En el mundo actual, parece que la maldad se ha instalado como fuerza dominante, manifestándose en la codicia desmedida, la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno y la búsqueda implacable del poder y riqueza a cualquier precio.
Las noticias están repletas de ejemplos: conflictos armados que desplazan a millones, sistemas económicos que perpetúan la desigualdad y una desconexión creciente entre las personas, alimentada por el individualismo y la tecnología mal empleada.
Esta oscuridad se nutre de la apatía colectiva, donde el bienestar personal se antepone al bien común, y la empatía se desvanece frente a la comodidad o el beneficio propio. Es como si la humanidad hubiera olvidado que su fortaleza radica en la solidaridad y no en la competencia despiadada.
La ausencia de valores agrava aún más este panorama sombrío. Principios como la honestidad, la compasión y la responsabilidad han sido relegados, reemplazados por una cultura de superficialidad y relativismo moral.
Las nuevas generaciones crecen en un entorno donde el éxito se mide en likes, riqueza o influencia, en lugar de integridad o contribución a la sociedad. Las instituciones que alguna vez sirvieron como brújula ética —familia, educación, comunidad— se debilitan, dejando un vacío que llenan el consumismo y la gratificación instantánea. Sin un ancla moral, el mundo se tambalea, y la maldad encuentra terreno fértil para prosperar, mientras la humanidad lucha por redescubrir el sentido de lo que realmente importa.
En Gaza son bombardeados los hospitales y las escuelas; en Ucrania se ejecuta a prisioneros que se rinden y se dispara contra los edificios civiles; Trump ordena una catarata de aranceles que hacen tambalearse las bolsas, causan ruina, disparan el odio y logran que el rencor y la revancha entre países florezcan como la hierba en primavera.
¿Qué le está pasando al mundo?
Impuestos abusivos, acoso a los empresarios, corrupción a chorros, castigo a los disidentes y mucha bajeza.
En algunos países, el pueblo es aplastado por sus políticos y tratado peor que el ganado. Quien no lo crea que visite Cuba.
La democracia han sido asesinada y bandas de indeseables corruptos, llamadas "partidos políticos", se han apoderado de los estados para imponer opresión, abuso y rapiña. Los ciudadanos ya no existen porque han sido suplantados por los súbditos. Hemos vuelto a los tiempos previos a la Revolución Francesa, cuando el absolutismo y la impunidad también imperaba en los palacios del poder.
Los grandes valores del pasado han sido acuchillados y han cedido el espacio al vicio. Ya no existen ni el honor, ni el respeto, ni la honradez, ni el servicio, ni la dignidad, ni la justicia, ni la paz, ni la decencia ni el amor.
Nos obligan a elegir entre monstruos llenos de poder que intimidan: USA, Rusia o China, los tres con fuerza suficiente para aniquilar el planeta. Los demás pueblos miran a los matones asustados y con ganas de escapar.
Francisco Rubiales
Las noticias están repletas de ejemplos: conflictos armados que desplazan a millones, sistemas económicos que perpetúan la desigualdad y una desconexión creciente entre las personas, alimentada por el individualismo y la tecnología mal empleada.
Esta oscuridad se nutre de la apatía colectiva, donde el bienestar personal se antepone al bien común, y la empatía se desvanece frente a la comodidad o el beneficio propio. Es como si la humanidad hubiera olvidado que su fortaleza radica en la solidaridad y no en la competencia despiadada.
La ausencia de valores agrava aún más este panorama sombrío. Principios como la honestidad, la compasión y la responsabilidad han sido relegados, reemplazados por una cultura de superficialidad y relativismo moral.
Las nuevas generaciones crecen en un entorno donde el éxito se mide en likes, riqueza o influencia, en lugar de integridad o contribución a la sociedad. Las instituciones que alguna vez sirvieron como brújula ética —familia, educación, comunidad— se debilitan, dejando un vacío que llenan el consumismo y la gratificación instantánea. Sin un ancla moral, el mundo se tambalea, y la maldad encuentra terreno fértil para prosperar, mientras la humanidad lucha por redescubrir el sentido de lo que realmente importa.
En Gaza son bombardeados los hospitales y las escuelas; en Ucrania se ejecuta a prisioneros que se rinden y se dispara contra los edificios civiles; Trump ordena una catarata de aranceles que hacen tambalearse las bolsas, causan ruina, disparan el odio y logran que el rencor y la revancha entre países florezcan como la hierba en primavera.
¿Qué le está pasando al mundo?
Impuestos abusivos, acoso a los empresarios, corrupción a chorros, castigo a los disidentes y mucha bajeza.
En algunos países, el pueblo es aplastado por sus políticos y tratado peor que el ganado. Quien no lo crea que visite Cuba.
La democracia han sido asesinada y bandas de indeseables corruptos, llamadas "partidos políticos", se han apoderado de los estados para imponer opresión, abuso y rapiña. Los ciudadanos ya no existen porque han sido suplantados por los súbditos. Hemos vuelto a los tiempos previos a la Revolución Francesa, cuando el absolutismo y la impunidad también imperaba en los palacios del poder.
Los grandes valores del pasado han sido acuchillados y han cedido el espacio al vicio. Ya no existen ni el honor, ni el respeto, ni la honradez, ni el servicio, ni la dignidad, ni la justicia, ni la paz, ni la decencia ni el amor.
Nos obligan a elegir entre monstruos llenos de poder que intimidan: USA, Rusia o China, los tres con fuerza suficiente para aniquilar el planeta. Los demás pueblos miran a los matones asustados y con ganas de escapar.
Francisco Rubiales
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