El denigrante hostigamiento fascista y dictatorial de Montilla, coreado por El Periódico y El País contra la COPE, muestra claro el “talante” de estos hijos del franquismo, herederos de aquella disposición a la libertad de expresión y libre pensamiento.
Estos comienzos del XXI están resultando convulsos y confusos. Especialmente, en tiempos de crisis, como estos, conviene tener muy presente la lección de la Historia. Hay una pléyade de ingenuos e ilusos que han abrazado la militancia de la imposición. Insisten en llamarse liberales demócratas y pisotean la libertad, se proclaman libres y honrados y se zambullen en la corrupción, se autoproclaman progresistas e ignoran el significado del verbo “progredior” y, aún así, en su prepotente osadía, alteran la historia a su conveniencia, retrotraen los hechos a sus gustos ideológicos y hasta reescriben y reinventan el pasado en los libros de texto y, en su discurso, se empeñan en llamar civilización a la barbarie. Y como decía Lincoln, con la Historia se puede jugar, tratar de acomodar o “hacer cualquier cosa, pero jamás escapar de ella”.
Irremediablemente se huele el instinto que exhala esa izquierda catalanista. Su anclaje obsesivo en el guerracivilismo no los deja dormir, ni enterarse del hecho fecundo de la transición, pero les permite viajar a Perpiñán. Hay, en el ambiente degradado español, un olor muy profundo, hondo y putrefacto. El “progresismo” nacionalista y socialista anda anudado por las cadenas de sus dependencias y posturas y en su arrastre encuentra otras militancias políticas que lo secundan sumisas. Con su mentalidad y con su Estatuto, traen el desmenbramiento de esta España que, con esfuerzo, se forjó y el pueblo ha establecido ilusionado y buscan el encaje de un nuevo reparto del poder en una nación que hacen analfabeta, para intervenirla y amarrarla.
Y, en estas albricias, obnubilados de su audacia e irrefrenable animosidad se atreven a enviar una delegación de la Generalidad al Vaticano, al que denigran y desoyen, para quejarse de los mensajes que emite la COPE y, de camino, pedirle al Papa que use el catalán en las ocasiones significativas. ¿Tendrán estos ilusos idea del ridículo? Claro, en su maliciosa torpeza, no cayeron en la cuenta de que se les preguntaría por el trato que ellos hacen de la Religión y de la Educación en Cataluña. ¿Y qué respondieron? ¿Presentarían la protesta también contra su propia desgraciada actuación?
Esto que presenciamos es inaudito. Lo cuentan y no se cree. Y, en medio de todo el desbarajuste, danzan uno que no obtuvo votos para gobernar en la Autonomía Catalana y otro que sólo tiene un haz minúsculo de votantes. Estamos en el “Quousque tandem” de Cicerón: “¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia?
Es preciso, es perentorio; hay que reformar la ley electoral. No se pueden permitir las componendas y manejos postelectorales. Es urgente la Reforma.
Camilo Valverde Mudarra
Estos comienzos del XXI están resultando convulsos y confusos. Especialmente, en tiempos de crisis, como estos, conviene tener muy presente la lección de la Historia. Hay una pléyade de ingenuos e ilusos que han abrazado la militancia de la imposición. Insisten en llamarse liberales demócratas y pisotean la libertad, se proclaman libres y honrados y se zambullen en la corrupción, se autoproclaman progresistas e ignoran el significado del verbo “progredior” y, aún así, en su prepotente osadía, alteran la historia a su conveniencia, retrotraen los hechos a sus gustos ideológicos y hasta reescriben y reinventan el pasado en los libros de texto y, en su discurso, se empeñan en llamar civilización a la barbarie. Y como decía Lincoln, con la Historia se puede jugar, tratar de acomodar o “hacer cualquier cosa, pero jamás escapar de ella”.
Irremediablemente se huele el instinto que exhala esa izquierda catalanista. Su anclaje obsesivo en el guerracivilismo no los deja dormir, ni enterarse del hecho fecundo de la transición, pero les permite viajar a Perpiñán. Hay, en el ambiente degradado español, un olor muy profundo, hondo y putrefacto. El “progresismo” nacionalista y socialista anda anudado por las cadenas de sus dependencias y posturas y en su arrastre encuentra otras militancias políticas que lo secundan sumisas. Con su mentalidad y con su Estatuto, traen el desmenbramiento de esta España que, con esfuerzo, se forjó y el pueblo ha establecido ilusionado y buscan el encaje de un nuevo reparto del poder en una nación que hacen analfabeta, para intervenirla y amarrarla.
Y, en estas albricias, obnubilados de su audacia e irrefrenable animosidad se atreven a enviar una delegación de la Generalidad al Vaticano, al que denigran y desoyen, para quejarse de los mensajes que emite la COPE y, de camino, pedirle al Papa que use el catalán en las ocasiones significativas. ¿Tendrán estos ilusos idea del ridículo? Claro, en su maliciosa torpeza, no cayeron en la cuenta de que se les preguntaría por el trato que ellos hacen de la Religión y de la Educación en Cataluña. ¿Y qué respondieron? ¿Presentarían la protesta también contra su propia desgraciada actuación?
Esto que presenciamos es inaudito. Lo cuentan y no se cree. Y, en medio de todo el desbarajuste, danzan uno que no obtuvo votos para gobernar en la Autonomía Catalana y otro que sólo tiene un haz minúsculo de votantes. Estamos en el “Quousque tandem” de Cicerón: “¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia?
Es preciso, es perentorio; hay que reformar la ley electoral. No se pueden permitir las componendas y manejos postelectorales. Es urgente la Reforma.
Camilo Valverde Mudarra