Desgraciadamente, hay historias que se repiten. En 1994, España vivió días de pesimismo, debido a una crisis que nos instalaba en la recesión y nos situaba bajo la penumbra de la depresión. Ahora, quince años más tarde, los últimos datos del paro, registrados la semana pasada, acusan ya más de cuatro millones los españoles que han caído en el insondable pozo del paro. Como siempre, Andalucía alcanza las cotas menos deseadas, pues casi un quinto por ciento de la población en paro es andaluza y, en esa quinta parte, de cada diez nuevos parados andaluces, ocho son mujeres.
Cuatro millones de parados es demasiado para un país como el nuestro. Uno se pone en la situación de esos cuatro millones que cada mañana se levantan en paro y acaba concluyendo que es peligrosamente chirriante. Cuatro millones de españoles que se levantan cada mañana sin horizontes; cuatro millones de compatriotas que buscan en los periódicos una oferta de lo que sea; cuatro millones de hermanos que recorren todos los 10 de cada mes las oficinas del INEM sin esperanza; cuatro millones de familias que aguardan cada día una señal de recuperación.
El Gobierno insinúa que la pesadilla pasará a partir del verano, o sea, dentro de seis meses; la patronal urge una reforma laboral que acabe con la situación, o sea, ocho o diez meses; y los sindicatos piden nuevos planes de inversiones públicas, o sea, un año. Las reservas de divisas que, teóricamente, deberían prever la catástrofe, se están terminando. La misma caja sagrada de las pensiones está en peligro. Y los años de cotización aumentan para frenar las jubilaciones. Hay que contener el gasto público y bajar los sueldos millonarios y no aumentar el paro que es lo que se hace siempre.
El paro razonable no es un lujo, es una necesidad; hasta los campos se paran para que maduren las cosechas después de la siembra. Pero el paro imprevisto es una desgracia cuando cae sobre un país que no ha sembrado. Hay gente que se adapta al paro como si fuera una profesión; de eso hay bastantes, los llamados parásitos de la sociedad. Tampoco es un huir hacia adelante, porque terminará sin que nadie le crea. Y, mucho menos, esconder la cabeza bajo el ala, evadiendo las responsabilidades.
Los sindicatos, la patronal y el gobierno deberían agudizar sus previsiones para organizar la caja de compensación que evite la lacra del paro con nuevas actividades. No todo depende del dinero, porque lo que da belleza, sentido y densidad a la vida es el trabajo. Y la formación y la preparación las que hacen que una persona pueda sembrar, para recolectar los beneficios necesarios para vivir.
Esa tarea es del gobierno, de los sindicatos y de la patronal, a los cuales elegimos para que administren bien los recursos que el trabajo proporciona. Sería irresponsabilidad, cuando llega el paro, echar las culpas a otros países, a la crisis o a los que pagan religiosamente sus impuestos. Lo que no puede permitir un gobierno es que el país se quede paralizado, en paro, en inactividad y ¡el último que arree!.
JUAN LEIVA
Cuatro millones de parados es demasiado para un país como el nuestro. Uno se pone en la situación de esos cuatro millones que cada mañana se levantan en paro y acaba concluyendo que es peligrosamente chirriante. Cuatro millones de españoles que se levantan cada mañana sin horizontes; cuatro millones de compatriotas que buscan en los periódicos una oferta de lo que sea; cuatro millones de hermanos que recorren todos los 10 de cada mes las oficinas del INEM sin esperanza; cuatro millones de familias que aguardan cada día una señal de recuperación.
El Gobierno insinúa que la pesadilla pasará a partir del verano, o sea, dentro de seis meses; la patronal urge una reforma laboral que acabe con la situación, o sea, ocho o diez meses; y los sindicatos piden nuevos planes de inversiones públicas, o sea, un año. Las reservas de divisas que, teóricamente, deberían prever la catástrofe, se están terminando. La misma caja sagrada de las pensiones está en peligro. Y los años de cotización aumentan para frenar las jubilaciones. Hay que contener el gasto público y bajar los sueldos millonarios y no aumentar el paro que es lo que se hace siempre.
El paro razonable no es un lujo, es una necesidad; hasta los campos se paran para que maduren las cosechas después de la siembra. Pero el paro imprevisto es una desgracia cuando cae sobre un país que no ha sembrado. Hay gente que se adapta al paro como si fuera una profesión; de eso hay bastantes, los llamados parásitos de la sociedad. Tampoco es un huir hacia adelante, porque terminará sin que nadie le crea. Y, mucho menos, esconder la cabeza bajo el ala, evadiendo las responsabilidades.
Los sindicatos, la patronal y el gobierno deberían agudizar sus previsiones para organizar la caja de compensación que evite la lacra del paro con nuevas actividades. No todo depende del dinero, porque lo que da belleza, sentido y densidad a la vida es el trabajo. Y la formación y la preparación las que hacen que una persona pueda sembrar, para recolectar los beneficios necesarios para vivir.
Esa tarea es del gobierno, de los sindicatos y de la patronal, a los cuales elegimos para que administren bien los recursos que el trabajo proporciona. Sería irresponsabilidad, cuando llega el paro, echar las culpas a otros países, a la crisis o a los que pagan religiosamente sus impuestos. Lo que no puede permitir un gobierno es que el país se quede paralizado, en paro, en inactividad y ¡el último que arree!.
JUAN LEIVA
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