Colaboraciones

¿POR QUÉ HA GANADO TRUMP? LA DICTADURA DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO





No quiero analizar “científicamente” las causas de lo sucedido: que si la abstención de los latinos y afroamericanos, que si el perfil blanco de los votantes, que si la volatilidad del voto descontento, que si la impopularidad de Hillary… Estoy seguro de que existen otros que analizarán mucho mejor que yo estas cuestiones. Tampoco voy a entrar aquí al trapo de las opiniones en liza. Ante todo, dejo muy claro que expresar lo que voy a decir a continuación ya me valdrá el privilegio de ser colgado con cuerdas de piano del asta de bandera más cercano. Quiero tratar un tema si cabe más importante: la dictadura del pensamiento único. Un dictadura tan feroz que se ha tenido que poner de manifiesto a costa de que un impresentable como Donald Trump y lo peor de la Clase Política estadounidense representado por Hillary Clinton hayan acabado siendo los candidatos a presidir la, por ahora, nación más poderosa del mundo. Sí, estoy hablando del buenismo inquisitorial que se ha impuesto como verdad de verdades a raíz de todo esto. Lo mismo podríamos habernos dado cuenta de otra forma, pero, como de costumbre, necesitamos un par de hostias vivas para espabilar.

Tiene gracia.

Los principales “adalides” de la Democracia y de los Derechos Humanos -muchos de los cuales disculpan a los regímenes comunistas e islámicos por llevar a cabo bárbaros actos que a cualquiera con un mínimo de sentido común le escandalizarían- le niegan al hermano la elemental libertad de opinar diferente a ellos. A todas horas hemos podido deleitarnos con exabruptos simplones contra aquellos “inhumanos” incapaces de solidarizarse con los valores universales impuestos por los sumos pontífices del “deber ser”, o que simplemente no estaban de acuerdo con la hipérbole fanática que eleva el sufrimiento de un colectivo al rango de ley y de principio de legislación universal. Y nadie parece advertirlo.

Parece “justo” desterrar de la humanidad a aquellos que no aceptan o simplemente no comparten un pensamiento mayoritario. O bien el que cínicamente se acepta como loable. Avanzamos hacia sociedades cada vez más intervenidas, más colectivas, donde la identidad de grupo prime sobre la individual hasta eliminar todo aquello que nos dota de personalidad propia en pos de lograr una suerte de comunidad ideal donde los problemas provocados por una forma “mala” de pensar sean cosa del pasado.

Me pregunto “¿y quién decide qué es bueno y qué es malo, qué pensamiento es correcto y cuál no? ¿El Gobierno, la Ley, la UE, las ONGs?” Si algo hemos descubierto con esta situación no es que los demagogos peligrosos pueden ser preferibles para muchos a los oligarcas corruptos, sino que tenemos millones de censores incapaces de asumir que alguien no piense como ellos y que, armados por la superioridad moral que ha dado lugar a los mayores crímenes que ha visto el mundo se permiten el lujo de codificar el pensamiento público y de perseguir a aquellos que no claudican ante el mandato del comisario político.

¿Quiénes han votado a Trump? ¿Racistas, xenófobos, maltratadores? Puede. Pero la mayoría ha sido simplemente gente que está harta de la imposición de dogmas morales por parte de una Clase Política en contubernio con unos poderes financieros que saben que cuanto más interioriza un pueblo la docilidad más fácil lo tienen para seguir haciendo lo que quieran. Es, como todo, un negocio. Mucha gente cansada de que a quienes cometen asesinatos se les comprenda y a las víctimas se las defenestre señalándolas como culpables. Mucha gente que no quiere seguir tolerando que sus dirigentes se entreguen a políticas absurdas para el decoro y dejen de lado la seguridad de aquellos a quienes deben proteger y que, en última instancia, son sus jefes. Mucha gente que ha entendido que por un principio de responsabilidad democrática, el gobernante le debe lealtad a quien le vota, y no a los ciudadanos de otros países o apátridas. Mucha gente que sabe que es inmaduro suponer que la clase política puede reformarse y que no cabe otro camino que echarla por la fuerza. Mucha gente que no sale de su asombro cuando sus políticos insisten en el diálogo criminal con terroristas, cuyo único camino es el asesinato y la destrucción. Mucha gente que se rebela ante el hecho de ser ciudadanos de segunda desatendidos en zonas deprimidas con altas tasas de paro mientras sus representantes hablan de darles trabajo a los sin papeles o a los refugiados.

Aquí en España pasa exactamente igual. Sólo que no tenemos ni la mitad de coraje y preferimos escondernos en un lugar recóndito, hacernos una pelotita y esperar que, de alguna forma, todo se solucione. O votamos a quien apoya a los terroristas que hace dos días ponían bombas o celebran el aniversario de un dictador y asesino en masa como Lenin.

Con “demócratas” como estos a buen seguro que la guerra civil no la superamos ni a tiros, y que las esperanzas de regeneracionismo sólo van a suponer tristes sueños húmedos en el anonimato de una habitación para un par de locos. Despidámonos con un caluroso abrazo del libre pensamiento y vayamos preparando la sopa caliente para el moralismo universalizante. Esa es la estela del progreso. No os molesto más. Sólo he considerado conveniente que alguien hablase claro de una puñetera vez.

Pablo Gea Congosto

Pablo Gea Congosto
Viernes, 11 de Noviembre 2016
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