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La izquierda española, envejecida, pierde el norte





El inesperado desgaste prematuro que experimenta el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero y el claro declive, nacional e internacional, de su prestigio e imagen no son producto de un desastre externo como aquella explosión terrorista del 11 M de 2004, que expulsó del poder al partido de José María Aznar, ni el resultado de sus numerosos y evidentes errores, sino la consecuencia directa de algo mucho más grave y profundo: la pérdida del norte por parte de una izquierda española desideologizada, a la que ya sólo le funcionan recursos como el lenguaje, los mitos y los trucos politiqueros.

La sociedad española se ha hecho rica y conservadora en lo últimos años, cambiando sus valores, aspiraciones y sueños, sin que el PSOE se haya dado cuenta. La mayoría de los dirigentes y gurús del socialismo siguen estancados en una España que ya no existe: reivindicativa, politizada, radicalizada, sindicalista y obsesionada con un Estado protector y benefactor. Si el socialismo español llegara a sucumbir un día, caería por las mismas razones que cayó el comunismo soviético: porque los burócratas del Kremlin seguían gobernando y legislando para un pueblo de obreros y campesinos que ya había dejado de existir hacía muchos años.

A los socialistas de Zapatero, faltos de ideas y de capacidad de entusiasmar, tan desideologizados que procuran que los empresarios ganen con ellos más dinero que con la derecha en el poder, han pactado hasta con sus adversarios naturales, que son los nacionalistas insolidarios, sin otro objetivo que el control del poder. Sólo les sigue funcionando, aunque a duras penas, el lenguaje, herramienta brillante que manejaron con extraordinaria eficacia en tiempos de Felipe González, cuando convirtieron en triunfadoras puntas de lanza términos como “Progreso”, “Futuro”, “Democracia”, “Libertad”, “Igualdad” y “Estado de Bienestar”.

Muchos de los españoles de hoy, sobre todo los más cultos, aunque los socialistas se resistan a admitirlo, no creen ya en las promesas de los políticos y están interesados en otros conceptos que la izquierda ignora y que ni siquiera puede asumir en su “cosmogonía”, como son la “Unidad”, la "Prósperidad", el "Esfuerzo", el “Prestigio Internacional”, la “Patria Común”, los “Derechos Individuales”, la “Seguridad” y la “Democracia Avanzada”.

También les sigue funcionando el "Antiamericanismo", un patrimonio indiscutible de la izquierda que en el pasado ofreció muchos réditos políticos. Aunque a los españoles que han cursado estudios les gusta ser ciudadanos de un país respetado y ser razonablemente amigos de los poderosos del mundo, el antiamericanismo continua proporcionando votos y sigue afincado en las clases más incultas, donde se concentran cada vez más los caladeros electorales socialistas.

Muchos sociólogos creen que la izquierda, después del hundimiento del mundo soviético, está políticamente sin ideas y aletargada, manteniéndose sólo gracias a sus eficientes estructuras de partido, influídas por el viejo leninismo y bien entrenadas para acaparar y retener el poder.

Nadie tiene mayor interés en que exista un mundo fanatizado, dividido en derechas e izquierdas, que los políticos, que obtienen de ese enfrentamiento los votos que le llevan al poder y odios que sustentan sus privilegios.

La utilización del lenguaje radical está llevando a España a una división peligrosa entre unas masas incultas, cada día más politizadas y fanatizadas, y la otra mitad, integrada por los mejor preparados y cultos, sean de derechas o de izquierdas, cuyo desprecio por la política no deja de crecer.

A muchos ciudadanos ya les parece inelegante y maleducado hablar de política. En España está ocurriendo ya como ocurre en Alemania, Gran Bretaña e Italia desde hace una década: está tan mal visto y es considerado una falta de tacto hablar de política en las reuniones y comidas de ambientes cultos, universitarios y empresariales.

La parte más culta de la población se siente “sometida” por unos políticos, tanto de derechas como de izquierdas, que han ocupado el poder basándose en los votos de la parte menos culta y fanatizada de la sociedad o utilizando trucos y engaños para manipular la realidad y llenar las urnas de votos. El fanatismo y la radicalización de los votantes están siendo cultivados conscientemente desde los partidos políticos, lo que constituye todo un atentado contra el progreso y la cultura cívica.

La sociedad va claramente por delante de los atrofiados políticos. En Francia, sólo porque los ciudadanos lo exigen con vehemencia, los políticos están reconociendo ahora al pueblo dos derechos que estaban amparados por la Constitución (también en España): el derecho a una vivienda digna y el derecho a controlar la política.

En la España de Zapatero, el declive de la política y el divorcio entre políticos y sociedad es preocupante y avanza a un ritmo de vértigo. Cada día es más evidente que los ciudadanos y los políticos emiten en distinta frecuencia y utilizan códigos diferentes. Los ciudadanos desean unidad y le dan nacionalismo disgregador; quieren políticos que cooperen en torno al bien común y reciben trifulca bochornosa; quieren el verdadero progreso, basado en mejores servicios comunitarios y en el esfuerzo colectivo, que genera mejor nivel de vida, pero le dan a cambio un cóctel semántico en el que conviven los servicios ineficientes, la debilidad, una indefinida cultura multiétnica y un afán recaudatorio y de acumulación constante de poder político. Cuando demanda una educación competitiva, una recuperación de los valores, un incremento de la seguridad en las calles y un nuevo sentido de patria común, recibe a cambio una educación que se encuentra en la cola de Europa, sobredosis de relativismo, bandas armadas y entrenadas que acosan a ciudadanos-víctimas indefensos y una patria llena de grietas que amenaza cada día con saltar por los aires.

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Franky  
Miércoles, 11 de Julio 2007
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