y tiranos.
Los ciudadanos se crean permitiéndoles ejercer su derecho al autogobierno y alentándolos a participar en los procesos de toma de decisiones, recibiendo a cambio la remuneración adecuada. Esa participación debe hacerse al margen de los partidos, como ciudadanos libres de una nación que es el hogar común.
La democracia griega clásica tenía uno de sus pilares en el sistema de sorteo. Todas las responsabilidades se sorteaban, excepto aquellas que requerían una altísima especialización, como eran los cargos de estratega o altos magistrados. El resto, se distribuía por sorteo entre los ciudadanos, cuyos cargos debían durar poco tiempo y, además, ser rotativos, medidas estas también ideadas para evitar que la democracia se corrompiera y se convirtiera en oligocracia, el gobierno en oligarquía.
Los movimientos que pugnan por regenerar la democracia actual, cada día más numerosos y nutridos, deben crear "cafés ciudadanos" y foros cívicos en los que se practique el debate libre, sin censura ni tabúes, pero dominados por la urbanidad. Los debates en libertad forman a los ciudadanos y los capacitan para convivir con sus semejantes, conversar, pensar y, en definitiva, ser libres frente a gobiernos democráticos que prefieren gobernar a ciudadanos aislados, recelosos, asustados y encerrados en sus casas por miedo al exterior.
Es evidente que todos estos planteamientos nobles y auténticamente democráticos chocan de frente con el obsceno monopolio y el uso bastardo que los políticos profesionales, sean de color que sean, están haciendo de la política, ejercida como monopolio por los partidos.
También es obvio que muchos partidos políticos, sobre todo los grandes que gobiernan con frecuencia, ideados para elevar los deseos y necesidades del pueblo hasta las altas instancias del poder, se han transformado en maquinarias inmorales, dictatoriales y preñadas de corrupción que anteponen el poder y sus propios intereses al bien común y que, si lo consideran necesario, maltratan y hasta asesinan a sus pueblos.
Hay partidos decentes, pero son pocos y generalmente pequeños. La mayoría están podridos por un sistema que excluye al ciudadano y otorga a los partidos todo el poder y altas dosis de impunidad.
La más terrible paradoja de nuestro siglo XXI es que los políticos son los principales enemigos de la verdad, la decencia, la justicia, la civilización y del ser humano.
Francisco Rubiales
La democracia es un sistema que fue ideado para garantizar la libertades y derechos, pero ha quedado tan prostituida en el presente que está obsesionada en fabricar esclavos en una sociedad que dividen, enfrentan, expolian y llenan de odio.
Muchas de las democracias actuales, han evolucionado velozmente hacia una "oligocracia" en la que el poder es ejercido por las "élites" y no por los ciudadanos, que han sido alejados de la política por unos partidos que en su mayoría ejercen, de hecho, un monopolio político ilegítimo y dictatorial.
Una sociedad que no es capaz de fabricar ciudadanos no sólo es una sociedad mal diseñada, sino que, además, nunca puede ser una democracia auténtica. Basados en este principio, muchos pensadores y sociólogos se preguntan ¿Cómo producir ciudadanos?
Hay respuestas para todo y la mayoría de ellas reconocen que el sistema democrático, en la actualidad, tiene un profundo déficit de ciudadanos responsables y participativos, según unos porque el propio sistema político los acosa y los expulsa y según otros porque la sociedad no es capaz de formarlos y de prepararlos para la vida activa.
Nuestra tesis es que el sistema educativo, primero, y la posterior incorporación al sistema laboral son dos escalones importantes, pero insuficientes para la creación de auténticos ciudadanos, que necesitan, además, practicar y formarse activamente mediante la asunción de responsabilidades democráticas concretas.
Para lograrlo, es necesario, primero, eliminar el monopolio que los partidos ejercen sobre la política y permitir que los ciudadanos, por sorteo, asuman responsabilidades que hoy son exclusivas de los partidos, que las utilizan para fortalecer su poder y dominio sobre la sociedad a través de redes de clientelismo e intercambio de favores.
Los adversarios del sorteo, casi siempre miembros de partidos, sostienen que hay que estar preparados para ejercer los cargos públicos, pero es fácil responderles que la única preparación que los partidos exigen es el sometimiento al líder o ser amigos del alcalde, del consejero, del ministro o del secretario general. De hecho, en países como España hay presidentes de gobierno que no saben idiomas, ministros que no poseen títulos superiores, alcaldes que no han cursado ni los estudios básicos y concejales prácticamente analfabetos. ¿Esas son las exigencias?
Para colmo, muchos de esos políticos insuficientemente preparados son corruptos y tiranos.
Los ciudadanos se crean permitiéndoles ejercer su derecho al autogobierno y alentándolos a participar en los procesos de toma de decisiones, recibiendo a cambio la remuneración adecuada. Esa participación debe hacerse al margen de los partidos, como ciudadanos libres de una nación que es el hogar común.
La democracia griega clásica tenía uno de sus pilares en el sistema de sorteo. Todas las responsabilidades se sorteaban, excepto aquellas que requerían una altísima especialización, como eran los cargos de estratega o altos magistrados. El resto, se distribuía por sorteo entre los ciudadanos, cuyos cargos debían durar poco tiempo y, además, ser rotativos, medidas estas también ideadas para evitar que la democracia se corrompiera y se convirtiera en oligocracia, el gobierno en oligarquía.
Los movimientos que pugnan por regenerar la democracia actual, cada día más numerosos y nutridos, deben crear "cafés ciudadanos" y foros cívicos en los que se practique el debate libre, sin censura ni tabúes, pero dominados por la urbanidad. Los debates en libertad forman a los ciudadanos y los capacitan para convivir con sus semejantes, conversar, pensar y, en definitiva, ser libres frente a gobiernos democráticos que prefieren gobernar a ciudadanos aislados, recelosos, asustados y encerrados en sus casas por miedo al exterior.
Es evidente que todos estos planteamientos nobles y auténticamente democráticos chocan de frente con el obsceno monopolio y el uso bastardo que los políticos profesionales, sean de color que sean, están haciendo de la política, ejercida como monopolio por los partidos.
También es obvio que muchos partidos políticos, sobre todo los grandes que gobiernan con frecuencia, ideados para elevar los deseos y necesidades del pueblo hasta las altas instancias del poder, se han transformado en maquinarias inmorales, dictatoriales y preñadas de corrupción que anteponen el poder y sus propios intereses al bien común y que, si lo consideran necesario, maltratan y hasta asesinan a sus pueblos.
Hay partidos decentes, pero son pocos y generalmente pequeños. La mayoría están podridos por un sistema que excluye al ciudadano y otorga a los partidos todo el poder y altas dosis de impunidad.
La más terrible paradoja de nuestro siglo XXI es que los políticos son los principales enemigos de la verdad, la decencia, la justicia, la civilización y del ser humano.
Francisco Rubiales
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