En Matarredonda (Sevilla), allá por los años 50, tenía un compañero que se sentaba en las tardes de verano en la plaza del pueblo, para echar la partida de dominó con los amigos. Y me contaba que uno de los jugadores, propietario de una gran finca, se quejaba habitualmente de que le robaban tierras. Unos vecinos pelendrines le movían de día las estacas linderas y de noche las colocaban más adentro. Los compañeros se reían y le decían: “¿Pero cómo puede ser eso?” Y él les contestaba siempre con la misma muletilla: “De día me las menean, y de noche me las sacan... las estacas.”
A esta España nuestra le está ocurriendo algo parecido con los pelendrines de Gibraltar. El Peñón fue arrebatado por las fuerzas anglo-holandesas en 1704. En 1713, el Tratado de Utrech obligaba a España a ceder sólo la ciudad y el castillo de Gibraltar, y Menorca. Previamente, los ingleses ya habían obligado a España al llamado “Asiento de negros” y “Navío de permisos”. Menorca se recuperó, pero Gibraltar aún está en manos de los ingleses, porque les interesa más el inexpugnable Peñón como formidable fortín y gran taller de los submarinos.
Desde entonces, los ingleses no han parado de mover las fronteras y robarle tierras y millas marinas a España, convirtiéndolas en campo de aviación, en un gran puerto comercial y en el varadero de los submarinos nucleares ingleses y de la OTAN. Han hecho el paripé de reconocer la autonomía de los “yanitos” (con “y” griega” que es como la pronuncian ellos), para espantar la vergüenza de ser la última colonia que se mantiene en Europa. A cambio, le guardan las espaldas y protegen a los gibraltareños en el caso de que España se empeñara en recuperar la colonia británica.
En 1950, Gran Bretaña dotó a Gibraltar de un Consejo Legislativo y un Consejo Ejecutivo. Cuatro años más tarde, la Reina Isabel II, contra las objeciones de España, inauguraba las dos cámaras y, poco después, se reformaba la Constitución y se convocaba un referéndum en 1967 para determinar pasar a la soberanía española o retener sus lazos con Gran Bretaña y seguir su proceso de autodeterminación. Sólo 44 “yanitos” pidieron pertenecer a España. Y 12.138 votaron por Gran Bretaña.
Ni siquiera Franco se atrevió a protestar, porque temía caer en desgracia de los ingleses. Lo único que hizo fue cerrar la frontera, lo cual perjudicó más a los trabajadores linenses que a los propios gibraltareños. Hizo, además, la mayor inversión que se ha conocido en el Campo de Gibraltar, convirtiéndola en zona industrial. Pero en pocos años, más de 30.000 personas emigraron de La Línea a países de todo el mundo para buscar trabajo.
Llegamos a la España democrática y ningún gobierno de España se ha tomado en serio el contencioso gibraltareño. Para colmo, el Gobierno actual le brinda en bandeja un tripartito donde ellos son tan dueños como España y tan conquistadores como Inglaterra. Los tres buscan intereses particulares: los yanitos, ser soberanos; Gran Bretaña, seguir disponiendo de su base y de su taller; y el Gobierno de España, seguir en el poder a costa de lo que sea. “De día me las menean y de noche me las sacan... las estacas.”
JUAN LEIVA
A esta España nuestra le está ocurriendo algo parecido con los pelendrines de Gibraltar. El Peñón fue arrebatado por las fuerzas anglo-holandesas en 1704. En 1713, el Tratado de Utrech obligaba a España a ceder sólo la ciudad y el castillo de Gibraltar, y Menorca. Previamente, los ingleses ya habían obligado a España al llamado “Asiento de negros” y “Navío de permisos”. Menorca se recuperó, pero Gibraltar aún está en manos de los ingleses, porque les interesa más el inexpugnable Peñón como formidable fortín y gran taller de los submarinos.
Desde entonces, los ingleses no han parado de mover las fronteras y robarle tierras y millas marinas a España, convirtiéndolas en campo de aviación, en un gran puerto comercial y en el varadero de los submarinos nucleares ingleses y de la OTAN. Han hecho el paripé de reconocer la autonomía de los “yanitos” (con “y” griega” que es como la pronuncian ellos), para espantar la vergüenza de ser la última colonia que se mantiene en Europa. A cambio, le guardan las espaldas y protegen a los gibraltareños en el caso de que España se empeñara en recuperar la colonia británica.
En 1950, Gran Bretaña dotó a Gibraltar de un Consejo Legislativo y un Consejo Ejecutivo. Cuatro años más tarde, la Reina Isabel II, contra las objeciones de España, inauguraba las dos cámaras y, poco después, se reformaba la Constitución y se convocaba un referéndum en 1967 para determinar pasar a la soberanía española o retener sus lazos con Gran Bretaña y seguir su proceso de autodeterminación. Sólo 44 “yanitos” pidieron pertenecer a España. Y 12.138 votaron por Gran Bretaña.
Ni siquiera Franco se atrevió a protestar, porque temía caer en desgracia de los ingleses. Lo único que hizo fue cerrar la frontera, lo cual perjudicó más a los trabajadores linenses que a los propios gibraltareños. Hizo, además, la mayor inversión que se ha conocido en el Campo de Gibraltar, convirtiéndola en zona industrial. Pero en pocos años, más de 30.000 personas emigraron de La Línea a países de todo el mundo para buscar trabajo.
Llegamos a la España democrática y ningún gobierno de España se ha tomado en serio el contencioso gibraltareño. Para colmo, el Gobierno actual le brinda en bandeja un tripartito donde ellos son tan dueños como España y tan conquistadores como Inglaterra. Los tres buscan intereses particulares: los yanitos, ser soberanos; Gran Bretaña, seguir disponiendo de su base y de su taller; y el Gobierno de España, seguir en el poder a costa de lo que sea. “De día me las menean y de noche me las sacan... las estacas.”
JUAN LEIVA
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