
Muchos ciudadanos españoles, abandonados y traicionados por los grandes poderes y las instituciones del Estado, se sienten hoy desamparados y asustados ante el futuro.
La distancia que separa a los líderes políticos del pueblo se agranda cada día más en España, donde la sociedad civil, que en democracia debe funcionar con saludable independencia para actuar como contrapeso del poder político, se encuentra en estado de coma, con la mayoría de sus grandes santuarios y pilares, como son las universidades, los medios de comunicación, los sindicatos y las asociaciones y fundaciones de todo tipo, ocupadas por los políticos o controladas por las administraciones públicas a través de alianzas y subvenciones.
La sociedad española está sometida al poder como en los peores tiempos de su historia y son demasiados los ciudadanos se sienten desamparados y solos ante los muchos peligros que les amenazan.
El crecimiento del desempleo parece indetenible, al igual que la ruina económica de un país donde los políticos se sienten impunes y el gobierno, sin ni siquiera consultar a los ciudadanos, que en teoría son los soberanos del sistema democrático, no ha dudado en empobrecer el país y endeudarlo al menos para las próximas tres generaciones.
La Constitución no es ya una garantía porque es violada con impunidad por los poderosos. Con Cataluña pilotando los desmanes anticonstitucionales, se margina o persigue el idioma común español, se destruye el vital principio de la igualdad y se aprueban leyes fundamentales, como los estatutos con exiguas mayorías, que ni siquiera superan el tercio de la ciudadanía.
Ni uno solo de los controles y cautelas de la democracia funciona ya en España, donde la separación y la competencia de los poderes del Estado no existe; la prensa está cada día más sometida al poder y no puede cumplir ya su misión de informar libremente y crear criterio con independencia; los que mandan, al confeccionar las listas electorales cerradas, son los que eligen a los que van a mandar, sustrayendo al pueblo el sagrado derecho a elegir, garantizado por la democracia; los sindicatos y la patronal están sometidos al poder, que les compensa con rios de dinero público; los valores están en declive; la seguridad ciudadana es cada día más precaria; el olor a corrupción lo inunda todo y España gana puestos cada día en el ranking mundial de la vergüenza; desempleo, prostitución, alcohilismo, tráfico y consumo de drogas, fracaso escolar, población encarcelada, coches oficiales, hipetrofia del Estado, amiguismo y nepotismo en el sector público, ineficiencia de la Justicia y un tenebroso etcétera que genera una desolación y congoja que los ciudadanos no se merecen.
La verdad cruda es que la clase política, la sindical, la empresarial y las grandes instituciones y poderes están fallando y traicionando a los ciudadanos españoles, que cada día se sienten más desvalidos frente al aparato del Estado, sus grandes recursos y sus poderosos aliados.
La democracia española está secuestrada y la sociedad es rehén de las castas dominantes. Los ciudadanos contemplan impotentes los desmanes y no pueden hacer nada por cambiar la situación: el desempleo y la pobreza avanzan imparables; el endeudamiento público es atroz y suicida; las pymes y los autónomos están huérfanos de medidas que les permitan ser el motor de la economía; la patronal, obsesionada por abaratar el despido, es incapaz de crar una economía sin subvenciones; la fragmentación administrativa que provoca el Estado de las Autonomías; los gastos superfluos y el despilfarro del poder político; el amiguismo y el nepotismo, que colocan sin trabajar a miles de enchufados y miembros de los partidos políticos; la incapacidad del gobierno para impulsar esa reforma productiva de nuestro sistema económico que todos demandan, pero que nadie afronta.
Muchos españoles, preocupados por la situación, se preguntan qué ha ocurrido en España para que, en apenas tres décadas, hayamos pasado de la ilusión y el empuje de la Transición a la actual decadencia y tristeza ciudadana. La respuesta es obvia y está delante de nuestros ojos, aunque la propaganda política, ayudada por la ceguera de una sociedad que ya está contaminada por la corrupción y la desmoralización, prentendan ocultarla: España ha dejado de ser un país democrático porque nuestros dirigentes, a traición y a escondidas, la han sustituido por una sucia oligocracia de partidos políticos omnipotentes, verticales y autoritarios.
No hay otra salida que reconstruir la democracia y volver a dotarnos de un Estado justo y equilibrado. Hasta que el ciudadano no recupere el protagonismo que le han arrebatado los políticos y hasta que los partidos políticos y el Estado se sometan a los controles y cautelas que establece la democracia, todos ellos dinamitados en los últimos años, España seguirá siendo una cloaca.
