Sentencias sobre la España de Zapatero (Humor agrio de fin de semana)

A mí me pasa como a José Martí, que creo que “urge ya, en estos tiempos de política de mostrador, dejar de avergonzarse de ser honrado.” Reconozco, como Hermann Hesse, que “he fracasado en el intento de dedicar amor a las cuestiones políticas”.

Decía Leandro Nicéforo Alem (nacido Leandro Antonio Alén), en la Argentina de finales del siglo XIX, que “la vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política, es un pueblo corrompido y en decadencia, o es víctima de una brutal opresión.”

No me puedo abstraer de esta reflexión porque soy de los que piensa, como Arnold Joseph Toynbee, que “el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”. Y como decía Giuseppe Ingegneri (José Ingenieros), “la política se degrada cuando se convierte en profesión. En los pueblos sin ideales, los espíritus subalternos medran con torpes intrigas de antecámara. En la bajamar sube lo rahez y se acorchan los traficantes”.

Pero seguimos con “Zapatiesta” (rememorando al inolvidable Jaime Campmany a propósito del ínclito inquilino monclovita de nuestra lúgubre realidad actual) incólume.

“El realismo no consiste en establecer cómo son las cosas reales, sino cómo son las cosas en realidad”, decía Bertolt Brecht

¡Curioso matiz!

Y no me vayan a hablar de encuestas con raquíticos márgenes derivados de escuálidos resultados pretendidamente favorables a la inminente alternancia del PP en el poder, porque en verdad, lo único que está confirmando la horda Rajoydiana, es la máxima de Ian Mcewan de que “la política es enemiga de la imaginación”.

Decía André Gide, que “no se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos”. Tampoco política. Y Francis Bacon, que es muy difícil hacer compatibles la política y la moral. Sobretodo en la política actual. Así que prefiero la orfandad, políticamente hablando, conocedor, como Lord Byron, de que “la consecuencia de no pertenecer a ningún partido será que los molestaré a todos”.

Cuando empezamos un nuevo curso escolar ratificando como buena la afirmación de Napoleón cuando decía que “el gobierno debe organizar la educación de modo que pueda controlar las opiniones políticas y morales”, y cuando, como decía Ted Pikul, “el libre albedrío no parece ser, obviamente, un factor importante en este pequeño mundo en el que estamos”, comprobamos cuánto de verdad hay en la afirmación de Mark Twain cuando ironizaba diciendo: “Suponga que usted fuese un idiota y suponga que usted fuese un miembro del congreso… ¡Vaya!, pero si estoy siendo reiterativo”.

Si no fuese porque Arturo Martín Jauretche murió hace 25 años en Buenos Aires, pensaría que conoció personalmente a Zapatero cuando afirmó: “Es frecuente el error de oponer la política realista a la política idealista. Error que proviene de confundir al político practicón con el realista. El practicón es un simple colector de votos o fuerzas materiales”.

Igual Jauretche pensó en ZP, o tuvo una premonición sobre su advenimiento, cuando popularizó en política términos como “cipayo” ó “vendepatria”.

Y por desgracia, no parece que hayamos avanzado demasiado desde antaño, cuando Mariano José de Larra afirmaba con rotundidad que “ser liberal en España es ser emigrado en potencia”. Si acaso, en la dirección contraria al sentido común.