Sólo los medios de comunicación tienen en España el poder necesario para regenerar la democracia, para erradicar la corrupción del sistema, doblegar a los partidos y obligar a los políticos a que respeten las reglas del juego democrático, se sometan al control de la ciudadanía y vuelvan a ser demócratas.
Los ciudadanos, indignados ante la corrupción y el nocivo clima de enfrentamiento y crispación creado por los partidos políticos y sus privilegiados políticos profesionales, por mucho que lo deseen e intenten, se sienten inermes y, realmente, no tienen poder ni influencia para forzar la regeneración.
Pero existe un problema de muy difícil solución: los medios han dejado de ser independientes y están, en su mayoría, controlados por los grandes poderes, sobre todo por el poder político, que es el más fuerte y que, además, es en España el primer empresario de la comunicación, el mayor contratador de periodistas.
El panorama mediático en España es desolador porque la independencia y la búsqueda de la verdad, claves del periodismo libre y democrático, han sucumbido y han sido sustituidas por una serie de pactos, en su mayoría inconfesables, cerrados entre las empresas mediáticas y los grandes poderes, en especial los partidos políticos.
Esos pactos, gracias a los cuales la prensa presta apoyo a los poderes a cambio de recibir dinero publicitario, influencia e información privilegiada, convierte a los periodistas en rehenes y a los grupos mediáticos en parte del entramado del poder. Su primer efecto ha sido terrible: cercenar la independencia de los periodistas, que pasan a ser servidores del poder, no de la verdad, de la democracia o de la ciudadanía.
La situación coloca al periodista como centro de la esperanza de un país que está descubriendo con amargura que el régimen político por el que se rige, del que llegó a sentirse orgulloso en el pasado, no es una democracia sino una partitocracia dominada por políticos oligarcas y por partidos insaciables obsesionados por el poder.
La única esperanza de los ciudadanos que desean regenerar la democracia podrida, en las presentes circunstancias, consiste en que los periodistas se rebelen, recuperen los principios del periodismo libre (independencia, servicio a la verdad y apoyo a la democracia, ejerciendo un control eficaz sobre los grandes poderes), recompongan las viejas alianzas entre democracia y periodismo, entre ciudadanos y periodistas libres, que nacieron con la democracia, y que retomen el control de las redacciones, comandadas hoy de manera implacable por financieros, marketinianos y otros servidores de la empresa, todos ellos insensibles e ignorantes del enorme valor que tiene para la democracia el periodismo libre e independiente.
La alianza entre periodistas, ciudadanos e intelectuales hizo posible acabar con el "Antiguo Régimen" durante la Revolución Francesa. Muchos pensadores políticos y expertos contemplan hoy la necesario de reconstruir aquella alianza como la única opción para acabar con la democracia corrupta y con los partidos hipertrofiados, que han cambiado el servicio al ciudadano y a los principios ideológicos por el poder en su dimensión más brutal y descarnada.
Los ciudadanos, indignados ante la corrupción y el nocivo clima de enfrentamiento y crispación creado por los partidos políticos y sus privilegiados políticos profesionales, por mucho que lo deseen e intenten, se sienten inermes y, realmente, no tienen poder ni influencia para forzar la regeneración.
Pero existe un problema de muy difícil solución: los medios han dejado de ser independientes y están, en su mayoría, controlados por los grandes poderes, sobre todo por el poder político, que es el más fuerte y que, además, es en España el primer empresario de la comunicación, el mayor contratador de periodistas.
El panorama mediático en España es desolador porque la independencia y la búsqueda de la verdad, claves del periodismo libre y democrático, han sucumbido y han sido sustituidas por una serie de pactos, en su mayoría inconfesables, cerrados entre las empresas mediáticas y los grandes poderes, en especial los partidos políticos.
Esos pactos, gracias a los cuales la prensa presta apoyo a los poderes a cambio de recibir dinero publicitario, influencia e información privilegiada, convierte a los periodistas en rehenes y a los grupos mediáticos en parte del entramado del poder. Su primer efecto ha sido terrible: cercenar la independencia de los periodistas, que pasan a ser servidores del poder, no de la verdad, de la democracia o de la ciudadanía.
La situación coloca al periodista como centro de la esperanza de un país que está descubriendo con amargura que el régimen político por el que se rige, del que llegó a sentirse orgulloso en el pasado, no es una democracia sino una partitocracia dominada por políticos oligarcas y por partidos insaciables obsesionados por el poder.
La única esperanza de los ciudadanos que desean regenerar la democracia podrida, en las presentes circunstancias, consiste en que los periodistas se rebelen, recuperen los principios del periodismo libre (independencia, servicio a la verdad y apoyo a la democracia, ejerciendo un control eficaz sobre los grandes poderes), recompongan las viejas alianzas entre democracia y periodismo, entre ciudadanos y periodistas libres, que nacieron con la democracia, y que retomen el control de las redacciones, comandadas hoy de manera implacable por financieros, marketinianos y otros servidores de la empresa, todos ellos insensibles e ignorantes del enorme valor que tiene para la democracia el periodismo libre e independiente.
La alianza entre periodistas, ciudadanos e intelectuales hizo posible acabar con el "Antiguo Régimen" durante la Revolución Francesa. Muchos pensadores políticos y expertos contemplan hoy la necesario de reconstruir aquella alianza como la única opción para acabar con la democracia corrupta y con los partidos hipertrofiados, que han cambiado el servicio al ciudadano y a los principios ideológicos por el poder en su dimensión más brutal y descarnada.
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