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La investidura de Sánchez: mediocridad, decepción y cruzada anti Rajoy



El discurso de investidura de Pedro Sánchez fue un ejercicio de mediocridad, indefinición y odio a Rajoy. En realidad no fue el discurso de un candidato a presidir el futuro gobierno, sino el de un político que lucha por no perder su liderazgo en la izquierda, que se dirigía no al pueblo español, que no cuenta ni decide, sino a una lamentable clase política española que es incapaz de anteponer los valores a los vicios y el amor a España a sus ruines egoísmos, corrupciones y miserias.
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Sanchez lanzó al aire una amalgama confusa de propuestas e ideas que combinaba el contenido del pacto firmado con Ciudadanos con guiños a la izquierda y un odio a la derecha de Rajoy que él considera como su mejor baza para auparse hasta la presidencia.

Ante la imposibilidad de contentar al mismo tiempo a sus aliados de Ciudadanos y a la izquierda radical, cuyos votos necesita, utilizó el odio a la derecha y la cruzada contra Rajoy para ganarse a Podemos.

Algunos dicen que vendía humo y otros que quiere convertir la investidura en un plebiscito entre él y Rajoy, pero lo único cierto es que el discurso no movió lo que es inamovible y todo indica que perderá la investidura porque sus ideas y propuestas, aunque moderadas y regeneradoras, no son lo bastante atractivas para derrotar el egoísmo, la miseria y la ambición de sus colegas políticos.

El único camino que tenía para vencer lo desaprovechó. Consistía en dirigirse al pueblo y apelar al poder de los ciudadanos lanzándoles un discurso de promesas regeneradoras auténticas y de medidas que garantizaran la justicia y el resurgir de España como nación democrática y decente. Con ese discurso, que habría sido acogido con entusiasmo por el pueblo y abrazado por la ciudadanía, habría dejado en evidencia la profunda miseria de sus colegas políticos y el inexplicable y antidemocrático divorcio de los partidos políticos con los ciudadanos.

Pero lo único que logró el discurso de Sánchez fue centrar la política española y definirla con mayor claridad ante los ojos de los ciudadanos, por si se convocaran, como parece probable, nuevas elecciones, ocupando el centro del espectro, junto con Ciudadanos, y empujando hacia los extremos a la izquierda montaraz de Podemos y a la derecha aislada y desprestigiada de Rajoy.

Nada nuevo ni digno de ser resaltado en un análisis periodístico libre y democrático, salvo la inmensa mediocridad y la pobreza intelectual y moral que envuelve a la clase política española, incapaz de entusiasmar, de unirse por el bien de España y de afrontar con solvencia y decisión los verdaderos problemas de los ciudadanos.

Todo fue y será mediocre en la investidura y nadie dirá otra cosa que las mentiras y sandeces esperadas. La derecha dirá que le corresponde gobernar por haber ganado las elecciones, pero ocultará que ha perdido mas de tres millones de votos y que está tristemente desprestigiada y aislada, sin capacidad de dialogar con nadie, ni siquiera con la mayoría de sus votantes históricos y antiguos aliados. La izquierda dirá que España necesita un cambio de progreso, ocultando, como siempre, que detrás del concepto "Progreso" se esconden las peores amenazas: mas gasto público, mas Estado, mas autoritarismo, mas políticos, mas partidos, menos democracia y mas avance hacia lo que la izquierda radical sabe hacer mejor: generar pobreza y escasez de libertad. Los catalanes y vascos dirán que "no" porque no les empujan hacia la independencia, reflejando sin rubor su obsesión independentista, que anteponen a los verdaderos problemas de la sociedad e imponen a mas de la mitad de su población, a la que marginan, desprecian y hasta llegan a presionar y oprimir. Los demás partidos presentes, sin fuerza y sin que sus votos sean decisivos, dirán las pamplinas habituales, que nadie escuchará.

La clase política ofreciendo el lamentable espectáculo de su mediocridad, de su escasez democrática, de su corrupción intrínseca, de su lejanía del pueblo, de su adhesión al privilegio, de su egoísmo nauseabundo, de su incapacidad para ilusionar y de su desinterés por entender la política como debería ser en democracia: un servicio generoso y desinteresado a la ciudadanía y al bien común.

La masa de españoles decepcionados crece y la de ciudadanos aburridos con esta política también. Si esos sentimientos se transformaran en protesta ante las urnas, ya sea mediante la abstención consciente o inundando las elecciones con papeletas en blanco y anuladas, la pobre y sucia política de los partidos resultaría humillada y la España que quiere renacer y que exige regeneración resultaría triunfadora, con aplastante mayoría absoluta.

Pero esa esperanza de rechazo a la vulgaridad y a la pobreza moral y profesional de la casta es sólo un sueño porque al final, millones de ciudadanos sucumben a la tentación de apoyar al menos malo o al partido suyo de siempre, mas para fastidiar al contrario que para construir país y decencia.


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Miércoles, 2 de Marzo 2016
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