Colaboraciones

MENOS POR "MAS".





Hacia una Cataluña independiente
Así es como va a resultar el planteamiento de los líderes independentistas. Aunque ya tienen lo que quieren, lo que necesitaban para acelerar un proceso hacia un resultado por ellos previsto como inevitable: la dinámica de odio y de rechazo, la quiebra del contrato social en Cataluña. Paso previo para cualquier cambio político que se precie. Y más si está basado en mentiras y manipulación de datos y de cifras. Vamos, si de algo podrán alardear los ciudadanos de una hipotética –y nada probable- Cataluña independiente es que conocerán, antes que su nuevo estado, la catadura de los líderes que van a dirigirlo. Todo un ejemplo de lucidez, madurez y concordia política. Nadie a estas alturas podrá negar –esta vez sí- ese dato objetivo.

Que las perspectivas para ese futuro sean poco halagüeñas poco importa. El bienestar de la población ni siquiera ha ocupado una mísera comida en un hotel para forjar pactos políticos. Un harakiri político en toda regla que olvida aquello que Coppola nos enseñaba con inefable maestría en El Padrino: cuando olvidamos lo que verdaderamente importa, las personas individuales, para concentrarnos en la defensa de unas siglas abstractas, pavimentamos el camino hacia nuestra completa destrucción. Una destrucción que parece asegurada por cuanto las generalizaciones infantiles respecto al resto de pueblos de España han hartado incluso hasta a los más apolíticos de un chauvinismo verdaderamente repugnante. Como si toda Nación independiente tuviese que tener su cuota de odio nacionalista para poder tener su derecho a existir. Como si la manipulación histórica sirviese de algo en la Era Digital.

Los pasos hacia esa utópica independencia han sido más que facilitados por un Gobierno miope y torpe, incapaz de hacerse respetar ni en el exterior ni en el interior y que, a falta de legitimidad social (que no política), opta por la aplicación de leyes absurdas que sólo consiguen enervar a una sociedad que está ya cansada de ser moneda de cambio en el tráfico de esperanza de los justos en que se ha convertido la política. Los pulsos parecen decantarse hacia los vendedores de la intransigencia. Y quizá tengan razón. Porque en una negociación en la que sólo pueden acordarse los términos con una pistola en la sien, precedida de toda clase de vejaciones contra el adversario, sólo un ingenuo podría apostar hasta su último céntimo a que de ahí puede salir algo bueno.

Y no, no es que en España seamos diferentes, como se empeña en señalar el tópico. Es que situaciones desesperadas nos impiden ver el peligro, y cualquier opción de cambio nos resulta, por el mero hecho de serlo, buena. Cuando se impone la política de hechos consumados más nos vale tener un paciente hombro sobre el que llorar.

Da igual que la independencia de una región constituya un desastre sin precedentes para España y para esa misma región. La demagogia participativa del demos colectivo ha empañado todo de forma que argumentos racionales sólo constituyen aspiraciones de un loco. Para buscar culpas no hace falta ir a la “Clase Política”, a los “Bancos”, a la “Troika” o a una “Conspiración judía internacional”. Hay que mirar dentro de uno mismo, y percatarse de que si los demagogos tienen cancha, si determinadas actitudes políticas prevalecen, ocurre simple y llanamente porque un porcentaje de la población nada desdeñable lo apoya y lo desea.

Y esta es la lección final. Cuando aprendamos a asumir nuestra responsabilidad política como personas dejaremos de ser súbditos para pasar a ser ciudadanos. Porque ciudadano no es sólo aquél dotado de unas garantías y derechos, sino el que es consciente de su responsabilidad respecto a la sociedad en la que vive, aunque sea simplemente por el impulso egoísta que supone un aumento del bienestar individual inevitablemente unido a un bienestar colectivo. Cuando la fractura social se convierta en ruptura, y la violencia se imponga al sentido común, más nos valdrá recordar esto a todos los españoles, incluso a los que no quieren serlo.

Pablo Gea Congosto

Pablo Gea Congosto
Viernes, 27 de Enero 2017
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