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Muchos políticos padecen la ridícula y peligrosa "Broncemia", la enfermedad de los que mandan



La decisión de hacer que los españoles votemos el día de Navidad y por tercera vez en un año es cosa de psicópatas. No cabe duda. Es una decisión meditada y calculada al milímetro para acorralar al partido contrario, adoptada sin tener en cuenta el bien común y la opinión de los ciudadanos. Es una aberración claramente demencial que refleja la terrible enfermedad que mina la mente de muchos políticos. De igual modo, la obsesión por el poder de Pedro Sánchez y su voluntad absurda de anteponer su poder personal al bien de España, bloqueando la formación de un gobierno, es también reflejo de una enfermedad desquiciante, instalada en su cerebro y en su alma.

Deberían hablar los colegios de médicos españoles y obligar a ciertos políticos a que pasen por consulta. Imponer test de capacidad psicológica y salud mental a los políticos debe ser ya la primera exigencia ciudadana para la regeneración. Para un país como España, en el que los políticos son casi impunes y nunca pagan por sus errores y por los daños que causan, erradicar a los locos con poder es cuestión de vida o muerte.
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Busto en bronce de Hugo Chaves, uno de los ejemplos más agudos de broncemia
Muchos especialistas creen que la política es un asunto de locos y que el poder, cuando se ejerce durante demasiado tiempo, termina enloqueciendo. Hay varias locuras políticas tipificadas. Una de ellas es el "Síndrome de la Arrogancia", la nueva enfermedad mental que David Owen define y que reclama sea incluida, con un número propio, en el Código Internacional de Enfermedades (CIE).

David Owen, ex ministro británico con Tony Blair, explica (In Sickmess and in Power, 2008) que el dominio del poder ocasiona cambios en el estado mental y conduce a una conducta arrogante, por lo que las enfermedades mentales necesitan una redefinición que incluya el Síndrome de la Arrogancia en el elenco mundial de enfermedades mentales.

A algunos políticos, el poder les hace perder la cabeza, los convierte en arrogantes y soberbios y les aleja de la realidad, situándolos en una peligrosa alienación que les hace perder la noción de la realidad. Pero a otros los convierte en verdaderos enfermos mentales, según Owen, que detalla como enfermedad el viejo Síndrome de Hybris, detectado por los antiguos griegos para identificar a los héroes que, borrachos de éxito y haciendo acumuló de poder, se portaban como auténticos "tiranos".

Otra de las versiones de la enfermedad de los políticos es la "broncemia", una metáfora algo humorística de la acumulación de bronce arrogante en la sangre. Es una enfermedad mental grave que se da con gran frecuencia entre los políticos, grandes banqueros, médicos famosos y otros miembros destacados de las élites. Los que la padecen, a medida que pasan los años y el bronce invade la corriente sanguínea, terminan creyendo que son héroes sublimes, dignos de admiración en la Historia, estatuas de bronce que están situadas, por sus méritos y para admiración de todos, en las plazas y espacios públicos.

Se creen dioses, pero son tipejos cargados de soberbia, arrogantes y aislados que han perdido la noción de la realidad. El enfermo de broncemia pasa por dos etapas: la primera es el "Importantismo", en la que el infectado por el metal se cree tan importante que nadie es mejor que él; la segunda es la "Inmortalitis", que sobreviene cuando el bronce ya ha invadido todo su ser, lo que le lleva a sentirse inmortal, un ser infinito situado por encima de la muerte y del tiempo.

La broncemia se desarrolla, sobre todo, en los ambientes de poder e intelectuales, siendo sus dos ámbitos más propicios la Universidad y la Política, sobre todo esta última, donde la arrogancia y la egolatría inyectan inmensas cantidades de bronce en la corriente sanguínea de los políticos, que desarrollan síntomas muy agudos de "soberbia" y "solemnidad", típicos de la enfermedad. Pero se han observado casos importantes en otros estamentos, como la medicina, la Justicia, el deporte y la empresa.

