Desde hace una semana, estamos contemplando cómo se hacen impugnaciones en la otra margen del Estrecho, a pocos kilómetros de nuestras costas, a cargo de casi todos los pueblos que componen el Magreb y la franja del Norte de África: Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Jordania, Líbano, Kuwait, Arabia Saudí y Yemen. Un contagio que no sabemos hasta dónde puede llegar, pero que hasta hoy, por parte del pueblo, parece haberse mantenido en el límite de lo razonable.
¿Es bueno impugnar algo a alguien, o es preferible la pasividad, la inmovilidad, el silencio y el conformismo? La impugnación es buena y síntoma de vitalidad, de movimiento, de conciencia despierta, de gente vivaz. Ver a la gente levantarse contra la injusticia, contra lo que va mal, contra los abusos, contra la corrupción, contra la mentira, es bueno. Peor es ver a la gente dormida, domesticada, narcotizada, alcoholizada, sumisa, desmotivada...
Es posible que a nosotros los mayores nos vaya más el orden establecido, el ahorro bancario, la paz callejera, la tranquilidad familiar, la seguridad constituida, la comodidad en la vivienda. Y es normal que temamos que con las impugnaciones vuelen los cristales, los contenedores, los cajeros, las aulas de la Universidad... Porque es justo que las personas que han empleado su vida en el trabajo, en conseguir una pensión, en formar a los hijos, en crear instituciones benéficas, en ofrecer servicios cívicos...tengan su recompensa y recojan el fruto en la jubilación.
No obstante, es obligado hacer la pregunta a una mayoría de españoles: ¿Es que no tenemos nada que impugnar? Podemos llamar la atención sobre los escándalos de los salarios multimillonarios a políticos, a banqueros, a deportistas, a empresarios... mientras cinco millones de parados se mueren de inanición. Merece una impugnación distribuir mejor las viviendas, la producción, los trabajos, los salarios, los beneficios, las responsabilidades.
Las impugnaciones del Magreb nos pueden enseñar muchas lecciones. El que impugna, ama, y quien mucho impugna, ama mucho. Lo que no se entiende es cómo los mismos impugnados, que dicen amar tanto al pueblo, no bajan a la plaza a gritar: ¡“Tenéis razón, hermanos musulmanes, hemos abusado de vuestros poderes, hemos administrado mal vuestras riquezas, nos hemos aprovechado de vuestra confianza, os hemos engañado mil veces.”! El Magreb debería hacernos reflexionar a todos. El pueblo egipcio y el pueblo tunecino se ha echado a la calle diciendo que “todo va mal”, posiblemente porque los políticos les han venido diciendo que “todo iba bien”.
JUAN LEIVA
¿Es bueno impugnar algo a alguien, o es preferible la pasividad, la inmovilidad, el silencio y el conformismo? La impugnación es buena y síntoma de vitalidad, de movimiento, de conciencia despierta, de gente vivaz. Ver a la gente levantarse contra la injusticia, contra lo que va mal, contra los abusos, contra la corrupción, contra la mentira, es bueno. Peor es ver a la gente dormida, domesticada, narcotizada, alcoholizada, sumisa, desmotivada...
Es posible que a nosotros los mayores nos vaya más el orden establecido, el ahorro bancario, la paz callejera, la tranquilidad familiar, la seguridad constituida, la comodidad en la vivienda. Y es normal que temamos que con las impugnaciones vuelen los cristales, los contenedores, los cajeros, las aulas de la Universidad... Porque es justo que las personas que han empleado su vida en el trabajo, en conseguir una pensión, en formar a los hijos, en crear instituciones benéficas, en ofrecer servicios cívicos...tengan su recompensa y recojan el fruto en la jubilación.
No obstante, es obligado hacer la pregunta a una mayoría de españoles: ¿Es que no tenemos nada que impugnar? Podemos llamar la atención sobre los escándalos de los salarios multimillonarios a políticos, a banqueros, a deportistas, a empresarios... mientras cinco millones de parados se mueren de inanición. Merece una impugnación distribuir mejor las viviendas, la producción, los trabajos, los salarios, los beneficios, las responsabilidades.
Las impugnaciones del Magreb nos pueden enseñar muchas lecciones. El que impugna, ama, y quien mucho impugna, ama mucho. Lo que no se entiende es cómo los mismos impugnados, que dicen amar tanto al pueblo, no bajan a la plaza a gritar: ¡“Tenéis razón, hermanos musulmanes, hemos abusado de vuestros poderes, hemos administrado mal vuestras riquezas, nos hemos aprovechado de vuestra confianza, os hemos engañado mil veces.”! El Magreb debería hacernos reflexionar a todos. El pueblo egipcio y el pueblo tunecino se ha echado a la calle diciendo que “todo va mal”, posiblemente porque los políticos les han venido diciendo que “todo iba bien”.
JUAN LEIVA