La fauna política española, ante la sorpresa y el rechazo de la ciudadanía, genera parásitos arrogantes y despilfarradores cada día con mayor intensidad y descaro. Los hay de todos los partidos y latitudes. Casi todos viven lejos del pueblo y alojados en el privilegio, pero el denominador común de su comportamiento es el olor a corrupción. Aunque nieguen que despilfarrar el dinero público de manera injustificada sea delito, moralmente lo es, aunque todavía no esté así tipificado en los códigos.
Benach, ex-presidente del Parlament de Cataluña, el mismo del escándolo de los coches de lujo tuneados, fue uno de ellos. Viajó 60 veces al extranjero en cuatro años por cuenta del erario público. El republicano visitó 42 destinos distintos desde octubre de 2004. La Mesa del Congreso, ofreciendo un vergonzoso ejemplo de austeridad en tiempos de crisis, aprobó no hace mucho, por unanimidad, gastar ocho millones de euros en un aparcamiento para autoridades. Otro ejemplo lacerante lo ofreció el ya por fortuna ex alcalde socialista sevillano Monteseirín, aficionado a las cenas de lujo y a los viajes por todo el mundo. Ha gastado en viajes casi un millón de euros y, a pesar de que ha realizado obras importantes en la ciudad, su prestigiocayó por los suelos por causa del nepotismo, del amiguismo y de una despreciable batería de escándalos. Es taimado como pocos al afirmar que su sueldo es bajo, pero oculta que cobra por dietas más del doble que por sueldo. Dice con hipocresía que ha congelado los sueldos de sus altos cargos, pero la realidad es que subió los salarios casi en un 30 por ciento, y disparado las dietas, todo en plena crisis, cuando decenas de miles de sevillanos se incorporaban cada día al paro y a la pobreza. José Bono, nada menos que el presidente del Congreso, ha sido investigado por su gran fortuna, que muchos aseguran que no es explicable con su sueldo e ingresos legales.
La "casta" política ha perdido el pudor y la vergüenza. Pero lo que de verdad ha perdido es el miedo al ciudadano. Si es cierta la antigua sentencia de que "cuando el gobierno teme a los ciudadanos hay democracia y cuando es el ciudadano el que teme al gobierno, hay dictadura", España es una vulgar dictadura caribeña porque aquí es el ciudadano el que tiene miedo de unos malos políticos cuya arrogancia y arbitrariedad parecen no tener fin.
El mismo ex alcalde de Sevilla, el ínclito Monteseirín, para recuadar el dinero que necesitaba su elevado tren de vida, enviaba a los contribuyententes recibos de impuestos ya prescritos con la esperanza de que los ciudadanos, confiados y de buena fe, los pagaran sin investigar. ¿Por qué no intervino la Fiscalía ante tamaña indecencia?
Pero hay más casos, en un partido y en otro, comenzando por los corruptos del anterior gobierno del PP de Baleares, algunos de ellos detenidos por la policía, y terminando por el sucio ejemplo del manirroto socialista Touriño, ex presidente de Galicia y coleccionista de coches de lujo blindados, de los que llego a tener nada menos que cuatro para su uso personal, los mismos que el también socialista Rodríguez Ibarra, ex presidente extremeño, al que los ciudadanos de Extremadura, hundidos por el paro y la pobreza, le financiaban un despacho, con corte de esesores y secretarias incluida, cuyo costo fue superior a un millón de euros.
Centenares de locuras e indecencias de una clase política española que está perdiendo la vergüenza y que necesita con urgencia un castigo que le obligue a recuperar la ética. Esos desmanes y corrupciones sólo se explican por dos razones: porque la democracia hace mucho que ha muerto en España y porque los políticos se sienten inmunes e impunes frenta a unos ciudadanos que, a pesar de ser "soberanos" en democracia, son tratados como borregos del rebaño domesticado.
La rebelión pacífica de los ciudadanos contra el poder político indecente no es ya una opción en España sino más bien un derecho y un deber ineludible.
Benach, ex-presidente del Parlament de Cataluña, el mismo del escándolo de los coches de lujo tuneados, fue uno de ellos. Viajó 60 veces al extranjero en cuatro años por cuenta del erario público. El republicano visitó 42 destinos distintos desde octubre de 2004. La Mesa del Congreso, ofreciendo un vergonzoso ejemplo de austeridad en tiempos de crisis, aprobó no hace mucho, por unanimidad, gastar ocho millones de euros en un aparcamiento para autoridades. Otro ejemplo lacerante lo ofreció el ya por fortuna ex alcalde socialista sevillano Monteseirín, aficionado a las cenas de lujo y a los viajes por todo el mundo. Ha gastado en viajes casi un millón de euros y, a pesar de que ha realizado obras importantes en la ciudad, su prestigiocayó por los suelos por causa del nepotismo, del amiguismo y de una despreciable batería de escándalos. Es taimado como pocos al afirmar que su sueldo es bajo, pero oculta que cobra por dietas más del doble que por sueldo. Dice con hipocresía que ha congelado los sueldos de sus altos cargos, pero la realidad es que subió los salarios casi en un 30 por ciento, y disparado las dietas, todo en plena crisis, cuando decenas de miles de sevillanos se incorporaban cada día al paro y a la pobreza. José Bono, nada menos que el presidente del Congreso, ha sido investigado por su gran fortuna, que muchos aseguran que no es explicable con su sueldo e ingresos legales.
La "casta" política ha perdido el pudor y la vergüenza. Pero lo que de verdad ha perdido es el miedo al ciudadano. Si es cierta la antigua sentencia de que "cuando el gobierno teme a los ciudadanos hay democracia y cuando es el ciudadano el que teme al gobierno, hay dictadura", España es una vulgar dictadura caribeña porque aquí es el ciudadano el que tiene miedo de unos malos políticos cuya arrogancia y arbitrariedad parecen no tener fin.
El mismo ex alcalde de Sevilla, el ínclito Monteseirín, para recuadar el dinero que necesitaba su elevado tren de vida, enviaba a los contribuyententes recibos de impuestos ya prescritos con la esperanza de que los ciudadanos, confiados y de buena fe, los pagaran sin investigar. ¿Por qué no intervino la Fiscalía ante tamaña indecencia?
Pero hay más casos, en un partido y en otro, comenzando por los corruptos del anterior gobierno del PP de Baleares, algunos de ellos detenidos por la policía, y terminando por el sucio ejemplo del manirroto socialista Touriño, ex presidente de Galicia y coleccionista de coches de lujo blindados, de los que llego a tener nada menos que cuatro para su uso personal, los mismos que el también socialista Rodríguez Ibarra, ex presidente extremeño, al que los ciudadanos de Extremadura, hundidos por el paro y la pobreza, le financiaban un despacho, con corte de esesores y secretarias incluida, cuyo costo fue superior a un millón de euros.
Centenares de locuras e indecencias de una clase política española que está perdiendo la vergüenza y que necesita con urgencia un castigo que le obligue a recuperar la ética. Esos desmanes y corrupciones sólo se explican por dos razones: porque la democracia hace mucho que ha muerto en España y porque los políticos se sienten inmunes e impunes frenta a unos ciudadanos que, a pesar de ser "soberanos" en democracia, son tratados como borregos del rebaño domesticado.
La rebelión pacífica de los ciudadanos contra el poder político indecente no es ya una opción en España sino más bien un derecho y un deber ineludible.
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