La edad es un aspecto importante. La broncemia se desarrolla, generalmente, a partir de los 45 años, pero los casos más severos suelen producirse entre los 55 y los 65 años. El sexo también es un factor importante. La enfermedad es más frecuente entre los hombres, pero últimamente,con el auge del feminismo, los casos de mujeres invadidas por el bronce son cada día más frecuentes.

Los síntomas más característicos del broncémico son tres: la "diarrea mental", la "sordera interlocutoria" y el "reflejo cefalocaudal". La "diarrea" le hace hablar sin parar, de cualquier tema, hasta de lo que desconoce, con solemnidad, escuchándose a sí mismo, como si hablara desde un púlpito a seres inferiores; la "sordera" le impide escuchar y convierte al enfermo de broncemia en un ser aislado y desconectado de los que le rodean; el "reflejo cefalocaudal", por último, hace que el broncémico camine erguido, con la espalda rígida, con apariencia arrogante, como si fuera un Dios olímpico, quizás por acumulación de bronce en su columna vertebral.

Aunque la broncemia es una enfermedad antigua, casi tan vieja como el género humano, nunca se ha extendido tanto como en nuestro tiempo. Prácticamente todos los ciudadanos conocen a algún broncémico, fácilmente identificable por sus primeros síntomas: pierde la capacidad de sonreir, no sabe escuchar y habla sin parar, sobre todo de sí mismo.

La única medicina eficaz conocida contra la broncemia es el espíritu de servicio, una variedad del amor al prójimo que obliga a quien lo practica a estar más atento del otro que de él mismo. El espíritu de servicio es una actitud hacia los demás, que nos impulsa a satisfacer los deseos y necesidades del otro. Ese espíritu opera como una vacuna infalible y evita la broncemia con una eficacia total.

Los cuatro últimos presidentes del gobierno de España han sido broncémicos agudos. Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero contrajeron la enfermedad cuando ya habitaban en la Moncloa, mientras que José María Aznar y Rajoy llegaron a la presidencia ya enfermos. Los cuatro perdieron el favor del pueblo como consecuencia de su broncemia, después de tornarse sordos, de practicar la diarrea mental y de perder el sentido del humor y de la autocrítica. Todos ellos se creyeron próceres casi eternos y, en algunos casos, como el de Zapatero, llegaron a creerse seres incomprendidos, predestinados por el mismo destino para mandar, a pesar de que el pueblo los despreciaba y rechazaba.

El de Rajoy es un caso de broncemia agudo y agravado por la circunstancia de que debe dialogar y competir con otros broncémicos de enorme gravedad, como Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Susana Díaz y, en un nivel de enfermedad menos agudo, Albert Rivera. Su desprecio al populacho y a la gente común es tan intenso como el que lucieron los mas enfermos broncémicos de la Historia humana. Se siente incomprendido y cree que los ciudadanos valoran poco su esfuerzo y amor por España, pero es incapaz de reconocer ni uno solo de sus defectos, que son todos los típicos de la broncemia más terrible: alienación, indolencia, egolatría, necesidad de rodearse de pelotas y palmeros, mentira, engaño, incumplimiento de promesas que él mismo considera como puras estrategias de poder, incapacidad de tener amigos y una incomunicación con la sociedad propia del bronce mas frío y metálico.

La broncemia es una patología aguda que los psiquiatras consideran sin remedio. Cuando un broncémico empedernido entra en una consulta psiquiátrica, algo que muy difícilmente ocurre, ya que el enfermo se cree siempre el más sano de los mortales, el psiquiatra, que conoce lo insufrible e insoportable que son en su soberbia y arrogancia, siente ganas de echar a correr y de haber elegido otra profesión, como la de árbitro de fútbol, por ejemplo.

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Jueves, 15 de Septiembre 2016
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