En España se dan todas las condiciones para que el rey invite a formar gobierno a un técnico de prestigio, independiente y sin sometimiento a partido alguno. Los grandes partidos están desprestigiados y asolados por la corrupción y son, en la práctica, inútiles para el gobierno. Los nacionalismos también están descartados porque promueven el odio y la división y carecen de amor a la nación. Los partidos restantes serían incapaces de formar una mayoría solvente para gobernar.
La incapacidad para formar gobierno, la sucesión frustrante de elecciones, el rechazo de los ciudadanos a la clase política, reflejado en las encuestas, la división de la sociedad, la fragmentación del voto y el incremento constante de la abstención y otros votos de protesta indican, sin duda alguna, que el sistema está en crisis, al borde del colapso y carente de legitimidad y respeto.
Los políticos son el gran problema de nuestro tiempo, los culpables de la mayoría de los males de la sociedad, toda una pesadilla para la libertad, el buen gobierno, el ejercicio de la ciudadanía y el verdadero progreso. La experiencia está demostrando, con toda crudeza, que los políticos se han convertido en una casta y que, incapaces de gobernar para el pueblo, anteponen una y mil veces sus propios intereses y los de sus partidos al bien común.
Tenían razón los liberales y los padres de la democracia moderna cuando recelaban de los partidos y de los políticos profesionales porque tendían a defender antes los intereses de una "parte" que los de la totalidad de la nación. Cada día es más evidente que los partidos y sus políticos han llegado para dividir, separar, corromper y gobernar sin justicia, equidad y eficacia. Y también han llegado para quedarse porque no perecen dispuestos a abandonar sus privilegios y muchos de ellos son capaces de aplastar a los ciudadanos que protesten por sus abusos y fracasos, antes que cambiar y regenerarse.
Los políticos, tal como están hoy concebidos, al ser miembros de sus partidos antes de la comunidad, sobran. Y sobran no sólo en España sino en muchos otros países y en todos los ámbitos de la vida. Con una ley igual para todos y con los necesarios recursos para que esa ley se cumpla, nadie necesita que nadie le diga lo que hay que hacer. El político, como persona, lo encarece todo, beneficia a sus familiares y amigos, despilfarra, toma decisiones interesadas, arruina, somete y construye un presente insatisfactorio. Su conducta llega a ser tan perversa que crea problemas para después presentarse ante el pueblo como el que los soluciona.
El político, como persona, es nefasto para los demás y sólo provechoso para él y sus secuaces.
La democracia nació con miedo a los políticos y por eso fue diseñada como un conglomerado de frenos, cautelas y contrapesos destinados a limitar y controlar el poder de los que mandan a través de la ley, la separación e independencia de los poderes, la competencia entre unos y otros, la libertad de expresión, crítica y prensa, la libre elección, una sociedad civil fuerte que sirva de contrapeso al poder y la necesidad de alternancia y de mandatos limitados, entre otras medidas de control del poder. Pero el problema es que los políticos han violado y pervertido la democracia, desactivando la mayoría de esos controles, frenos, cautelas y contrapesos, hasta conseguir que las democracias actuales, falseadas, sean una dictadura camuflada de partidos políticos y de politicos profesionales. En lugar de ser el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la democracia es hoy el gobierno de la clase política, para ellos mismos y sin el pueblo, que has sido exiliados del poder.
Cambiar el sistema significa, sobre todo, eliminar a los políticos y a sus miserables partidos, fuentes de división, arbitrariedad, abuso, injusticia y otros dramas para el ciudadano.
Francisco Rubiales
La incapacidad para formar gobierno, la sucesión frustrante de elecciones, el rechazo de los ciudadanos a la clase política, reflejado en las encuestas, la división de la sociedad, la fragmentación del voto y el incremento constante de la abstención y otros votos de protesta indican, sin duda alguna, que el sistema está en crisis, al borde del colapso y carente de legitimidad y respeto.
Los políticos son el gran problema de nuestro tiempo, los culpables de la mayoría de los males de la sociedad, toda una pesadilla para la libertad, el buen gobierno, el ejercicio de la ciudadanía y el verdadero progreso. La experiencia está demostrando, con toda crudeza, que los políticos se han convertido en una casta y que, incapaces de gobernar para el pueblo, anteponen una y mil veces sus propios intereses y los de sus partidos al bien común.
Tenían razón los liberales y los padres de la democracia moderna cuando recelaban de los partidos y de los políticos profesionales porque tendían a defender antes los intereses de una "parte" que los de la totalidad de la nación. Cada día es más evidente que los partidos y sus políticos han llegado para dividir, separar, corromper y gobernar sin justicia, equidad y eficacia. Y también han llegado para quedarse porque no perecen dispuestos a abandonar sus privilegios y muchos de ellos son capaces de aplastar a los ciudadanos que protesten por sus abusos y fracasos, antes que cambiar y regenerarse.
Los políticos, tal como están hoy concebidos, al ser miembros de sus partidos antes de la comunidad, sobran. Y sobran no sólo en España sino en muchos otros países y en todos los ámbitos de la vida. Con una ley igual para todos y con los necesarios recursos para que esa ley se cumpla, nadie necesita que nadie le diga lo que hay que hacer. El político, como persona, lo encarece todo, beneficia a sus familiares y amigos, despilfarra, toma decisiones interesadas, arruina, somete y construye un presente insatisfactorio. Su conducta llega a ser tan perversa que crea problemas para después presentarse ante el pueblo como el que los soluciona.
El político, como persona, es nefasto para los demás y sólo provechoso para él y sus secuaces.
La democracia nació con miedo a los políticos y por eso fue diseñada como un conglomerado de frenos, cautelas y contrapesos destinados a limitar y controlar el poder de los que mandan a través de la ley, la separación e independencia de los poderes, la competencia entre unos y otros, la libertad de expresión, crítica y prensa, la libre elección, una sociedad civil fuerte que sirva de contrapeso al poder y la necesidad de alternancia y de mandatos limitados, entre otras medidas de control del poder. Pero el problema es que los políticos han violado y pervertido la democracia, desactivando la mayoría de esos controles, frenos, cautelas y contrapesos, hasta conseguir que las democracias actuales, falseadas, sean una dictadura camuflada de partidos políticos y de politicos profesionales. En lugar de ser el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la democracia es hoy el gobierno de la clase política, para ellos mismos y sin el pueblo, que has sido exiliados del poder.
Cambiar el sistema significa, sobre todo, eliminar a los políticos y a sus miserables partidos, fuentes de división, arbitrariedad, abuso, injusticia y otros dramas para el ciudadano.
Francisco Rubiales
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