Sánchez con algunos de sus cómplices
En el turbulento panorama político español, pocas figuras han generado tanta controversia como Pedro Sánchez y su estilo de gobernanza, conocido popularmente como "sanchismo". El sanchismo y sus cómplices caerán con llanto en el olvido histórico y la vergüenza.
Esta corriente parece destinada a un final ignominioso. El sanchismo, una vez que pierda el control del poder, se hundirá en la gran letrina de la Historia, ese vertedero simbólico donde terminan los partidos, instituciones y personajes que han traicionado el bien común y a sus naciones y pueblos.
Esta predicción no solo apunta al líder socialista, sino también a una red extensa de cómplices que, por acción u omisión, han contribuido al "drama español".
El Sanchismo es un régimen bajo escrutinio, sinónimo de un gobierno marcado por los escándalos.
Cuando el ciclo político cambie —y la historia nos enseña que ningún régimen es eterno—, este capítulo oscuro se cerrará con un estruendo, arrastrando a Sánchez al foso de los olvidados. Pero la caída no será solitaria. Sus cómplices compartirán el mismo destino, culpables por haber acompañado al corrupto en sus abusos y tropelías, o por no haber actuado cuando era su deber defender a España de sus enemigos internos.
En un sistema democrático, la responsabilidad no recae solo en el líder, sino en todos aquellos que lo sostienen. Los cómplices se sentarán en el banquillo de la Historia.
La lista de implicados es extensa y abarca todos los estratos de la sociedad española. En primer lugar, se señala al Rey Felipe VI, cuya figura constitucional debería encarnar la neutralidad y la defensa del Estado, pero que ha contemplado el desastre sanchista con una pasividad inexplicable. Los altos mandos de las Fuerzas Armadas y de seguridad, guardianes tradicionales de la soberanía nacional, también figuran en este inventario de cobardes, acusados de no haber alzado la voz contra políticas que debilitan la unidad y la decencia del país. No escapan los militantes socialistas y los votantes de izquierda, quienes han respaldado un proyecto destructivo, los socios del gobierno, donde figuran totalitarios comunistas, ex terroristas de ETA y partidos golpistas e independentistas vascos y catalanes, los empresarios que han hecho negocios con el poder corrupto, beneficiándose de contratos dudosos y favores políticos y los periodistas y portavoces "lameculos" —aquellos que, en lugar de fiscalizar, han alabado al régimen— completan el cuadro, junto con una larga lista de personas sucias que han preferido la comodidad a la confrontación y el disfrute del poder al servicio al pueblo.
La historia juzga no solo a los tiranos, sino a los que les permitieron reinar, a los que, por omisión o participación, contribuyeron al "desastre sanchista", priorizando beneficios personales sobre el bien común.
Esa caída será una bendición para España, un camino hacia la redención, un momento de purga que abrirá las puertas a un futuro mejor, libre de los corruptos y delincuentes que han convertido el Estado en su feudo personal.
Imagínese un país renovado, donde las instituciones recuperen su integridad, los líderes respondan ante la ley y la sociedad civil se levante contra la impunidad.
En el foso de la miseria, Sánchez y sus aliados se unirán a otros villanos históricos: dictadores caídos, regímenes corruptos y figuras que traicionaron a su pueblo. Esta metáfora escatológica subraya la inevitabilidad del juicio histórico. España, con su rica tradición de resiliencia —desde la Transición democrática hasta la superación de crisis económicas—, resurgirá fortalecida porque la corrupción no perdura y la pasividad es tan culpable como la acción maliciosa.
La estruendosa y a la vez esperanzadora caída del sanchismo no es una profecía apocalíptica; es un llamado a la reflexión, a recordar que la historia es implacable con los abusadores del poder.
Si Sánchez y sus cómplices caen, no será por casualidad, sino por el peso acumulado de sus errores. España merece un futuro sin las sombras del pasado y esta caída podría ser el primer paso hacia esa luz.
Francisco Rubiales
Esta corriente parece destinada a un final ignominioso. El sanchismo, una vez que pierda el control del poder, se hundirá en la gran letrina de la Historia, ese vertedero simbólico donde terminan los partidos, instituciones y personajes que han traicionado el bien común y a sus naciones y pueblos.
Esta predicción no solo apunta al líder socialista, sino también a una red extensa de cómplices que, por acción u omisión, han contribuido al "drama español".
El Sanchismo es un régimen bajo escrutinio, sinónimo de un gobierno marcado por los escándalos.
Cuando el ciclo político cambie —y la historia nos enseña que ningún régimen es eterno—, este capítulo oscuro se cerrará con un estruendo, arrastrando a Sánchez al foso de los olvidados. Pero la caída no será solitaria. Sus cómplices compartirán el mismo destino, culpables por haber acompañado al corrupto en sus abusos y tropelías, o por no haber actuado cuando era su deber defender a España de sus enemigos internos.
En un sistema democrático, la responsabilidad no recae solo en el líder, sino en todos aquellos que lo sostienen. Los cómplices se sentarán en el banquillo de la Historia.
La lista de implicados es extensa y abarca todos los estratos de la sociedad española. En primer lugar, se señala al Rey Felipe VI, cuya figura constitucional debería encarnar la neutralidad y la defensa del Estado, pero que ha contemplado el desastre sanchista con una pasividad inexplicable. Los altos mandos de las Fuerzas Armadas y de seguridad, guardianes tradicionales de la soberanía nacional, también figuran en este inventario de cobardes, acusados de no haber alzado la voz contra políticas que debilitan la unidad y la decencia del país. No escapan los militantes socialistas y los votantes de izquierda, quienes han respaldado un proyecto destructivo, los socios del gobierno, donde figuran totalitarios comunistas, ex terroristas de ETA y partidos golpistas e independentistas vascos y catalanes, los empresarios que han hecho negocios con el poder corrupto, beneficiándose de contratos dudosos y favores políticos y los periodistas y portavoces "lameculos" —aquellos que, en lugar de fiscalizar, han alabado al régimen— completan el cuadro, junto con una larga lista de personas sucias que han preferido la comodidad a la confrontación y el disfrute del poder al servicio al pueblo.
La historia juzga no solo a los tiranos, sino a los que les permitieron reinar, a los que, por omisión o participación, contribuyeron al "desastre sanchista", priorizando beneficios personales sobre el bien común.
Esa caída será una bendición para España, un camino hacia la redención, un momento de purga que abrirá las puertas a un futuro mejor, libre de los corruptos y delincuentes que han convertido el Estado en su feudo personal.
Imagínese un país renovado, donde las instituciones recuperen su integridad, los líderes respondan ante la ley y la sociedad civil se levante contra la impunidad.
En el foso de la miseria, Sánchez y sus aliados se unirán a otros villanos históricos: dictadores caídos, regímenes corruptos y figuras que traicionaron a su pueblo. Esta metáfora escatológica subraya la inevitabilidad del juicio histórico. España, con su rica tradición de resiliencia —desde la Transición democrática hasta la superación de crisis económicas—, resurgirá fortalecida porque la corrupción no perdura y la pasividad es tan culpable como la acción maliciosa.
La estruendosa y a la vez esperanzadora caída del sanchismo no es una profecía apocalíptica; es un llamado a la reflexión, a recordar que la historia es implacable con los abusadores del poder.
Si Sánchez y sus cómplices caen, no será por casualidad, sino por el peso acumulado de sus errores. España merece un futuro sin las sombras del pasado y esta caída podría ser el primer paso hacia esa luz.
Francisco Rubiales