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Los grandes partidos políticos españoles se hacen fascistas



El reciente espectáculo bochornoso de lucha interna a cuchilladas en el PSOE, con los gritos, insultos y urnas trucadas que precedieron a la derrota de un Pedro Sánchez que pactaba en secreto con Podemos y los separatistas, fue puro fascismo, como lo es también la actitud de un PP que prefiere ir a unas terceras elecciones para ganar más poder que servir el interés de España, flexibilizar su postura y pactar con los socialistas, permitiéndoles salvar la cara.

El exceso de poder y la ausencia de democracia no sólo han convertido a los grandes partidos políticos españoles en corruptos, sino que, además, los están infectando de fascismo. El PP, el PSOE, el nacionalismo catalán, Izquierda Unida y hasta Podemos exhiben sin pudor vergonzosos rasgos puramente fascistas.
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Todas las definiciones del fascismo le vienen como anillo al dedo al movimiento independentista catalán y a la actual deriva de partidos como el PP y el PSOE, donde sus líderes son cada día más autoritarios e impermeables al diálogo, a la sociedad y al ciudadano, mientras sus cúpulas se aíslan, alienan, verticalizan y se desprenden de ideologías y valores para entregarse de lleno al poder y los privilegios.

Analicemos, por ejemplo, la siguiente definición del fascismo, que parece pensada para retratar la política actual de la Generalitat de Cataluña y de otros gobiernos autonómicos: "El proyecto político del fascismo es instaurar un corporativismo estatal totalitario y una economía dirigista, mientras su base intelectual plantea la sumisión de la razón a la voluntad y la acción, aplicando un nacionalismo fuertemente identitario con componentes victimistas o revanchistas, lo que conduce a la violencia".

El fascismo es un comportamiento autoritario y déspota del poder, que impone su voluntad sin contemplaciones y antepone el orden, la autoridad vertical y el concepto de Estado a las libertades, los derechos y al mismo individuo. Cuando los líderes se convierten en intocables, se rodean de aduladores, pelotas y palmeros, se cierran al diálogo, imponen su voluntad a la colectividad, ignoran las leyes, causan sufrimiento a sus administrados y reprimen, incluso con métodos sucios y agresivos, la disidencia y la oposición, anteponiendo los intereses propios al bien común, es que el fascismo está en su apogeo y ya es incurable.

Es lo que ocurría con Pedro Sánchez, cuando imponía su voluntad y su obsesión por el poder a los criterios de su partido y de la sociedad española. Algo parecido ocurre con Rajoy, cuando se aferra al poder, se niega a contemplar siquiera que él no es un buen candidato por estar sucio de corrupción y cuando aplasta cualquier disidencia u oposición en su partido.

También es fascismo puro lo que está ocurriendo en la antigua Convergencia de Cataluña, un partido que se ha lanzado de lleno por la vía del odio, la confrontación y la indepedencia, sin hacer frente a su grave corrupción interna y a su peligrosa deriva autoritaria, que le lleva a mentir, a reescribir la historia y a promover la división, el enfrentamiento y hasta el odio en su territorio.

La mentira institucional, un vicio que en España ha alcanzado niveles de vómito, es genuinamente fascista, como también son fascistas la corrupción, el intervencionismo exagerado, la marginación de los ciudadanos, el despilfarro del dinero público, el engorde desmesurado del Estado, el desprecio a los valores y el también vicio típico de la política española, que consiste en anteponer los intereses propios y del partido al bien común. Cuando Podemos y otros partidos llenan de familiares y amigos los ayuntamientos y otras instituciones, están comportándose como partidos fascistas.

La política española está impregnada de fascismo, de fascismo verdadero, no de ese falso fascismo que algunos izquierdistas utilizan como ofensa para descalificar al adversario. Fascista es la compra de votos catalanes y vascos a cambio de poder, la trama Gurtel, los EREs andaluces y cientos de abusos, suciedades y canalladas protagonizadas por partidos corrompidos. Fascismo es repartir subvenciones y concesiones a los amigos y negarlas a la lista negra de disidentes y adversarios. Fascismo es crear empresas públicas e instituciones innecesarias, sin otro fin que colocar en ellas a los amigos. Fascismo es que existan en España decenas de miles de políticos que no pueden justificar la riqueza que han acumulado en el poder. Fascismo es nombrar jueces y magistrados y politizar la Justicia para impedir que los ladrones y canallas sean castigados. Fascismo son muchos comportamientos de los partidos y los gobiernos, pero sobre todo dos: anteponer el interés propio al bien común y proteger al delincuente en las listas electorales, para que disfruten del aforamiento, algo que los grandes partidos han hecho con una repugnante frecuencia.

El fascismo de los políticos españoles va más allá de la corrupción, de cobrar sobres en dinero negro, de autorizar estafas masivas con productos bancarios tóxicos o de mirar para otro lado cuando se preside una autonomía, mientras desaparecen cientos de millones de las cuentas publicas. El fascismo español es intrínseco e incurable porque afecta al propio sistema, que ya nació con demasiado poder para los partidos y sus élites dirigentes y sin controles ni frenos democráticos, en 1978, y desde entonces se ha ido cociendo en la corrupción, el abuso y la podredumbre.

González, Aznar, Zapatero y Rajoy han exhibido rasgos fascista muy acentuados, amparados en las deficiencias democráticas del sistema español, que otorga a los políticos una impunidad práctica, les permite gobernar al margen de los deseos de los ciudadanos, no les obliga a rendir cuentas y ni siquiera garantiza principios tan vitales para la democracia como la representación real del ciudadano, la separación de los poderes básicos del Estado, la rendición cuentas y el sometimiento a leyes que sean iguales para todos y que hagan pagar caro sus delitos y maldades a los cargos públicos.

De un análisis del comportamiento de los líderes políticos españoles en las últimas décadas no sólo se desprende que eran genuinamente fascistas, sino que cada uno supero al anterior en los vicios típicos del fascismo: mentiras, engaños, corrupción, intervencionismo, impunidad, engorde del Estado, despilfarro, corrupción y avances descontrolados hacia políticas totalitarias, ajenas a la voluntad popular.

Fascistas son, sobre todo, la marginación del ciudadano de la vida política y el desamparo del pueblo ante los abusos del poder, dos fenómenos genuinamente españoles que acompañaron, como rasgos decisivos, al nazismo y al comunismo soviético, hasta que desaparecieron.

En España es aplicable al cien por cien la máxima de que "el poder corrompe" y la que agrega que "corrompe más cuando más fuerte es".

Francisco Rubiales


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Jueves, 6 de Octubre 2016
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