Dos amigos sonrientes con una España que sufre detrás
La percepción de un gobierno liderado por Pedro Sánchez como un grupo de "corruptos e ineptos" resuena en sectores de la sociedad española que ven en sus políticas una amenaza a los valores tradicionales, la estabilidad nacional y al futuro. Otros hasta llegan a ver el germen de una guerra civil próxima.
Las alianzas con partidos como Podemos, ERC o EH Bildu han alimentado esta narrativa, especialmente entre quienes consideran que estas formaciones persiguen agendas ideológicas contrarias al interés general y desean fervientemente la destrucción de la España actual. Por ejemplo, la ley de amnistía para los líderes del procés catalán, aprobada en 2024, ha sido un punto de fricción, con críticas que la señalan como una cesión inaceptable a los independentistas.
Por otro lado, el papel del Rey Felipe VI en este contexto ha generado un debate sobre los límites de la monarquía parlamentaria. Aunque la Constitución le otorga un rol de árbitro y moderador, su capacidad de actuación está severamente restringida para evitar conflictos con el poder legislativo y ejecutivo.
Sin embargo, algunos críticos creen que el monarca puede hacer mucho más de lo que hace y que su postura pasiva ante una España que está siendo acuchillada por la bajeza política no responde al respeto a la Constitución sino al miedo, a la cobardía o, lo que sería peor, a afinidades y coincidencias de criterios.
La polarización en España es la esencia de la política sanchista, cuyo gobierno parece interesado en enfrentar, dividir y fomentar el odio mutuo entre derechas e izquierdas. Esa división enfrentada no es solo un fenómeno político, sino también social y mediático.
En el corazón del debate polarizado está un hecho que agrega peligro, bajeza y ácido a la convivencia: el poder en España está en manos de un par de personajes con profundas taras y carencias, el presidente y el Rey. El primero dedicado a la división, el enfrentamiento y al asalto a la democracia, sobre todo a la división de poderes, un ser con ansias de ser dictador pleno, sospechoso de padecer patologías serias y claramente incontrolable; el segundo es un rey que pierde adeptos y apoyos cada día como consecuencia de su pasividad y silencio ante los males que abruman a millones de españoles y que crean una sociedad donde crece la delincuencia, florece el odio y que está cada día más enfrentada y desunida.
El Rey y el presidente son dos personajes que parecen querer que sus destinos estén unidos. Si cae uno tal vez caiga también el otro y que si el presidente logra convertirse en dictador, el rey sería un sucio cómplice antidemocrático, también enemigo de la libertad.
Francisco Rubiales
Las alianzas con partidos como Podemos, ERC o EH Bildu han alimentado esta narrativa, especialmente entre quienes consideran que estas formaciones persiguen agendas ideológicas contrarias al interés general y desean fervientemente la destrucción de la España actual. Por ejemplo, la ley de amnistía para los líderes del procés catalán, aprobada en 2024, ha sido un punto de fricción, con críticas que la señalan como una cesión inaceptable a los independentistas.
Por otro lado, el papel del Rey Felipe VI en este contexto ha generado un debate sobre los límites de la monarquía parlamentaria. Aunque la Constitución le otorga un rol de árbitro y moderador, su capacidad de actuación está severamente restringida para evitar conflictos con el poder legislativo y ejecutivo.
Sin embargo, algunos críticos creen que el monarca puede hacer mucho más de lo que hace y que su postura pasiva ante una España que está siendo acuchillada por la bajeza política no responde al respeto a la Constitución sino al miedo, a la cobardía o, lo que sería peor, a afinidades y coincidencias de criterios.
La polarización en España es la esencia de la política sanchista, cuyo gobierno parece interesado en enfrentar, dividir y fomentar el odio mutuo entre derechas e izquierdas. Esa división enfrentada no es solo un fenómeno político, sino también social y mediático.
En el corazón del debate polarizado está un hecho que agrega peligro, bajeza y ácido a la convivencia: el poder en España está en manos de un par de personajes con profundas taras y carencias, el presidente y el Rey. El primero dedicado a la división, el enfrentamiento y al asalto a la democracia, sobre todo a la división de poderes, un ser con ansias de ser dictador pleno, sospechoso de padecer patologías serias y claramente incontrolable; el segundo es un rey que pierde adeptos y apoyos cada día como consecuencia de su pasividad y silencio ante los males que abruman a millones de españoles y que crean una sociedad donde crece la delincuencia, florece el odio y que está cada día más enfrentada y desunida.
El Rey y el presidente son dos personajes que parecen querer que sus destinos estén unidos. Si cae uno tal vez caiga también el otro y que si el presidente logra convertirse en dictador, el rey sería un sucio cómplice antidemocrático, también enemigo de la libertad.
Francisco Rubiales