No son pocos los demócratas españoles que, asqueados por la escasa calidad ética y política de la democracia española, habrían votado a Ángela Merkel, el pasado 20 de noviembre, si en los colegios electorales hubieran encontrado papeletas con su nombre.
La clase política española, y todavía más la financiera, que en el caso español casi es lo mismo, pueden agradecer a Merkel que en su lucha para mantener el EURO haya sido coherente con sus propios intereses y en conjunto no les haya mandado al infierno, que es donde deberían estar. Es y hubiera sido fácil hacerlo. Con no aceptar que el BCE comprara los bonos soberanos y negarse a inyectar liquidez a las cajas de ahorros quebradas, en España se hubiera repetido el corralito argentino de los 2000, una catástrofe financiera y humana incalculable. Para cualquier demócrata ilusionado con un futuro mejor, es justo agradecer a la alemana su empeño por salvar el EURO y la ingente deuda española en los bancos europeos y mundiales.
Merkel vio hace tres años que los países europeos del sur, llenos de funcionarios inservibles, enchufados políticos y derroche enloquecido, con gobiernos mentirosos, despilfarradores e incapaces de adoptar medidas razonables, iban a "liquidar" el euro. Ante esa situación, en lugar de optar por abandonar un barco que ya por ntonces estaba gravemente averiado, decidió poner a Alemania al frente del timón para que la misma nación que tantas veces ha sembrado Europa de guerras y matanzas, esta vez fuese la salvadora.
El gran "mal" de España, Grecia, Italia y Portugal ha sido que el mundo “oficial” ha horadado y destruido al mundo “productivo”, al que, por culpa de su avaricia y afición al dinero prestado, ha dejado sin crédito, sin apoyos fiscales y sin territorio para crecer.
Ahora Alemania quiere invertir los términos hasta conseguir que el mundo oficial deje todo el protagonismo y el espacio al mundo productivo, una estrategia que chocaba de frente con los populismos (Berlusconi) y con los socialismos de raiz leninista (Zapatero, Sócrates y Papandreu), para el que el mundo privado productivo no vale nada y para el que nada existe salvo el poder del Estado. Por eso, gracias a Merkel, apayada por la Francia de Sarkozy, el FMI, Estados Unidos y los mercados, los peores sátrapas de Europa han sido expulsados del poder y sustituidos por tecnócratas o políticos que sí creen que la socución del drama está en inyectar poder y fuerza al mundo productivo.
Pero la intervención alemana en favor de los países mal gobernados y tramposos del sur no ha sido gratis. Esa política de sosten tendrá un precio que, bien mirado, también es positivo y saludable para los demócratas y amantes de una política más decente: los países pierden soberanía en favor de un gobierno europeo con poderes reales, con epidentro actual en Berlín y París. Muchos españoles pensarán que es un drama perder soberanía y depender de otros, pero, si se piensa bien, ese avance hacia la integración política europea es lógico y estaba ya contemplado en la creación de la Unión. Pero, para otros muchos la reflexión es más sencilla y brutal: mejor estar gobernados por alemanes trabajadores, solventes y demócratas que por gobiernos que han demostrado hasta el hartazgo su incapacidad, corrupción e insolvencia.
La clase política española, y todavía más la financiera, que en el caso español casi es lo mismo, pueden agradecer a Merkel que en su lucha para mantener el EURO haya sido coherente con sus propios intereses y en conjunto no les haya mandado al infierno, que es donde deberían estar. Es y hubiera sido fácil hacerlo. Con no aceptar que el BCE comprara los bonos soberanos y negarse a inyectar liquidez a las cajas de ahorros quebradas, en España se hubiera repetido el corralito argentino de los 2000, una catástrofe financiera y humana incalculable. Para cualquier demócrata ilusionado con un futuro mejor, es justo agradecer a la alemana su empeño por salvar el EURO y la ingente deuda española en los bancos europeos y mundiales.
Merkel vio hace tres años que los países europeos del sur, llenos de funcionarios inservibles, enchufados políticos y derroche enloquecido, con gobiernos mentirosos, despilfarradores e incapaces de adoptar medidas razonables, iban a "liquidar" el euro. Ante esa situación, en lugar de optar por abandonar un barco que ya por ntonces estaba gravemente averiado, decidió poner a Alemania al frente del timón para que la misma nación que tantas veces ha sembrado Europa de guerras y matanzas, esta vez fuese la salvadora.
El gran "mal" de España, Grecia, Italia y Portugal ha sido que el mundo “oficial” ha horadado y destruido al mundo “productivo”, al que, por culpa de su avaricia y afición al dinero prestado, ha dejado sin crédito, sin apoyos fiscales y sin territorio para crecer.
Ahora Alemania quiere invertir los términos hasta conseguir que el mundo oficial deje todo el protagonismo y el espacio al mundo productivo, una estrategia que chocaba de frente con los populismos (Berlusconi) y con los socialismos de raiz leninista (Zapatero, Sócrates y Papandreu), para el que el mundo privado productivo no vale nada y para el que nada existe salvo el poder del Estado. Por eso, gracias a Merkel, apayada por la Francia de Sarkozy, el FMI, Estados Unidos y los mercados, los peores sátrapas de Europa han sido expulsados del poder y sustituidos por tecnócratas o políticos que sí creen que la socución del drama está en inyectar poder y fuerza al mundo productivo.
Pero la intervención alemana en favor de los países mal gobernados y tramposos del sur no ha sido gratis. Esa política de sosten tendrá un precio que, bien mirado, también es positivo y saludable para los demócratas y amantes de una política más decente: los países pierden soberanía en favor de un gobierno europeo con poderes reales, con epidentro actual en Berlín y París. Muchos españoles pensarán que es un drama perder soberanía y depender de otros, pero, si se piensa bien, ese avance hacia la integración política europea es lógico y estaba ya contemplado en la creación de la Unión. Pero, para otros muchos la reflexión es más sencilla y brutal: mejor estar gobernados por alemanes trabajadores, solventes y demócratas que por gobiernos que han demostrado hasta el hartazgo su incapacidad, corrupción e insolvencia.
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