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La televisión, llena de policías del pensamiento, figura entre los grandes enemigos de España y los culpables de su degradación



Hoy es, probablemente, el día más saludable del año para los españoles, pero no sólo porque celebremos el nacimiento del niño Dios, sino porque dejaremos de ver la televisión durante horas, mientras preparamos la cena de Nochebuena y conversamos con familiares y amigos en torno a la mesa. La televisión esparce en España tanta miseria y podredumbre esclava que un día sin televisión representa un gran avance colectivo en regeneración y valores.

Algún día, en esta España degradada, el dedo justo de la Historia señalará a la televisión como la gran culpable, junto con la clase política, los jueces y los periodistas, del profundo deterioro que sufre España. Ser político, juez, fiscal o periodista conlleva hoy en España ser señalado por la gente más decente y preparada como traidores a la democracia y a España por su labor pervertida en la sociedad, ajena por completo a la virtud y aliada con la injusticia y los muchos vicios que practica el poder.

La televisión es, con toda seguridad, el medio mas traidor, rastrero y pervertido. Oculta verdades, se somete al poder a cambio de dinero público, miente, engaña, tergiversa y priva a los ciudadanos de su fundamental derecho a ser informado, vital para la democracia.

Los avaros insaciables, los políticos desalmados, los canallas, los mercenarios y los policías del pensamiento se han hecho con el control de las televisiones españolas, convertidas, con el apoyo de los grandes partidos y de sus cómplices nacionalistas, en fábricas de imbéciles y de borregos sin libertad ni criterio, fáciles de manipular, como les gusta a los poderosos.
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Conversar, compartir mesa y mirarse a los ojos sin mirar la televisión son tareas regeneradoras que pueden salvar a España del cataclismo hacia el que avanzamos, guiados por los malditos políticos
El periodista Cristian Campos, como motivo de la publicación de su libro "La anomalía catalana", profundamente antinacionalista, ha declarado que "Las televisiones son un nido de matones del progresismo", reflejando así un sentimiento generalizado entre los españoles más cultos, decentes y demócratas, en muchos de cuyos hogares determinadas cadenas nunca se sintonizan por razones de salud mental y para evitar ser esclavizados.

La condena de Cristian no es a unas televisiones concretas, sino a todas las cadenas, sin excepción, a las que considera incumplidoras del deber de informar y de ser limpias y decentes en sus programas, siempre al servicio de poderes y de partidos políticos, con periodistas y profesionales que han renunciado a su misión de informar con veracidad y se han entregado al poder, convirtiéndose en policía del pensamiento y simples agitadores de masas, al servicio de partidos que suelen tener el alma infectada de totalitarismo.

La distancia que separa a un verdadero periodista de otro que hace las veces de un agitador de masas al servicio de un partido o de un policía del pensamiento adscrito a determinado partido o poder es abismal. El periodista siente que está obligado en democracia a servir a la verdad y a informar con objetividad e independencia, mientras que el agitador y el policía participan, de manera activa, en esa nauseabunda confabulación que une a los partidos, a los políticos y a los periodistas contra el ciudadano, precisamente para engañarlo e impedirle que conozca verdades que pondrían en peligro los votos a partidos que merecen mucho más estar entre rejas que en los telediarios.

El protagonismo y la culpa de los periodistas en el desastre de España es ya una verdad asumida por los expertos, analistas e historiadores. El periodismo español, salvo excepciones muy honrosas, se ha hecho mercenario y se ha entregado al servicio de los partidos políticos y los grandes intereses, abandonando al pueblo a su suerte y privando a los ciudadanos de su democrático derecho a ser informados con veracidad e independencia. En lugar de proporcionales la información que necesitan para que adopten las decisiones correctas, los periodistas engañan, mienten, tergiversan y ocultan verdades molestas para que sus amos, generalmente partidos políticos, sigan gobernando o disfrutando de los muchos privilegios que se han auto otorgado, todo pagado con lo que Hacienda recauda con sus impuestos injustos y abusivos.

En mi libro "Periodistas Sometidos" (Almuzara 2009) queda perfectamente diseccionado el periodista traidor a la pueblo y a su profesión, todo un miserable que cobra dinero o busca medrar a cambio de mentir y engañar. Ignoran que "La rebeldía frente al poder es una condición indispensable para ser periodista" y que "No hay un sólo caso de periodista esclavo que sea reconocido por la Historia, del mismo modo que tampoco merecen el recuerdo los militares cobardes y los médicos al servicio de la muerte. Que quede claro que los periodistas sometidos al poder sólo pueden esperar poder y dinero, pero nunca reconocimiento, honor o respeto".

Cuando el periodista traidor y vendido opera en una televisión, su servicio a la bajeza y el deshonor es todavía mayor porque las televisiones poseen un poder especial y una diabólica capacidad para engañar, adoctrinar e influir, capacidades que los partidos políticos y otros grandes poderes aprovechan para envilecer a los pueblos y convertirlos en rebaños torpes de imbéciles asustados, que suelen votar a los mas sinvergüenzas y buscan siempre refugio y protección precisamente en esos mismos poderes que constituyen el núcleo de la bajeza y de las peores mafias del país.

Cristian Campos, columnista de "El Español", describe magistralmente el estado de perversión y traición que han alcanzado los periodistas al servicio del nacionalismo, de los que dicen que colaboran con la persecución y acoso de los que hablan español y aman a España en Cataluña y con todo el que se resiste al dominio abusivo de los nacionalistas. "En Cataluña no existe el periodismo. El periodismo catalán no ha publicado jamás ningún caso de corrupción que haya afectado al nacionalismo". Sin duda, los periodistas catalanes ocupan la triste vanguardia de la podredumbre y la bajeza de una profesión llena de traidores que han abandonado la verdad y la decencia para cobrar como policías del pensamiento al servicio de diversas formas de totalitarismo.

Francisco Rubiales

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Martes, 24 de Diciembre 2019
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