La distancia que separa a los líderes políticos del pueblo se agranda cada día más en España, donde la sociedad civil, que en democracia debe funcionar con saludable independencia para actuar como contrapeso del poder político, se encuentra en estado de coma, con la mayoría de sus grandes santuarios y pilares, como son las universidades, los medios de comunicación, los sindicatos y las asociaciones y fundaciones de todo tipo, ocupadas por los políticos o controladas por las administraciones públicas a través de alianzas y subvenciones.
La sociedad española está sometida al poder como en los peores tiempos de su historia y son demasiados los ciudadanos se sienten desamparados y solos ante los muchos peligros que les amenazan.
El crecimiento del desempleo parece indetenible, al igual que la ruina económica de un país donde los políticos se sienten impunes y el gobierno, sin ni siquiera consultar a los ciudadanos, que en teoría son los soberanos del sistema democrático, no ha dudado en empobrecer el país y endeudarlo al menos para las próximas tres generaciones.
La Constitución no es ya una garantía porque es violada con impunidad por los poderosos. Con Cataluña pilotando los desmanes anticonstitucionales, se margina o persigue el idioma común español, se destruye el vital principio de la igualdad y se aprueban leyes fundamentales, como los estatutos con exiguas mayorías, que ni siquiera superan el tercio de la ciudadanía.
Ni uno solo de los controles y cautelas de la democracia funciona ya en España, donde la separación y la competencia de los poderes del Estado no existe; la prensa está cada día más sometida al poder y no puede cumplir ya su misión de informar libremente y crear criterio con independencia; los que mandan, al confeccionar las listas electorales cerradas, son los que eligen a los que van a mandar, sustrayendo al pueblo el sagrado derecho a elegir, garantizado por la democracia; los sindicatos y la patronal están sometidos al poder, que les compensa con rios de dinero público; los valores están en declive; la seguridad ciudadana es cada día más precaria; el olor a corrupción lo inunda todo y España gana puestos cada día en el ranking mundial de la vergüenza; desempleo, prostitución, alcohilismo, tráfico y consumo de drogas, fracaso escolar, población encarcelada, coches oficiales, hipetrofia del Estado, amiguismo y nepotismo en el sector público, ineficiencia de la Justicia y un tenebroso etcétera que genera una desolación y congoja que los ciudadanos no se merecen.
La verdad cruda es que la clase política, la sindical, la empresarial y las grandes instituciones y poderes están fallando y traicionando a los ciudadanos españoles, que cada día se sienten más desvalidos frente al aparato del Estado, sus grandes recursos y sus poderosos aliados.
La democracia española está secuestrada y la sociedad es rehén de las castas dominantes. Los ciudadanos contemplan impotentes los desmanes y no pueden hacer nada por cambiar la situación: el desempleo y la pobreza avanzan imparables; el endeudamiento público es atroz y suicida; las pymes y los autónomos están huérfanos de medidas que les permitan ser el motor de la economía; la patronal, obsesionada por abaratar el despido, es incapaz de crar una economía sin subvenciones; la fragmentación administrativa que provoca el Estado de las Autonomías; los gastos superfluos y el despilfarro del poder político; el amiguismo y el nepotismo, que colocan sin trabajar a miles de enchufados y miembros de los partidos políticos; la incapacidad del gobierno para impulsar esa reforma productiva de nuestro sistema económico que todos demandan, pero que nadie afronta.
Muchos españoles, preocupados por la situación, se preguntan qué ha ocurrido en España para que, en apenas tres décadas, hayamos pasado de la ilusión y el empuje de la Transición a la actual decadencia y tristeza ciudadana. La respuesta es obvia y está delante de nuestros ojos, aunque la propaganda política, ayudada por la ceguera de una sociedad que ya está contaminada por la corrupción y la desmoralización, prentendan ocultarla: España ha dejado de ser un país democrático porque nuestros dirigentes, a traición y a escondidas, la han sustituido por una sucia oligocracia de partidos políticos omnipotentes, verticales y autoritarios.
No hay otra salida que reconstruir la democracia y volver a dotarnos de un Estado justo y equilibrado. Hasta que el ciudadano no recupere el protagonismo que le han arrebatado los políticos y hasta que los partidos políticos y el Estado se sometan a los controles y cautelas que establece la democracia, todos ellos dinamitados en los últimos años, España seguirá siendo una cloaca.
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