Este mecanismo de ataque y defensa crea una dinámica de rivalidad divertida, donde el éxito depende de equilibrar el crecimiento propio con la agresión hacia los demás. Este sistema evoca un paralelismo con la política, vista como un ecosistema donde los "productores" (emprendedores, trabajadores honestos y contribuyentes que generan riqueza y progreso social, análogos a los frutales fértiles) son atacados por elementos corruptos (políticos o elites oportunistas, equivalentes a los pajarracos hambrientos) que "devoran" recursos públicos mediante sobornos, malversación o políticas clientelares que erosionan el bienestar colectivo.
En este escenario, la gente honrada (los defensores éticos, como instituciones independientes o ciudadanos vigilantes) despliegan "espantapájaros" en forma de leyes anticorrupción, auditorías o activismo para proteger el "universo productivo" de estos depredadores. Sin embargo, al igual que en el juego, el caos persiste: los corruptos no solo atacan directamente, sino que usan "cartas especiales" como alianzas opacas o propaganda para redistribuir el daño, mientras los productores deben invertir energía en defenderse en lugar de solo crecer. El ganador final —una sociedad próspera— depende de una estrategia colectiva que limite los ataques y fomente la honestidad, evitando que los pajarracos conviertan el jardín común en un páramo estéril.
En última instancia, el juego nos recuerda que, en política, la pasividad invita a la plaga, pero la vigilancia activa puede restaurar el equilibrio.
La política española, por la proliferación de corruptos en los partidos y por la cobardía del pueblo y de los que dirigen las instituciones, es un terreno fértil para estos cuervos voraces. En el juego, los jugadores envían pajarracos para saquear los árboles rivales mientras protegen los suyos con espantapájaros precarios; en España, esto se traduce en una proliferación de ataques cruzados donde los "pajarracos" —esos escándalos de corrupción que picotean el presupuesto público— parecen multiplicarse como una plaga dentro de la política y el Estado.
En España, los "frutales productivos" son la economía real, los emprendedores que generan empleo y pagan impuestos para nutrir el Estado, pero que ven cómo sus frutos (subvenciones, contratos públicos) son devorados por bandadas de cuervos disfrazados de licitaciones amañadas o enchufes partidistas. Casos emblemáticos como Gürtel (con el PP) o los ERE de Andalucía (con el PSOE) actúan como pajarracos masivos que no solo roban puntos, sino que dejan el huerto en ruinas, erosionando la confianza ciudadana y disparando la deuda pública.
La lucha contra los pajarracos, muchos de los cuales están en el gobierno de Pedro Sánchez, tras haberse apoderado del Estado, es un deber de todo ciudadano limpio, decente y amante de su patria.
Librarse de pajarracos comunistas, socialistas, ex etarras, independentistas llenos de odio y otras tribus pervertidas y carcomidas por la corrupción y el odio es un deber sagrado para los demócratas y los españoles de bien.
Las fechorías de los pajarracos españoles son muchas y terribles: han amnistiado a delincuentes, han reformado las leyes para facilitar el delito, han violado la Constitución, agreden a la Justicia para castrarla, no respetan la división de poderes, que es la esencia de la democracia, anteponen sus intereses al bien común, son enemigos de la voluntad popular, de la democracia y de las libertades y derechos, expolian con impuestos abusivos y propagan la envidia, la división, el enfrentamiento y el odio entre españoles, a los que empobrecen, mientras ellos se hacen millonarios y se atiborran de privilegios y dinero robado.
En el fondo, la política española es una ronda interminable de "Pajarracos Party" donde el verdadero perdedor es el ciudadano, sobre todo si es cumplidor y decente. Como en el juego, combatir a los cuervos es hoy lo más urgente para los demócratas españoles.
Francisco Rubiales
En este escenario, la gente honrada (los defensores éticos, como instituciones independientes o ciudadanos vigilantes) despliegan "espantapájaros" en forma de leyes anticorrupción, auditorías o activismo para proteger el "universo productivo" de estos depredadores. Sin embargo, al igual que en el juego, el caos persiste: los corruptos no solo atacan directamente, sino que usan "cartas especiales" como alianzas opacas o propaganda para redistribuir el daño, mientras los productores deben invertir energía en defenderse en lugar de solo crecer. El ganador final —una sociedad próspera— depende de una estrategia colectiva que limite los ataques y fomente la honestidad, evitando que los pajarracos conviertan el jardín común en un páramo estéril.
En última instancia, el juego nos recuerda que, en política, la pasividad invita a la plaga, pero la vigilancia activa puede restaurar el equilibrio.
La política española, por la proliferación de corruptos en los partidos y por la cobardía del pueblo y de los que dirigen las instituciones, es un terreno fértil para estos cuervos voraces. En el juego, los jugadores envían pajarracos para saquear los árboles rivales mientras protegen los suyos con espantapájaros precarios; en España, esto se traduce en una proliferación de ataques cruzados donde los "pajarracos" —esos escándalos de corrupción que picotean el presupuesto público— parecen multiplicarse como una plaga dentro de la política y el Estado.
En España, los "frutales productivos" son la economía real, los emprendedores que generan empleo y pagan impuestos para nutrir el Estado, pero que ven cómo sus frutos (subvenciones, contratos públicos) son devorados por bandadas de cuervos disfrazados de licitaciones amañadas o enchufes partidistas. Casos emblemáticos como Gürtel (con el PP) o los ERE de Andalucía (con el PSOE) actúan como pajarracos masivos que no solo roban puntos, sino que dejan el huerto en ruinas, erosionando la confianza ciudadana y disparando la deuda pública.
La lucha contra los pajarracos, muchos de los cuales están en el gobierno de Pedro Sánchez, tras haberse apoderado del Estado, es un deber de todo ciudadano limpio, decente y amante de su patria.
Librarse de pajarracos comunistas, socialistas, ex etarras, independentistas llenos de odio y otras tribus pervertidas y carcomidas por la corrupción y el odio es un deber sagrado para los demócratas y los españoles de bien.
Las fechorías de los pajarracos españoles son muchas y terribles: han amnistiado a delincuentes, han reformado las leyes para facilitar el delito, han violado la Constitución, agreden a la Justicia para castrarla, no respetan la división de poderes, que es la esencia de la democracia, anteponen sus intereses al bien común, son enemigos de la voluntad popular, de la democracia y de las libertades y derechos, expolian con impuestos abusivos y propagan la envidia, la división, el enfrentamiento y el odio entre españoles, a los que empobrecen, mientras ellos se hacen millonarios y se atiborran de privilegios y dinero robado.
En el fondo, la política española es una ronda interminable de "Pajarracos Party" donde el verdadero perdedor es el ciudadano, sobre todo si es cumplidor y decente. Como en el juego, combatir a los cuervos es hoy lo más urgente para los demócratas españoles.
Francisco Rubiales