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Lecciones de Italia: es probable que seamos 'gilipollas'





Berlusconi ya ha dimitido y el camino está libre para que Prodi, vencedor por escasos puntos, forme gobierno en Italia. Sin embargo, las recientes elecciones generales italianas exigen una reflexión profunda de los demócratas y la respuesta a una pregunta crucial: ¿somos realmente gilipollas por seguir votando a partidos políticos que no sólo no merecen nuestro voto, sino tampoco nuestro respeto?

Los seguidores italianos de Romano Prodi lucieron una camisetas con la leyenda "Soy un gilipollas" (coglione), mientras que los del cavaliere millonario Berlusconi gritaban eufóricos "un bote, dos botes, comunista el que no bote". La campaña electoral italiana fue un desastre, sin grandes ideas, sin propuestas atrayentes, sin un gramo de ilusión en uno y otro programa.

Tras la votación, después de demasiadas horas de dudas acerca de quienes habían vencido, al final lo hizo Prodi, por algunas décimas, mientras que Berlusconi afirmaba que "hubo fraude" y que los resultados "deben cambiar".

Ante el triste espectáculo que los partidos ofrecieron en la campaña, cualquier ciudadano inteligente habría dejado de acudir a las urnas, tras sentir asco frente a un sistema que obligaba a elegir, para dirigir la orgullosa Italia de Dante, Petracra, el Renacimiento y Garibaldi, entre payasos y gilipollas, o entre un "multimillonario", rey de la televisión, como Berlusconi, y un "profesor" que cuando presidió la Unión Europea la dejó enferma de tristeza y de parálisis, como Prodi.

Lo que nadie entiende tampoco es por qué, en esas circunstancias degradantes para la democracia, han acudido a votar más italianos que en las anteriores elecciones, nada menos que un 83 por ciento, casi un record europeo.

Lo de Italia quizás sea el triunfo del "coglione" frente a la razón o el de la democracia degradada sobre la dignidad democrática. De otra manera no se explica que gente tan inteligente e imaguinativa como los italianos caigan en la trampa del bipartidismo feroz y actúen ante las urnas como si las elecciones fueran un "derby" entre el Milan y el Inter, o entre la Roma y el Lazio. Cada cual corre hacia las urnas para defender con furia a su devaluado e impresentable candidato. ¡Lástima de Italia!

Cuando se les pregunta en las encuestas a los italianos (y también a los españoles y a casi todos los ciudadanos de paises democráticos) qué opinan de los partidos políticos y los gobiernos, la respuesta, cada año, es más negativa: "corruptos, ineficientes y alejados de los intereses de la ciudadanía".

Pero después llegan las elecciones y ¡todos a votar!, sin que nadie parezca darse cuenta que ese voto es el que mantiene vivo al sistema corrupto, ineficiente y elejado del ciudadano, que ellos mismos critican. Porque mientras votemos, o mientras queramos vengarnos de un mal gobierno votando al partido contrario, mantenemos vivo el sistema e inyectamos energía a esos partidos ineptos y acaparadores de poder y privilegios.

Cuando el ciudadano vota, todos los partidos ganan. Gana el vencedor, que ocupa el gobierno y accede a las arcas del Estado y a sus fabulosos recursos: seguridad, policía, dinero, servicios secretos, coches, secretarias, ostentación, empleos y cientos de privilegios más. Pero gana también el que pierde, que va a la oposición, donde también hay coches oficiales, dinero público, poder, cuotas, influencia y no pocos privilegios y ventajas que serían el sueño de cualquier trabajador o empleado marginado de la política.

La única solución para acabar con la ineficacia de los gobernantes y con la democracia devaluada sólo es una: abstenerse o, mejor, votar en blanco. Es la única manera de demostrar la rebeldía de los demócratas ante la degradación de la democracia.

Salvo que tengan razón los que portan en sus camisetas la leyenda "Soy un gilipollas".



Franky  
Miércoles, 3 de Mayo 2006
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