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Los políticos frenan la llegada del robot porque quieren controlarlo y cobrarle impuestos



Los robots han alcanzado la madurez suficiente para entrar en las cadenas de producción, minas, fábricas y oficinas, ocupando los puestos de trabajo de menor cualificación, liberando al hombre de múltiples tareas y ofreciendo a la Humanidad la oportunidad de avanzar notablemente hacia la libertad, la prosperidad y el ocio creativo, pero los políticos, como suele ser habitual en ellos, están frenando el progreso porque no saben como regular el funcionamiento de esas nuevas máquinas inteligentes, a las que también quieren controlar y cobrar impuestos.
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Obsesionados por el dinero y por mantener su poder, sus privilegios y el tamaño enorme de esos estados desproporcionados que ellos han creado, los políticos están frenando el avance de la robótica porque quieren regular y cobrar impuestos a los robots y no saben como hacerlo.

Los políticos afirman que la llegada de los robots podría dejar sin trabajo a cientos de millones de seres humanos y que por eso hay que retrasarla y regularla, pero ese argumento sólo es una excusa porque lo que realmente les preocupa es cómo ellos pueden controlar a los robots para que el mundo siga siendo un paraíso para los que mandan y un infierno para los que están abajo.

El miedo principal de los políticos, no confesado porque es vergonzante, es que los robots pueden hacer que el hombre avance hacia la libertad y el desarrollo de sus mentes. Al liberar al hombre de sus tareas laborales menos creativas, los humanos tendrán más tiempo disponible para cultivarse, se harán más pensantes, libres y reflexivos, votarán más libremente en las urnas y serán más difíciles de embrutecer, corromper y dominar, avances que amenazan el estatus de dominio, lujo y privilegios de la actual "casta" gobernante.

El freno a la robótica, si fuera conocido y asumido por los ciudadanos, constituiría un escándalo de proporciones gigantescas que demostraría, de manera fehaciente, el bajo nivel moral y humano de los políticos que gobiernan el mundo y la inmensa miseria que anida en sus corazones y cerebros.

Quizás la solución sea programar a los robots para que sustituyan con urgencia a una clase política que cada día es más inútil, frena el progreso y que es incapaz de solucionar problemas del mundo tan graves como la guerra, la desigualdad, la desprotección de los débiles, la justicia y la inseguridad, pero que sabe atrincherarse en el poder y rodearse de privilegios que no merece. Sustituir a un político bien preparado y decente por un robot es imposible, pero sustituir a un idiota con poder, que además es corrupto, por una máquina sería la primera gran contribución de la robótica al desarrollo de la humanidad.

La sustitución de la actual clase política por máquinas precisas, capaces de adoptar decisiones justas y equilibradas, podría liberar al mundo de una de sus peores lacras, que es la gestión del poder por parte de partidos políticos y de personas que deterioran la democracia y la convivencia, cobran impuestos desproporcionados para mantener sus privilegios inmerecidos y que se han infectado con el peor de los vicios de la política, que consiste en anteponer, una y otra vez, sus propios intereses al bien común, causando a los ciudadanos y a la Historia daños insoportables.

Los políticos, demostrando su alienación y escasez de grandeza, están frenando el que podría ser el mayor avance de la Humanidad desde la creación del hombre, solo porque no saben cómo regularlos, controlarlos y lograr que paguen impuestos.

Sabíamos que los políticos eran nocivos para los ciudadanos y para los valores, pero desconocíamos que también fueran el mayor obstáculo para el progreso del ser humano y de las civilizaciones.

El robot, bien gestionado, no condena a los hombres al desempleo ni a la precariedad, sino que los libera para que afronten otras tareas superiores, en beneficio de la sociedad. También será clave para que la especie abandone definitivamente su animalismo para hacerse verdaderamente humana.

El robot elimina muchos costes, no cobra salarios, no enferma y permite producir más bienes a menos coste, lo que generará inmensas plusvalías que deberían emplearse en mejorar la vida de los humanos, mejorar los servicios vitales y acabar con lacras como la pobreza, el hambre y el desamparo de los más débiles.

Pero en lugar de asegurar que los robots sean, de verdad, un avance para el desarrollo humano, los políticos están obsesionados en cómo controlarlos, cobrarles impuestos y en regularlos para que ellos sigan disfrutando de sus actuales privilegios y ventajas.

Son tan ineptos y adversarios del bien común que los políticos merecen ser sustituidos por robots antes que ningún otro colectivo del planeta. Al fin y al cabo, el trabajo de los políticos es plenamente prescindible y ejecutable por una máquina dotada de inteligencia artificial. En esencia, los políticos actuales se dedican a salir en la televisión, pronunciar discursos, protagonizar falsos debates, donde no fluyen ni la verdad ni la lucidez, maquinar como conservar el poder y adoptar las decisiones que les convengan a ellos y a sus partidos, nunca a los ciudadanos, lo que les convierte no sólo en prescindibles, sino también en nocivos para el verdadero progreso humano.

Las inteligencias artificiales no se corrompen, ni son víctimas de la codicia, ni practican el abuso, ni oprimen, ni recurren al clientelismo, ni violan las constituciones, ni son injustas, ni colocan a sus familiares y amigos en puestos públicos, ni adoptan decisiones arbitrarias, ni son sectarias. En realidad, son perfectas para sustituir a esa clase política, cada día más divorciada de los ciudadanos, que se está convirtiendo en el mayor obstáculo para el progreso, la virtud y el bien de la humanidad.


Francisco Rubiales

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Miércoles, 1 de Marzo 2017
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