Los recientes disturbios en Lavapiés han supuesto la gota que ha colmado el vaso para la paciencia de algunos. El sindicato Unión de Policía Municipal y la Asociación de Policía Municipal Unificada de Madrid se han querellado contra la concejal de Ahora Madrid Rommy Arce, el presidente del sindicato de Manteros Malick Gueye y Juan Carlos Monedero, fundador de PODEMOS. Gueye ha llegado incluso a exigir sanciones contra los “agentes culpables”. Tal cual. La verdad es que deberían querellarse contra el ayuntamiento entero, principalmente contra Manuela Carmena, que ha amprado en todo momento los bulos sobre la actuación de los agentes y las declaraciones irresponsables que han fomentado y justificado alegremente la batalla campal que tuvo lugar en Lavapiés y que se saldó con cuatro civiles heridos, junto con seis policías locales y diez nacionales, más seis detenidos -entre ellos un menor de edad-, a lo que hay que añadir el saqueo de tres sucursales bancarias, destrozos en el mobiliario urbano, agresiones e incendios. ¿Qué hace el Ayuntamiento del cambio? Una vez más, apoyar a los delincuentes, defenestrar a las víctimas y cuestionar la labor de la policía, punta de lanza del “racismo institucional” provocado por “el capitalismo” que “levanta fronteras”. Porque está claro que la policía en los países gobernados por las dictaduras que tanto les gustan tiene un trato ejemplar tanto con la población como con los inmigrantes, y que la mejor manera de atajar el asunto es subvencionar la inmigración ilegal y permitir que se hacinen como animales en barrios marginales generando delincuencia, inseguridad, violencia y más pobreza.
Por si todo esto no fuera suficiente, los grupos de los que estos personajes proceden, los radicales violentos, organizan sus escuadras mussolinianas prestas a practicar la extorsión ideológica y de engrasar la maquinaria de la mafia política que, por si alguien lo duda, no está sólo en los delincuentes de guante blanco a los que la Justicia parece no alcanzar nunca, sino en los matones organizados y amprados por los líderes políticos que proporcionan cobertura institucional a sus actos y se rodean de una cínica justificación humanitarita para armar de razón a las escuadras que tan sólo saben dedicarse al único propósito al que han encauzado sus vidas: destruir.
Y no sólo en Madrid. En Barcelona, gobernada por Ada Colau, los okupas, de los que ella ha salido, y los delincuentes hitlerianos turismófobos de la CUP tienen su propio chiringuito bien montado, porque saben que sus líderes están en el poder y que siempre van a gozar, sino de una impunidad a las claras, sí de una comprensión, de un mimo y de una cobertura que antes no tenían. Las propias autoridades se encargarán siempre, como estamos viendo, de poner en cuestión la tarea de los cuerpos y fuerzas de seguridad y de los tribunales cuando inevitablemente tienen que actuar contra ellos. No nos llevemos a engaño. Estas formaciones políticas están y estarán siempre con los delincuentes. Se han formado en esa cultura política. La cultura política de la dictadura, del miedo y de la violencia. No tienen legitimidad para criticar la corrupción aberrante del sistema actual porque la alternativa que ellos proponen es mucho peor: más corrupción y menos libertad. Sus piruetas intelectuales se han quedado cortas y no pueden esconder por más tiempo lo que son de verdad. Tanto más peligrosos son que jugando al chantaje de baja calidad pero efectivo, consiguen meter sus políticas dentro de la agenda política de partidos que, acomplejados y temerosos que los tachen de dios sabe qué, las asumen como propias y las llevan a cabo.
Si ya de por sí esto fuese poco, ahora hay que aguantar el gansterismo creciente que se impone con el gobierno de estos sujetos. Hasta ahora los radicales han actuado en la clandestinidad, sabiendo a qué se atenían. Ahora el escenario ha cambiado y salen a la luz, convencidos de que el timón de la Historia ha girado a su favor y con la certeza de que los suyos pueden llegar al Poder. Puede parecer que todo esto no es más que una exposición histérica sobre algo que aún no es generalizado. Nada más lejos de la realidad. Es una advertencia. Hay que atajarlo ahora que no es mayoritario y estamos a tiempo. Si esta lógica, esta práctica y esta ideología se acomoda en el panorama social español y no las combatimos contundentemente, puede que luego ya sea demasiado tarde siquiera para lamentarse por ello.
Pablo Gea
Por si todo esto no fuera suficiente, los grupos de los que estos personajes proceden, los radicales violentos, organizan sus escuadras mussolinianas prestas a practicar la extorsión ideológica y de engrasar la maquinaria de la mafia política que, por si alguien lo duda, no está sólo en los delincuentes de guante blanco a los que la Justicia parece no alcanzar nunca, sino en los matones organizados y amprados por los líderes políticos que proporcionan cobertura institucional a sus actos y se rodean de una cínica justificación humanitarita para armar de razón a las escuadras que tan sólo saben dedicarse al único propósito al que han encauzado sus vidas: destruir.
Y no sólo en Madrid. En Barcelona, gobernada por Ada Colau, los okupas, de los que ella ha salido, y los delincuentes hitlerianos turismófobos de la CUP tienen su propio chiringuito bien montado, porque saben que sus líderes están en el poder y que siempre van a gozar, sino de una impunidad a las claras, sí de una comprensión, de un mimo y de una cobertura que antes no tenían. Las propias autoridades se encargarán siempre, como estamos viendo, de poner en cuestión la tarea de los cuerpos y fuerzas de seguridad y de los tribunales cuando inevitablemente tienen que actuar contra ellos. No nos llevemos a engaño. Estas formaciones políticas están y estarán siempre con los delincuentes. Se han formado en esa cultura política. La cultura política de la dictadura, del miedo y de la violencia. No tienen legitimidad para criticar la corrupción aberrante del sistema actual porque la alternativa que ellos proponen es mucho peor: más corrupción y menos libertad. Sus piruetas intelectuales se han quedado cortas y no pueden esconder por más tiempo lo que son de verdad. Tanto más peligrosos son que jugando al chantaje de baja calidad pero efectivo, consiguen meter sus políticas dentro de la agenda política de partidos que, acomplejados y temerosos que los tachen de dios sabe qué, las asumen como propias y las llevan a cabo.
Si ya de por sí esto fuese poco, ahora hay que aguantar el gansterismo creciente que se impone con el gobierno de estos sujetos. Hasta ahora los radicales han actuado en la clandestinidad, sabiendo a qué se atenían. Ahora el escenario ha cambiado y salen a la luz, convencidos de que el timón de la Historia ha girado a su favor y con la certeza de que los suyos pueden llegar al Poder. Puede parecer que todo esto no es más que una exposición histérica sobre algo que aún no es generalizado. Nada más lejos de la realidad. Es una advertencia. Hay que atajarlo ahora que no es mayoritario y estamos a tiempo. Si esta lógica, esta práctica y esta ideología se acomoda en el panorama social español y no las combatimos contundentemente, puede que luego ya sea demasiado tarde siquiera para lamentarse por ello.
Pablo Gea
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