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Si quieren sobrevivir, los partidos políticos deben moralizarse



Aparecen hoy como las entidades más fuertes del planeta, más poderosos que el mismo Estado, al que controlan, pero esos partidos políticos, organizados hoy como falanges compactas de dirigentes obsesionados por el poder y los privilegios, podrían desaparecer en el siglo XXI, erradicados por los ciudadanos como una plaga maligna, si no se humanizan, se democratizan y se cargan de ética con urgencia, según opina la mayoría de los pensadores políticos de prestigio.
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Los partidos políticos españoles se niegan a admitir lo que muchos pensadores les advierten: que, para evitar el hundimiento imparable de su prestigio e imagen, el incremento de la corrupción y del despilfarro hasta límites insostenibles y la ruína del sistema político, al que llaman "democracia" sin serlo, necesitan realizar urgentes reformas que les reconcilien con la ciudadanía, la ética y la democracia.

El deterioro de la imagen de los partidos es tan grave que, de ser considerados en el pasado como el núcleo de la democracia y el instrumento imprescindible para la participación de los ciudadanos en la política, han pasado a ser vistos ahora como grupos casi mafiosos donde anidan elites obsesionadas por el poder, cuadros profesionalizados aferrados a sus privilegios y una creciente población de corruptos, todos ellos ignorando que el servicio a la sociedad debe prevalecer sobre los intereses propios y del partido.

Los partidos políticos, arrogantes y demasiado poderosos, han dejado de ser contemplados por los ciudadanos demócratas y estudiosos de la política como entidades valiosas para la democracia y empiezan a ser percibidos ahora por la ciudadanía como el principal obstáculo para que la democracia se regenere y para que el mundo mejore.

Al igual que las empresas desarrollan políticas de Responsabilidad Social Corporativa que se orientan a estrechar los lazos con la sociedad y ser valoradas y apreciadas por los ciudadanos, los partidos deben desarrollar políticas similares que les reconcilien con la ética y con una ciudadanía que los observa con recelo y, cada vez más, con desprecio.

Sin embargo, los partidos, víctimas de un extraño impulso suicida, parecen ajenos a esas corrientes moralizadoras y de responsabilidad social que impregnan a la sociedad y siguen concentrando su esfuerzo únicamente en alcanzar y conservar el poder, sin contemplaciones, por cualquier camino.

Los partidos políticos, mientras sigan obsesionados por el poder, sin practicar la democracia interna y sin controles éticos que obliguen a sus militantes a respetar las reglas de la democracia y a sus dirigentes a ser impecables, serán cada dia más un anacronismo en caída libre, que avanza en contra de las corrientes de la historia.

Son muchos los expertos y analistas que se preguntan si los partidos políticos sobrevivirán mucho tiempo en las actuales circunstancias y se sorprenden de que los partidos no sean capaces de seguir corrientes culturales y sociales tan potentes como el recurso al voluntariado, la exigencia de normas de conducta ejemplares a sus miembros, la práctica de la responsabilidad social y la recuperación de valores democráticos esenciales como el protagonismo del ciudadano, la transparencia en los asuntos económicos y el respeto a la independencia de los poderes básicos del Estado.

Existe casi unanimidad entre los pensadores occidentales de prestigio a la hora de analizar y evaluar los principales problemas, carencias y necesidades de los partidos, a los que aconsejan que se acerquen con urgencia a la ética y a la democracia, que dediquen su principal esfuerzo en respetar los derechos humanos, que renuncien a meter las manos en los fondos públicos y sean financiados únicamente por sus militantes y simpatizantes y que eliminen esas listas cerradas y bloqueadas que arrebatan a los ciudadanos el derecho a elegir, fundamental en democracia.

Sólo si respetan un código ético estricto que les preserve de la corrupción y de la indecencia, los partidos políticos, a pesar de su aparente poder, podrán evitar el desastre que se les avecina: ser erradicados por los ciudadanos como una plaga maliciosa de la Humanidad.


FRM
Miércoles, 18 de Octubre 2006
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