Comunicación y Medios

Sin apenas periodistas independientes, la democracia española está perdida



Gran parte de los periodistas españoles han perdido la independencia y la libertad para criticar y fiscalizar al poder político. Muchos de los críticos sólo atacan al bando contrario, ocultando los errores y miserias del bando propio, comportamiento típico de los "comisarios políticos". Sin una prensa libre capaz de controlar al poder público a través de la verdad, la democracia no pùede existir. El sometimiento de los periodistas a los grandes partidos políticos es, probablemente, la mayor carencia actual de una democracia española que se degenera, pierde apoyos entre los ciudadanos y se transforma, poco a poco, en una despreciable oligocracia de partidos que nada tiene que ver con el sistema original.
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Si alguien nos hubiera dicho hace treinta años, en aquellos momentos en que agonizaba el Franquismo y la democracia se abría camino, que treinta años después buena parte del periodismo español se encontraría masivamente politizado, controlado por los partidos políticos, comprado, maniatado y amordazado, no lo hubiéramos podido creer. Y, sin embargo, es cierto.

La "censura" franquista ha sido sustituida con éxito por la "autocensura", un recurso más eficaz e incruento que la degenerada democracia española ha utilizado para amordazar a los medios de comunicación y liquidar la crítica. G. Orwell ya había vaticinado que la autocensura sería más eficaz que la censura y que con ella podría controlarse la libertad de expresión sin necesidad de prohibir nada.

Muchos periodistas e intelectuales de la España actual viven a sueldo del poder político o trabajan en medios que han tomado partido por la derecha o la izquierda. Dedican sus mejores esfuerzos no a difundir la verdad, a crear opinión libre o a informar verazmente a los ciudadanos, como es su deber, sino a colaborar en tareas útiles al poder, como manipular la información, generar argumentos y enfoques para que una opción política derrote a la contraria y difundir informaciones que benefician a quienes les apoyan y pagan.

Aunque parezca increíble, los fondos de reptiles de la democracia han sido más abundantes y eficientes que los de la dictadura. El refrán "periodistas aplaudidores, vendidos a buenos postores" se ha convertido en una verdad palpable en la España de principios del siglo XXI. La perversión del sistema ha anulado viejos principios y valores por entonces vigentes y ha convertido en aceptable el lamentable y humillante hecho de que miles de periodistas e intelectuales se hayan convertido en "sobrecogedores" porque admiten sobres y recompensas que, directa o indirectamente, provienen del poder político y que les llegan por múltiples vías y caminos, desde la publicidad al tráfico de influencias, sin olvidar concesiones y negocios de toda índole.

La situación de los intelectuales es todavía más triste, si cabe. Gente que en el pasado era montaraz, iconoclasta, independiente y libre hasta el insulto se ha transformado en material sometido que mendiga ante el poder poltronas de asesor, encargos a dedo o espacios en tribunas, consejos de administración y medios públicos. El intelectual en España, salvo excepciones imperceptibles, ha dejado de ser luz y guía para transformarse en materia gris sometida al poder, que la utiliza para fabricar argumentos, orientar los debates, manipular y controlar a la sociedad.

Cada día es más difícil encontrar en España a un periodista o a un intelectual independiente y libre. Los que quedan suelen sobrevivir penosamente y pagan un alto precio por su libertad. Confundidos, indignados, malviviendo o refugiados en Internet, el último reducto libre, tienen dificultad para entender cómo la sociedad española ha perdido con tanta rapidez y facilidad el culto a la verdad y los valores de independencia y servicio a la comunidad, a través de la información, valores que asumieron con ilusión en las antiguas facultades universitarias.

Los sojuzgados o controlados por el poder son legión: muchos militan directamente en un partido y han cambiado voluntariamente el oficio de periodistas por el de "agitadores"; no son pocos los que trabajan en empresas o medios públicos, donde están obligados a defender las tesis del gobierno que les compensa; otros trabajan en medios alineados con un partido político u otro; la mayoría recibe pagos por encargos, trabajos temporales y colaboraciones "envenenadas"; y buena parte de los restantes participan de los fondos de reptiles, subvenciones, contratos y publicidad que proceden del poder y que son el aliento que mantienen vivos a la prensa, la radio, la televisión, productoras, gabinetes, revistas especializadas, opúsculos, monografías, libretos y librillos.

Quién no lo crea que revise el registro de nóminas, reconocimientos, ayudas, becas, premios, subvenciones, colaboraciones, asesorías y demás dádivas del poder.

El brazo del poder político es largo y no sólo paga a los autores, sino también a los editores, sin olvidar a productores, guionistas, estrategas, pensadores, cámaras, fotógrafos y a toda una variopinta legión de profesionales sobrecogedores que utilizan la inteligencia para vivir. Muchos de ellos saben que son piezas imprescindibles para el control de la opinión pública, la libertad y la inteligencia colectiva, pero otros prefieren creer que siguen vinculados a la verdad, ignorando que ya no difunden "la verdad", sino "la verdad del poder", que no es la misma.

La España de hoy, guste o no, es una sociedad alineada con un bando u otro, donde es muy difícil vivir al margen de los "políticamente correcto", donde es casi imposible encontrar el pensamiento libre y en la que el periodista y el intelectual independiente son especies en peligro de extinción.

Aunque el alquiler y la compra de intelectuales y periodistas es un vicio de alcance nacional, en algunas autonomías ha alcanzado una perfección tan elevada que es casi imposible superarla. Es el caso de Cataluña, donde el control de los medios y de la inteligencia ha alcanzado el nivel del "virtuosismo" y la "excelencia". Nadie sabe cuantos millares de intelectuales y periodistas catalanes están mantenidos por la Generalitat para obtener a cambio apoyo ciego y defensa de osadías nacionalistas, independentistas y hasta estatutos grotescos que no pasarían el filtro de cualquier democracia europea honrada.

Andalucía y Extremadura son las otras dos comunidades más sometidas al pensamiento dominante, impulsado por gobiernos regionales cuyo peso y poder excesivo agobian y abruman a la sociedad.

En la España actual ocurre hoy lo mismo que en aquella sucia Italia de finales de los años "setenta", cuando los periodistas e intelectuales podían agruparse en cuatro categorías: los comunistas, los socialistas, los democristianos y los muertos de hambre.

En España el sometimiento de la inteligencia a los partidos políticos y al poder público sigue teniendo vigencia y campea pujante el siniestro y antidemocrático principio de "o estás con el poder o estás jodido".


   
Sábado, 1 de Diciembre 2007
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