Sin pretenderlo, o quizás pretendiéndolo, Aznar abrió la convención del PP en Sevilla, el pasado viernes 21, dividiendo al país en dos: los amantes de España y los que sienten fobia contra España. Los que creen en España, según él, son de un único partido, del PP; los que pretenden acabar con el modelo constitucional y la España de las autonomías son los otros, los del PSOE. Eso se puede expresar con los clásicos apelativos griegos “filos” (amigo), los hispanófilos; y fobia (aversión): los hispanófobos. Es aquello de las dos Españas.
Desde mi punto de vista, la división del dualismo maniqueísta de las personas es siempre peligrosa y nos lleva al jansenismo: los justos y los injustos, los buenos y los malos, nosotros y los otros. Desgraciadamente, ambas tendencias las comprobamos continuamente en los dos grandes partidos españoles, el PP y el PSOE. Basta que unos digan una cosa, para que los otros se vean obligados a decir lo contrario. El caso es que, desde la otra acera, la visión de los unos no deja perspectiva para ver la de los otros. Tendrían ambos que bajar al centro de la calle y acercarse, pero eso es pedir peras al olmo.
Así las cosas, la lejanía entre ambos cada vez es mayor, de manera que será fácil mirar y oír para saber quién habla. Los hispanófobos no verán otra salida que la intransigencia, mientras que los hispanófilos intentarán teñirlo todo con el matiz español. Para Aznar, el modelo de Estado, propuesto por Zapatero en León, es inviable. Para Zapatero, Aznar lleva a la confrontación con los nacionalistas. Son posturas enquistadas en las ideologías y en los nacionalismos, cuyo único objetivo es el independentismo.
Las diferencias se dan dentro incluso de los mismos partidos. El sábado pasado, los populares se olvidaban de su ex “general secretario”, Álvarez Cascos, y escenificaban en la capital hispalense la solidez del partido con los jóvenes del PP. Se entregaron a su líder y oyeron sus palabras: “No ha sido fácil, pero ya está encauzado, con objetivos claros y con un partido completamente unido, todos tirando en la misma dirección. Rajoy ha conseguido en esta convención lo que no consiguió en la de Valencia hace tres años”. En el PSOE, todos los días surgen nuevos correligionarios que discuten las medidas de su líder, aunque se cuidan de no hablar alto.
En un partido esencialmente democrático, debería ser posible hablar en voz alta sin miedo a nadie; un partido que fuera capaz de contribuir a la liberación de sus miembros; un partido que comenzara por liberar de los prejuicios ideológicos; un partido que enseñara a ser libres y ayudara a los otros a que lo fueran; un partido cuyos órganos no se creen para aprisionar a su miembros; un partido que no teja redes para esclavizar, sino para que sus miembros sean aves con alas o rosas con pétalos abiertos, tal como indican sus símbolos.
Rajoy, en el fin de la convención de Sevilla, anunciaba que su partido planteará el fin de los privilegios parlamentarios en el polémico asunto de las pensiones, para eliminar cualquier privilegio respecto al resto de los españoles. Y Zapatero, a los barones socialistas y a los sindicatos, prometía reformar el sistema de pensiones, para ser austeros y cuidar el dinero de los contribuyentes.
Los ciudadanos deberíamos tener encendidas nuestras lámparas, para que no se nos escapen esas promesas. Y deberíamos mantener la paz, para que los demás países de Europa puedan pensar: “Ahí no debe anidar el odio, porque hasta los hispanófilos y los hispanófobos se entienden.”
JUAN LEIVA
Desde mi punto de vista, la división del dualismo maniqueísta de las personas es siempre peligrosa y nos lleva al jansenismo: los justos y los injustos, los buenos y los malos, nosotros y los otros. Desgraciadamente, ambas tendencias las comprobamos continuamente en los dos grandes partidos españoles, el PP y el PSOE. Basta que unos digan una cosa, para que los otros se vean obligados a decir lo contrario. El caso es que, desde la otra acera, la visión de los unos no deja perspectiva para ver la de los otros. Tendrían ambos que bajar al centro de la calle y acercarse, pero eso es pedir peras al olmo.
Así las cosas, la lejanía entre ambos cada vez es mayor, de manera que será fácil mirar y oír para saber quién habla. Los hispanófobos no verán otra salida que la intransigencia, mientras que los hispanófilos intentarán teñirlo todo con el matiz español. Para Aznar, el modelo de Estado, propuesto por Zapatero en León, es inviable. Para Zapatero, Aznar lleva a la confrontación con los nacionalistas. Son posturas enquistadas en las ideologías y en los nacionalismos, cuyo único objetivo es el independentismo.
Las diferencias se dan dentro incluso de los mismos partidos. El sábado pasado, los populares se olvidaban de su ex “general secretario”, Álvarez Cascos, y escenificaban en la capital hispalense la solidez del partido con los jóvenes del PP. Se entregaron a su líder y oyeron sus palabras: “No ha sido fácil, pero ya está encauzado, con objetivos claros y con un partido completamente unido, todos tirando en la misma dirección. Rajoy ha conseguido en esta convención lo que no consiguió en la de Valencia hace tres años”. En el PSOE, todos los días surgen nuevos correligionarios que discuten las medidas de su líder, aunque se cuidan de no hablar alto.
En un partido esencialmente democrático, debería ser posible hablar en voz alta sin miedo a nadie; un partido que fuera capaz de contribuir a la liberación de sus miembros; un partido que comenzara por liberar de los prejuicios ideológicos; un partido que enseñara a ser libres y ayudara a los otros a que lo fueran; un partido cuyos órganos no se creen para aprisionar a su miembros; un partido que no teja redes para esclavizar, sino para que sus miembros sean aves con alas o rosas con pétalos abiertos, tal como indican sus símbolos.
Rajoy, en el fin de la convención de Sevilla, anunciaba que su partido planteará el fin de los privilegios parlamentarios en el polémico asunto de las pensiones, para eliminar cualquier privilegio respecto al resto de los españoles. Y Zapatero, a los barones socialistas y a los sindicatos, prometía reformar el sistema de pensiones, para ser austeros y cuidar el dinero de los contribuyentes.
Los ciudadanos deberíamos tener encendidas nuestras lámparas, para que no se nos escapen esas promesas. Y deberíamos mantener la paz, para que los demás países de Europa puedan pensar: “Ahí no debe anidar el odio, porque hasta los hispanófilos y los hispanófobos se entienden.”
JUAN LEIVA
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