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Los partidos políticos españoles son globos hinchados y escuelas de antidemocracia



Las actuales primarias del Partido Popular, en las que ganan Soraya Saénz de Santamaría y Pablo Casado, están demostrando que los partidos políticos españoles son formaciones ridículas y escasamente representativas, en las que 50.000 votantes pueden elegir a quien probablemente llegará a ser presidente del gobierno de España.

Millones de españoles, hastiados e indignados ante el comportamiento de los políticos y de sus partidos, piensan ya que los partidos son el verdadero origen de todos los males de la nación.

Los partidos políticos españoles se han degradado tanto que pierden militantes a diario y se han transformado en formaciones escasamente representativas. El PP se vanagloriaba de tener más de 800.000 afiliados, pero al final, los verdaderos afiliados, aquellos que pagan sus cuotas y asisten a los actos, apenas son 66.000. En el PSOE ocurre otro tanto, mientras que la calidad de la militancia también desciende peligrosamente y la mayoría de los que llegan lo hacen más para medrar, conseguir privilegios y riqueza y hacer carrera en la política que para servir a los ciudadanos.

La situación interna de los partidos españoles es preocupante, no sólo por la gran concentración de corruptos, sino, sobre todo, por la baja catadura moral reinante y por el ambiente antidemocrático, vertical y autoritario que rige en esas agrupaciones, convertidas en escuelas de la que salen demasiados mediocres, miserables y sinvergüenzas.
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En realidad, los verdaderos partidos políticos no existen en España. Los que hay sólo son contubernios de ambiciosos y mediocres en busca de botín. Los teóricos 800.000 afiliados del PP no aparecen y al final han sido poco más de 50.000 militantes los que están eligiendo a quien va a presidir el partido, que también será, probablemente, candidato y tal vez presidente del gobierno de España. El hecho de que unos pocos militantes, en su mayoría contaminados y todos ellos agradecidos al partido porque les da dinero y poder, sean los que elijan al que será, probablemente, presidente de los españoles es una clara aberración que demuestra la escasa calidad del sistema y la perversión de las estructuras democráticas españolas.

Desde Aristóteles hasta Darwin y Spencer, ningún pensador político, filósofo o estudioso había imaginado que una sociedad pudiera ser liderada por mediocres. La historia de la Humanidad, claramente explicada por Darwin, refleja el triunfo de los más fuertes y mejores sobre los peores y los mas débiles. Desde los tiempos antiguos, los mas fuertes alcanzaban el poder y ejercían un liderazgo sustentado por la fuerza o la inteligencia superior. Sin embargo, todo cambió cuando se fundaron los partidos políticos y los mediocres descubrieron que, unidos y organizados, podían imponerse a los más fuertes e inteligentes, casi siempre divididos y desorganizados. A partir de entonces, el mundo, dominado por una panda de mediocres organizados en partidos políticos, está revuelto, es más inepto, injusto y depravado y muchas veces involuciona en lugar de evolucionar. Es la consecuencia directa del triunfo de la mediocridad, que ha tomado el poder y creado un imperio político donde los mediocres controlan la historia con la ayuda de torpes, imbéciles y malvados.

La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y mas dañina de todos los tiempos.

“Los orígenes de los actuales partidos políticos se remontan a la Roma republicana. Entonces se denominaban “factio” y los autores lo describían como un grupo político perturbador y nocivo destinado a “facere” (hacer) “actos siniestros”. La palabra “partido” proviene también del término latino “partire”, que significa “dividir”, pero este término no adquiere significación en la política hasta el siglo XVII, aunque entonces su significado se acercaba más al concepto de “secta”. Refiriéndose a los partidos, Maquiavelo decía que esas “partes” llevan a la ciudad hasta su “ruina”. Montesquieu, en “El espíritu de las leyes”, condena lo que representan las “facciones”, por entonces todavía escasamente diferenciadas de los “partidos”. Bolinbroke afirma que “los partidos son un mal político y las facciones son los peores de todos los partidos” y “los partidos dividen a un pueblo por principios”. David Hume es todavía más duro en su juicio: “las facciones subvierten el gobierno, dejan impotentes a las leyes y engendran las mas feroces animadversidades entre los hombres de la misma nación”. Pero Hume ya utiliza el término “partido” cuando dice que “los partidos raras veces se encuentran puros, sin adulterar” y “los partidos basados en principios, especialmente en principios abstractos y especulativos, sólo se conocen en los tiempos modernos y quizá sean el fenómeno más extraordinario e inexplicable que se haya dado hasta ahora en los asuntos humanos”.

La imagen de los partidos ni siquiera mejora durante la Revolución Francesa, cuyos líderes, siempre enfrentados y en lucha fratricida, fueron unánimes al condenar a los partidos políticos, hasta el punto de que la principal acusación que se “escupían” unos a otros era de la “chef de partí” (jefe de partido), un “delito” que, en aquellos tiempos, algunos pagaron con la cabeza guillotinada. Dantón advertía: “Si nos exasperamos los unos contra los otros acabaremos formando partidos, cuando no necesitamos más que uno, el de la razón”. El juicio de Saint Just es durísimo: “Todo partido es criminal” y “Al dividir a un pueblo, las facciones sustituyen a la libertad por la furia del partidismo”. En general, para los patriotas franceses, los partidos y facciones eran considerados como una conspiración contra la nación.

Los padres fundadores de la nación americana, la primera creada bajo los más exigentes cánones de la libertad y los derechos de la época, no tienen mejor concepto del partido político. Madison consideraba a las facciones “contraria a los derechos de otros ciudadanos o de los intereses permanentes y agregados de la comunidad”, mientras que George Washington, en su “Discurso de Adios” de 1796, afirma: “La libertad... es de hecho poco más que un nombre cuando el gobierno es demasiado débil para soportar los embates de las facciones... Permitidme... advertiros del modo más solemne en contra de los efectos nocivos del espíritu del partido”. El criterio de Thomas Jefferson se parece al de Bolingbroke y considera al partido como una “amenaza” para los “principios republicanos”.

Francisco Rubiales


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Lunes, 9 de Julio 2018
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