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La bajeza política de amar al partido en lugar de amar a la patria



Si contemplas el acto de homenaje las víctimas de la DANA, escenificado ayer en Valencia, descubres que fue diseñado para hundir a Mazón y exonerar a Pedro Sánchez, que fue el principal culpable de la tragedia y que exhibió su bajeza escatimando soluciones y ayudas como las del Ejército y la reconstrucción de la tierra asolada.

Los políticos españoles con más poder no aman a España, ni a su pueblo, sino a sí mismos y a sus partidos, gracias a los cuales viven con lujo, impunidad y poder.

El mayor drama y el gran fracaso de la política actual es que el amor a la patria y el servicio a los ciudadanos han sido sustituidos por el amor al partido y al poder. Por eso, los partidos patriotas, como el español VOX, están creciendo como la espuma en todo el mundo, donde los ciudadanos están asqueados y hartos de soportar a corruptos y fanáticos encamados con sus partidos porque de ellos reciben dinero, privilegios y poder.

El Franquismo gobernaba España con equipos unidos por el amor a la nación, mientras que el PSOE y el PP la han gobernado bajo el estandarte del amor al partido y al poder. El amor a la propia nación crea patriotas, pero el amor al partido crea mafias envilecidas.

Franco nutría sus gobiernos con gente que poseía brillantes expedientes académicos y eran profesionales destacados y de reconocido prestigio, mientras que los falsos demócratas que han gobernado España desde 1975 han sentado en el Consejo de Ministro a trepas, agitadores mediocres y a veces hasta a corruptos sin escrúpulos, expertos en dar codazos y en escalar en los aparatos de sus respectivos partidos, sin méritos, prestigios o expedientes brillantes.

Para ser ministro en tiempos de Franco había que ser un patriota bien preparado, mientras que ahora basta con ser un ambicioso y hábil amigo del líder. Ahí están para demostrarlo los del "Clan del Peugeot", hoy en la cárcel o procesados (Ábalos, Santos Cerdán y Koldo), durante mucho tiempo "dueños" de España, junto con el peor de todos, que es el "jefe" Sánchez.

La sustitución de élites capaces en los gobiernos por bandas de mediocres, hábiles en lisonjas, peloteo, corrupción y maniobras de poder, ha sido la tragedia que ha convertido la actual España de Sánchez en un país fracasado e insignificante.
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La bajeza en la política surge cuando la ambición de poder y la lealtad partidista desplazan al mérito y el compromiso con el bien común.
Durante el régimen franquista, España estuvo gobernada por un sistema que, al menos en su retórica, priorizaba la unidad nacional y el patriotismo como principios rectores. Los gobiernos de Franco se nutrían, casi siempre, de profesionales con trayectorias destacadas, expedientes académicos sobresalientes y un prestigio reconocido en sus respectivos campos.

Aunque el régimen era autoritario y restringía las libertades, buscaba proyectar una imagen de competencia técnica y compromiso con los intereses nacionales, seleccionando a menudo a figuras que combinaban lealtad al régimen con capacidades demostradas. Por el contrario, desde la transición democrática en 1975, los gobiernos del PSOE, del PP y sus aliados nacionalistas han sido frecuentemente criticados por anteponer los intereses partidistas y la ambición de poder a la búsqueda del bien común.

En demasiadas ocasiones, los Consejos de Ministros han estado integrados por figuras cuya principal cualificación era su habilidad para ascender dentro de las estructuras internas de sus partidos, más que su preparación técnica o su compromiso con el interés general. Este cambio de prioridades ha generado una percepción de mediocridad en la gestión pública, donde la lealtad al líder o al partido prevalece sobre la competencia y el mérito.

Mientras que en el franquismo se exigía, al menos en teoría, un perfil de patriotismo y preparación para ocupar altos cargos, en la democracia actual parece bastar con ser un político astuto, capaz de caer bien al jefe, carecer de escrúpulos y consolidar apoyos internos.

Esta dinámica ha alimentado una cultura política en la que el amor al país queda relegado frente a la lealtad partidista, lo que algunos críticos señalan como una fuente de corrupción, ineficiencia y pérdida de prestigio internacional.

La sustitución de élites técnicas por figuras cuya principal virtud es la lealtad partidista ha contribuido a una creciente desilusión con la clase política. Este fenómeno, agravado en los últimos años, ha debilitado la confianza en las instituciones y ha proyectado una imagen de España como un país atrapado en luchas internas y carente de una visión clara de futuro.

Para recuperar su relevancia y superar esta crisis, España necesitaría erradicar a corruptos y mediocres que la han gobernado hasta ahora y elegir líderes que combinen preparación, integridad y un compromiso genuino con el bienestar colectivo, más allá de los intereses de partido.

Sin olvidar que la política española debe recuperar las esencias de las buenas democracias, que consisten en que los mejores ocupen el poder, que gobiernen dirigentes ejemplares en eficacia, patriotismo y capacidad para estimular en el pueblo los valores, la unidad y el esfuerzo, en lugar del odio, la división y la mezquindad, como ocurre en el sucio presente español.

Francisco Rubiales

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Jueves, 30 de Octubre 2025
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