Hace dos mil años, alguien dijo que “es imposible servir a Dios y al dinero”; una opción excluye a la otra. Los judíos se mofaron como si se tratara de una moralina arcaica fuera de la modernidad romana. Sus dirigentes, a costa de la usura, conseguían enriquecerse. Veinte siglos después, los socialdemócratas reiteraban que reunir dinero era una actividad lícita y buena. Y muchos han seguido el consejo con éxito. Últimamente, Europa invitó también a los países del continente para que aceptaran formar parte de una nueva demarcación, rica y poderosa, titulada “la zona euro”. Parecía que lo estaba consiguiendo, pero el batacazo ha sido tan formidable, que se ha confundido la mediocridad de los ricos con la sabiduría de los sabios.
Al dios del dinero se le llama en la Biblia el “dios Macmóm”y se le asimila al “becerro de oro”; “el dios falso de la mediocridad”. Han confundido el dinero con el poderío, la musculatura con la salud, el deportista con el héroe, el listillo con el docto… Pero, detrás de todos estos prohombres, aparecen inútiles banqueros, torpes habilidosos, ruines artífices, arteros astutos; en una palabra, una legión de mediocres. El dinero, por sí mismo, no es ni bueno ni malo: es un instrumento ideado por el hombre para traficar con los productos, con la técnica, con los servicios, con el trabajo, con las personas…
Bien utilizado, puede convertirse en una fuente de bien, en una mina de beneficios, en un caudal de utilidades; pero, mal utilizado, es un manantial de discordias, de recelos, de crisis, de guerras, de armamentos… Y eso no lo arregla la democracia, ni la señora Merkel, ni el Banco Central Europeo, ni la ONU, ni el cambio del partido en el poder, ni la sustitución del rey por la República, ni Mas con amenazas de ruptura con España. Los gestores son los mismos perros con distintos collares; un grupo de mediatintas que sólo creen en el dinero.
La riqueza, adueñada de la persona humana, nos vuelve brutos, zafios, groseros, malas personas.Y la modestia nos permite trabajar honradamente, aprender y recrear nuevas personas.. La palabra “pobre” ha sido tergiversada continuamente. Para muchos, pobre es el desarrapado, el de vestidos sucios, el mal pagado, el desempleado, el hambriento, el niño o el adulto abandonado; en una palabra, el miserable.
Los revolucionarios que convierten la Iglesia de los pobres en una ONG o en la lucha de clases, la colocan a cien años de retraso del marxismo. La frase bíblica “Bienaventurados los pobres”se refiere a toda persona honesta: al ministro, al obispo, al médico, al maestro, a los padres, a los hijos, al campesino, al industrial, al viejo, al joven, al poeta, al obrero y, por supuesto, al desarrapado y al enfermo. La persona humana que acepta la pobreza, entra en el misterio de “ser criatura” y “no en ser dueño de las cosas”. Yo creo que la pobreza no es una estafa para cosechar dinero; es el fruto de una vida”.
JUAN LEIVA
Al dios del dinero se le llama en la Biblia el “dios Macmóm”y se le asimila al “becerro de oro”; “el dios falso de la mediocridad”. Han confundido el dinero con el poderío, la musculatura con la salud, el deportista con el héroe, el listillo con el docto… Pero, detrás de todos estos prohombres, aparecen inútiles banqueros, torpes habilidosos, ruines artífices, arteros astutos; en una palabra, una legión de mediocres. El dinero, por sí mismo, no es ni bueno ni malo: es un instrumento ideado por el hombre para traficar con los productos, con la técnica, con los servicios, con el trabajo, con las personas…
Bien utilizado, puede convertirse en una fuente de bien, en una mina de beneficios, en un caudal de utilidades; pero, mal utilizado, es un manantial de discordias, de recelos, de crisis, de guerras, de armamentos… Y eso no lo arregla la democracia, ni la señora Merkel, ni el Banco Central Europeo, ni la ONU, ni el cambio del partido en el poder, ni la sustitución del rey por la República, ni Mas con amenazas de ruptura con España. Los gestores son los mismos perros con distintos collares; un grupo de mediatintas que sólo creen en el dinero.
La riqueza, adueñada de la persona humana, nos vuelve brutos, zafios, groseros, malas personas.Y la modestia nos permite trabajar honradamente, aprender y recrear nuevas personas.. La palabra “pobre” ha sido tergiversada continuamente. Para muchos, pobre es el desarrapado, el de vestidos sucios, el mal pagado, el desempleado, el hambriento, el niño o el adulto abandonado; en una palabra, el miserable.
Los revolucionarios que convierten la Iglesia de los pobres en una ONG o en la lucha de clases, la colocan a cien años de retraso del marxismo. La frase bíblica “Bienaventurados los pobres”se refiere a toda persona honesta: al ministro, al obispo, al médico, al maestro, a los padres, a los hijos, al campesino, al industrial, al viejo, al joven, al poeta, al obrero y, por supuesto, al desarrapado y al enfermo. La persona humana que acepta la pobreza, entra en el misterio de “ser criatura” y “no en ser dueño de las cosas”. Yo creo que la pobreza no es una estafa para cosechar dinero; es el fruto de una vida”.
JUAN LEIVA
Comentarios: