“Dios está azul. La flauta y el tambor/ anuncian ya la cruz de primavera./ ¡Vivan las rosas, las rosas del amor/ entre el verdor con sol de la pradera./ Efectivamente, la primavera del 2010 no ha desmentido esa definición juanramoniana en su poema Balada de Primavera. Llega a Andalucía, con la Semana Santa y la Feria, de mediados de marzo a mediados de junio, entre las dos estaciones extremas del año, invierno y verano.
El nombre de primavera es bellísimo. Nace de dos raíces latinas, “prima” y “videre”, “ver las primeras flores y brotes de vida”. Nuestro cielo se ha vuelto profundamente azul y nuestros campos se han cubierto de verdor. La flauta y el tambor ensayan ya sus salidas a las ermitas, al campo y a los recintos feriales, mientras las rosas revientan de pudor, de perfume y de amor.
Y, sin embargo, no podemos decir lo mismo de nuestra primavera política, humana, justiciera y mediática. Ha irrumpido en nuestro cielo manchada de la sangre inocente de una niña preadolescente, muerta a manos de otra compañera también preadolescente, y de mujeres asesinadas a mano de sus compañeros de toda la vida. Manchada de negro por el dinero de políticos corruptos, por administraciones sobornantes y jueces justicieros cargados de odio. Manchada de amarillismo por los que prefieren el recelo y el cohecho de los órganos mediáticos.
Los políticos profesionales sonríen airosos y se apresuran a expender opio al pueblo, para que la mitad de la población, que no puede disfrutar por falta de trabajo, disfrute viendo disfrutar a la otra mitad con trabajos y sueldos opulentos: opio abundante a base de fútbol y espectáculos; opio a granel a base de programas televisivos insustanciales; opio camuflado en los mercados cargados de productos “lighs” y baratijas inútiles; riadas de odio para enfrentar a las dos Españas, porque hay gente que aún no han leído la Constitución ni se ha enterado que la guerra terminó hace setenta años.
Menos mal que nuestra maltratada naturaleza sigue llenando de verdor nuestras riberas; tiñendo de azul profundo el cielo; repoblando de aves migrantes nuestras lagunas; llenando de pajarillos nuestros árboles; cargando de sonrisas el rostro de nuestros niños; llenando de bandadas de pajarillos canoros nuestras huertas; avecillas que llegan a beber, a comer y a alborotar los naranjos y limoneros; ocultandose en los adelfos para dar conciertos de balde a gente que aún los prenden en redes para comerlos en adobo.
Cada mañana seguiremos viendo en internet que el caleidoscopio de las comunidades se desordena cada día más y amenaza con romper los débiles lazos que van quedando. Las más ricas buscan amigos en Europa, en Japón, en USA o en China, mientras que las más pobres miran a los países sudamericanos, a los países árabes y a África. Esta es nuestra primavera del 2010. Pero Dios sigue estando azul.
JUAN LEIVA
El nombre de primavera es bellísimo. Nace de dos raíces latinas, “prima” y “videre”, “ver las primeras flores y brotes de vida”. Nuestro cielo se ha vuelto profundamente azul y nuestros campos se han cubierto de verdor. La flauta y el tambor ensayan ya sus salidas a las ermitas, al campo y a los recintos feriales, mientras las rosas revientan de pudor, de perfume y de amor.
Y, sin embargo, no podemos decir lo mismo de nuestra primavera política, humana, justiciera y mediática. Ha irrumpido en nuestro cielo manchada de la sangre inocente de una niña preadolescente, muerta a manos de otra compañera también preadolescente, y de mujeres asesinadas a mano de sus compañeros de toda la vida. Manchada de negro por el dinero de políticos corruptos, por administraciones sobornantes y jueces justicieros cargados de odio. Manchada de amarillismo por los que prefieren el recelo y el cohecho de los órganos mediáticos.
Los políticos profesionales sonríen airosos y se apresuran a expender opio al pueblo, para que la mitad de la población, que no puede disfrutar por falta de trabajo, disfrute viendo disfrutar a la otra mitad con trabajos y sueldos opulentos: opio abundante a base de fútbol y espectáculos; opio a granel a base de programas televisivos insustanciales; opio camuflado en los mercados cargados de productos “lighs” y baratijas inútiles; riadas de odio para enfrentar a las dos Españas, porque hay gente que aún no han leído la Constitución ni se ha enterado que la guerra terminó hace setenta años.
Menos mal que nuestra maltratada naturaleza sigue llenando de verdor nuestras riberas; tiñendo de azul profundo el cielo; repoblando de aves migrantes nuestras lagunas; llenando de pajarillos nuestros árboles; cargando de sonrisas el rostro de nuestros niños; llenando de bandadas de pajarillos canoros nuestras huertas; avecillas que llegan a beber, a comer y a alborotar los naranjos y limoneros; ocultandose en los adelfos para dar conciertos de balde a gente que aún los prenden en redes para comerlos en adobo.
Cada mañana seguiremos viendo en internet que el caleidoscopio de las comunidades se desordena cada día más y amenaza con romper los débiles lazos que van quedando. Las más ricas buscan amigos en Europa, en Japón, en USA o en China, mientras que las más pobres miran a los países sudamericanos, a los países árabes y a África. Esta es nuestra primavera del 2010. Pero Dios sigue estando azul.
JUAN LEIVA
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