Mi amigo se llama Manolo y nos vemos con frecuencia. Vive con total normalidad, pero se le escapa, de vez en cuando, un rictus, una sonrisa del alma, como si midiera la vida con otros parámetros que lo hacemos nosotros. Manolo podía estar muerto desde hace años. Su corazón se estropeó antes de tiempo y le dijeron que la única solución era un trasplante de corazón. Y, afortunadamente, se lo hicieron y, desde entonces, Manolo se levanta cada mañana dando gracias a Dios, a su donante y a la vida.
Desde 1968, el Prof. Barnard venía haciendo trasplantes en varios países, generalmente con éxito, aunque también con muchos rechazos. Hoy se siguen haciendo trasplantes de corazón, pero el problema, afortunadamente, no son los rechazos, aunque los haya; el problema son los donantes. Cada día necesitamos más donaciones de corazón para prolongar la vida de personas que desean seguir viviendo. Es como nacer de nuevo, como llegar a la playa sobre una tabla salvadora que le han puesto en el pecho.
Eso de “dame tu corazón”, que decimos tantas veces en nuestra vida, no es una frase romántica, es un grito real que miles de personas dan cada día pidiendo el corazón de los que ya no lo necesitan. Son órganos vivos que podrían prolongar la vida de muchas personas, pero por ignorancia o por descuido, van generalmente al crematorio. Bastaría que tuviéramos una corazonada –nunca mejor dicho- y donáramos nuestro corazón y nuestros órganos cuando ya no lo necesitamos.
El músculo más sensible del cuerpo humano, órgano central del aparato circulatorio, es el corazón. Nosotros estábamos acostumbrados a pensar que el corazón es la sede de la sensibilidad afectiva, donde radica el amor o el odio de la persona. Lo bueno es que eso es verdad, que el corazón es la caja de resonancia de todos nuestros afectos y desafectos, de nuestras alegrías y de nuestras tristezas, de nuestras esperanzas y de nuestras desesperanzas. Pero ahora sabemos que es, además, el músculo más importante del cuerpo humano y la sede de la sensibilidad afectiva.
Cada vez que nos sentimos atraídos o rechazados por el amor, cada vez que somos movidos por la generosidad o el egoísmo, cada vez que hacemos un acto de amor o de desamor, nuestro corazón físico se llena de vida o de miedo. Son movimientos sensibles que percibe nuestro músculo central. Por eso, sería bueno purificar de vez en cuando nuestro corazón y limpiarlo de tantas impurezas y egoísmos.
En muchas provincias de España, ya existen centros donde se fomenta y se administran las donaciones de corazón. Sin embargo, en la provincia de Cádiz, aún no tenemos un centro donde se gestione la donación de corazones. Y es urgente que lo haya, porque muchos enfermos dependen del hilo esperanzador que, en cualquier lugar de nuestra geografía, una persona que ya no lo necesita ha donado su corazón.
JUAN LEIVA
Desde 1968, el Prof. Barnard venía haciendo trasplantes en varios países, generalmente con éxito, aunque también con muchos rechazos. Hoy se siguen haciendo trasplantes de corazón, pero el problema, afortunadamente, no son los rechazos, aunque los haya; el problema son los donantes. Cada día necesitamos más donaciones de corazón para prolongar la vida de personas que desean seguir viviendo. Es como nacer de nuevo, como llegar a la playa sobre una tabla salvadora que le han puesto en el pecho.
Eso de “dame tu corazón”, que decimos tantas veces en nuestra vida, no es una frase romántica, es un grito real que miles de personas dan cada día pidiendo el corazón de los que ya no lo necesitan. Son órganos vivos que podrían prolongar la vida de muchas personas, pero por ignorancia o por descuido, van generalmente al crematorio. Bastaría que tuviéramos una corazonada –nunca mejor dicho- y donáramos nuestro corazón y nuestros órganos cuando ya no lo necesitamos.
El músculo más sensible del cuerpo humano, órgano central del aparato circulatorio, es el corazón. Nosotros estábamos acostumbrados a pensar que el corazón es la sede de la sensibilidad afectiva, donde radica el amor o el odio de la persona. Lo bueno es que eso es verdad, que el corazón es la caja de resonancia de todos nuestros afectos y desafectos, de nuestras alegrías y de nuestras tristezas, de nuestras esperanzas y de nuestras desesperanzas. Pero ahora sabemos que es, además, el músculo más importante del cuerpo humano y la sede de la sensibilidad afectiva.
Cada vez que nos sentimos atraídos o rechazados por el amor, cada vez que somos movidos por la generosidad o el egoísmo, cada vez que hacemos un acto de amor o de desamor, nuestro corazón físico se llena de vida o de miedo. Son movimientos sensibles que percibe nuestro músculo central. Por eso, sería bueno purificar de vez en cuando nuestro corazón y limpiarlo de tantas impurezas y egoísmos.
En muchas provincias de España, ya existen centros donde se fomenta y se administran las donaciones de corazón. Sin embargo, en la provincia de Cádiz, aún no tenemos un centro donde se gestione la donación de corazones. Y es urgente que lo haya, porque muchos enfermos dependen del hilo esperanzador que, en cualquier lugar de nuestra geografía, una persona que ya no lo necesita ha donado su corazón.
JUAN LEIVA