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¿Por qué ha caído el socialismo andaluz?



Muchos creen que la Junta de Andalucía, un imperio que parecía indestructible y siempre ávido de dinero, ha caído víctima de la corrupción; otros piensan que el gran fallo ha sido el fracaso del socialismo, creador de atraso, desempleo y pobreza; otros concluyen que la división entre "susanistas" y "sanchistas" ha sido la causa del desastre. Sin embargo, las verdaderas causas del "fallecimiento" del poderoso socialismo andaluz han sido otras menos conocidas: la falta de respeto al ciudadano y a la democracia y el inmenso hedor que desprendía el cortijo andaluz.

Construyeron un Estado andaluz tan grueso, seboso, injusto, sucio, descarado y enfermo que terminó estallando, víctima de un infarto de caballo.

Dicen los sabios que cuando el gobierno teme al pueblo hay democracia, pero que cuando es el pueblo el que teme al gobierno hay tiranía. En Andalucía, sin la menor duda, el gobierno era muy temido y temible.
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Los cinco presidentes socialistas de Andalucía, artífices del Cortijo
La falta de respeto.-

Perdieron el respeto al pueblo y a la democracia y lo trucaron y tunearon todo. Dejaron de tener miedo al ciudadano, lo ignoraron e hicieron todo tipo de barbaridades y atropellos, instaurando la basura y la corrupción en el gobierno, sin respetar las leyes, las normas del sistema y la dignidad de las personas: robos, gastos suntuosos, empleo del dinero público en prostitutas y drogas, colocación a dedo de decenas de miles de enchufados con carné del partido, familiares y amigos del poder, abrieron cientos de chiringuitos inútiles para colocar a los enchufados y realizar tareas innecesarias, compraron medios de comunicación, periodistas, jueces, profesionales y personas influyentes, convirtieron las universidades en nidos de endogamia y en refugio de ineptos e incapaces, alimentaron a empresarios amigos con contratos públicos y encargos corruptos, debilitaron la sociedad con subvenciones y ayudas que anulaban el músculo y la capacidad de competir, cobraron comisiones por contratos, subvenciones y ayudas, dejaron de percibir fondos vitales europeos por incapacidad e ineficacia, encargaban los pliegos de condiciones a las mismas empresas que después ganaban los concursos, cobraron comisiones por casi todo, crearon líneas secretas de financiacion para el partido, contrataron saltándose las normas y reglas del sistema, abrazaron la opacidad, ocultaron datos claves, obstaculizaron la Justicia cuando les convenía, utilizaron jueces amigos para eludir castigos y disfrutar de una impunidad obscena, marginaron a los adversarios, destruyeron la vida de los enemigos del régimen, empobrecieron la sociedad, cobraron impuestos abusivos, impusieron una burocracia nefasta que cerraba el paso a la creación de empresas y las inversiones, robaron a manos llenas, hicieron ricos a ex consejeros y a otros altos cargos y amigos del régimen, trucaron las normas administrativas para que los amigos del poder eludieran impuestos y obligaciones, mintieron con descaro, pagaron con dinero público a legiones de periodistas para que mintieran y ocultaran las vergüenzas del poder y realizaron cientos de irregularidades, abusos e injusticias que nada tienen que ver con la decencia, la democracia y la dignidad.

El hedor.-

Apestaba tanto el sistema que no pudieron disimular el hedor que lo inundaba todo y trascendía las fronteras de Andalucía, convertida en una de las regiones más corruptas, atrasadas, intervenidas e ineficientes de Europa. El hedor era insoportable, pero ellos había perdido el olfato de tanto oler podredumbre durante cuatro décadas. El Estado de Bienestar sólo existía para los que mandaban o tenían carné del partido. Sembraron la sociedad de un miedo reverencial al poder que paralizaba la creatividad, la iniciativa y la creación de empleo y riqueza. Dividieron la sociedad en dos grandes grupos: los beneficiados del régimen y los proscritos. Para los primeros había dinero fácil, puestos de trabajo, ayudas, subvenciones, contratos, filtraciones, amparo y todo tipo de favores, mientras que los adversarios y los indiferentes eran relegados y muchos de ellos hostigados y convertidos en parias. La Andalucía socialista llegó a ser un océano de injusticia y desigualdad. Todo olía mal y la sospecha se encumbró y se hizo dueña de la vida pública. Cientos de preguntas sin respuesta: ¿Cuanto ganan? ¿A donde va a parar el dinero de los impuestos? ¿Tienen fondos reservados secretos? por qué acumulan tantos bienes y patrimonio? ¿Quien protege a fulano? ¿Cómo podría yo obtener esas ayudas? ¿Que hay que hacer para ganar concursos públicos? ¿Por qué tengo que consumir medicinas de segunda clase, algunas de ellas ineficaces contra la enfermedad? ¿Por qué se degrada la sanidad? ¿Por qué se ayuda tanto a Marruecos y aquí se descuidan las inversiones? ¿Con quien tengo que hablar para que me concedan una ayuda? ¿Donde están las rutas correctas para hacerse rico? y un largo etcétera que convertían al régimen en un imperio del mal.

Cuando perdieron la mayoría, el pasado 2 de diciembre, y vieron que las derechas podían unirse para arrebatarles el dominio de Andalucía y destruir el muro clientelar que ellos había construido con todo esmero y tesón, empleando miles de millones de euros en mantener esa terrible red de sometidos y beneficiados, no podían creer lo que había pasado, ni se explicaban la causa de una derrota que ellos creían imposible. Estaban noqueados porque habían adquirido el peor de los vicios de los tiranos, el de sentirse eternos. Empezaron a despertar cuando vieron que las máquinas de destruir documentos no daban abasto y que las hogueras consumían toneladas de papeles comprometedores. Nadie dio la consigna de destruir las huellas y pruebas del sistema, pero los jefes y jefecillos sentían el impulso irrefrenable de destruir todo lo que sirviera para desvelar el mundo sucio que ellos habían creado, en la trastienda de la democracia, del honor y de la dignidad.

Y sin embargo, la caída estaba cantada porque ningún sistema político puede cometer los grandes errores que arruinaron el imperio socialista: perdieron el respeto al ciudadano y perdieron también la capacidad de oler las enormes oleadas de podredumbre que desprendía un sistema que ya era cadáver desde muchos años atrás.

La clave del hundimiento socialista queda resumida en aquella frase de Ronald Reagan: “Tenemos un sistema que cobra cada vez más impuestos al trabajo y subsidia el no trabajar.” El sistema andaluz llegó a ser tan demencial que no paraba de cobrar impuestos y nunca cesó de engordar un Estado que llegó a ser tan grueso y seboso que atentaba contra la economía, la prosperidad, la decencia, la dignidad humana y la sostenibilidad.

Francisco Rubiales


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Sábado, 29 de Diciembre 2018
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