Hasta ahora no ha parado de intentarlo y sólo lo ha conseguido a medias. Sanchez quiere un PSOE distinto del que pilotaron Felipe González, Alfonso Guerra, Rubalcaba y otros, que se parece al que quiso crear Zapatero pero que va mucho más lejos, mas comunista que socialdemócrata, que se adapta a la democracia porque no tiene otro remedio, pero que aspira a utilizar todos los trucos y posibilidades que permiten las leyes vigentes para mantenerse en el poder para siempre. Su reciente gobierno, apoyado por golpistas, proetarras y totalitarios, ha sido un modelo de lo que él quiere que sea el PSOE, un partido de poder, sin otra ideología que la praxis y el control de la sociedad y el gobierno.
José Antonio Zarzalejos ha escrito recientemente un artículo en el que explica la obsesión de Sánchez por crear un PSOE muevo, a su imagen y semejanza. En ese artículo afirma que con la elaboración de las listas del 28 de abril va a refundar el partido y se va a desprender de adherencias felipistas y guerristas. El presidente va a dejar atrás el protagonismo socialista en la Transición y va a romper las líneas rojas por la izquierda de su partido.
Hasta ahora lo ha intentado, pero sin conseguirlo. Ahora cree que podrá hacerlo y la operación de cambio comenzará con la elaboración de las listas para las elecciones del 28 de abril, de las que desaparecerán todos los restos e influencias del pasado felipista, guerrista y también de los actuales rebeldes y los clásicos del socialismo español. No quiere soportar más oposición interna, como la resistencia reciente de los barones a sus concesiones anticonstitucionales a los golpistas catalanes, que le ha obligado a convocar elecciones, y la que le expulsó de la secretaría general, con Susana Díaz al frente, en octubre de 2016.
Lo único que Sánchez tiene claro es que necesita un PSOE sometido al líder, plenamente domesticado, y está decidido a lograrlo, si los militantes y simpatizantes se atreven a seguirle en su arriesgada y peligrosa aventura.
El mejor ejemplo de su nuevo estilo, más semejante a los del venezolano Maduro y del líder norcoreano Kim Jong-un que a los métodos utilizados en la democracia interna de los partidos en libertad, ha sido la reciente destitución fulminante de José María Barreda como miembro de la Diputación Permanente y de Soraya Rodríguez de su cargo en la Delegación española de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, por haber criticado la figura del "relator", un gesto propio y genuino del "sanchismo" que se avecina.
Quiere inaugurar la nueva etapa con un amplia victoria electoral que cree al alcance de su mano, con unos 120 escaños en las próximas elecciones, lo que demostraría que su camino es el correcto. Quiere también que su triunfo el 28 de abril le permita afrontar las elecciones autonómicas, municipales y europeas de mayo con el partido domesticado y bajo control, con capacidad para colocar a los suyos en los lugares donde se gestiona el poder capilar.
Pero Ciudadanos acaba de propinarle un mazazo que dificulta seriamente su camino hacia el triunfo al proclamar solemnemente que no pactará con Sánchez ni con el PSOE, lo que le deja en manos de sus actuales socios, partidos totalitarios, golpistas y proterroristas ampliamente repudiados por los españoles de bien, lo que convierte su candidatura en "apestada" y en la opción de los que odian a España, una etiqueta que puede ser letal.
Dice Zarzalejos en su artículo que Sánchez, en la elaboración de las listas del día 28 de abril, "no va a tener piedad" y que pretende con ellas vengarse de un partido que se le ha rebelado un par de veces y que no le permite ejercer la dictadura interna que él quiere y cree necesaria.
Como buen enfermo del síndrome de la arrogancia, Sanchez se cree imprescindible, un salvador enviado por los dioses para redimir y salvar a su partidos, a España y al mundo entero. Ese tipo de enfermos no tiene límites en su ambición y representan, según el psiquiatra Owen, uno de los mayores peligros para la política y la civilización.
Francisco Rubiales
José Antonio Zarzalejos ha escrito recientemente un artículo en el que explica la obsesión de Sánchez por crear un PSOE muevo, a su imagen y semejanza. En ese artículo afirma que con la elaboración de las listas del 28 de abril va a refundar el partido y se va a desprender de adherencias felipistas y guerristas. El presidente va a dejar atrás el protagonismo socialista en la Transición y va a romper las líneas rojas por la izquierda de su partido.
Hasta ahora lo ha intentado, pero sin conseguirlo. Ahora cree que podrá hacerlo y la operación de cambio comenzará con la elaboración de las listas para las elecciones del 28 de abril, de las que desaparecerán todos los restos e influencias del pasado felipista, guerrista y también de los actuales rebeldes y los clásicos del socialismo español. No quiere soportar más oposición interna, como la resistencia reciente de los barones a sus concesiones anticonstitucionales a los golpistas catalanes, que le ha obligado a convocar elecciones, y la que le expulsó de la secretaría general, con Susana Díaz al frente, en octubre de 2016.
Lo único que Sánchez tiene claro es que necesita un PSOE sometido al líder, plenamente domesticado, y está decidido a lograrlo, si los militantes y simpatizantes se atreven a seguirle en su arriesgada y peligrosa aventura.
El mejor ejemplo de su nuevo estilo, más semejante a los del venezolano Maduro y del líder norcoreano Kim Jong-un que a los métodos utilizados en la democracia interna de los partidos en libertad, ha sido la reciente destitución fulminante de José María Barreda como miembro de la Diputación Permanente y de Soraya Rodríguez de su cargo en la Delegación española de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, por haber criticado la figura del "relator", un gesto propio y genuino del "sanchismo" que se avecina.
Quiere inaugurar la nueva etapa con un amplia victoria electoral que cree al alcance de su mano, con unos 120 escaños en las próximas elecciones, lo que demostraría que su camino es el correcto. Quiere también que su triunfo el 28 de abril le permita afrontar las elecciones autonómicas, municipales y europeas de mayo con el partido domesticado y bajo control, con capacidad para colocar a los suyos en los lugares donde se gestiona el poder capilar.
Pero Ciudadanos acaba de propinarle un mazazo que dificulta seriamente su camino hacia el triunfo al proclamar solemnemente que no pactará con Sánchez ni con el PSOE, lo que le deja en manos de sus actuales socios, partidos totalitarios, golpistas y proterroristas ampliamente repudiados por los españoles de bien, lo que convierte su candidatura en "apestada" y en la opción de los que odian a España, una etiqueta que puede ser letal.
Dice Zarzalejos en su artículo que Sánchez, en la elaboración de las listas del día 28 de abril, "no va a tener piedad" y que pretende con ellas vengarse de un partido que se le ha rebelado un par de veces y que no le permite ejercer la dictadura interna que él quiere y cree necesaria.
Como buen enfermo del síndrome de la arrogancia, Sanchez se cree imprescindible, un salvador enviado por los dioses para redimir y salvar a su partidos, a España y al mundo entero. Ese tipo de enfermos no tiene límites en su ambición y representan, según el psiquiatra Owen, uno de los mayores peligros para la política y la civilización.
Francisco Rubiales
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