Luchar contra Franco era fácil y hermoso porque nos enfrentábamos a una dictadura repudiada por la comunidad internacional, pero luchar contra Zapatero es mucho más difícil y complejo. Aunque enfrentarse a Zapatero significa, en realidad, combatir un sistema antidemocrático y profundamente injusto, la dificultad principal se centra en que, al ser España una democracia reconocida como tal por la comunidad mundial, hay que demostrar primero que su gobierno es injusto, dañino para el ciudadano e indigno de ser considerado democrático.
La lucha contra el sistema político actual en España tiene dos ámbitos: el primero consiste en demostrar que España no es una democracia y el segundo debe demostrar que el sistema y los gobiernos que lo gestionan son dañinos para el ciudadano, injustos, incapaces de solucionar los grandes problemas del país y basados en el engaño, la mentira y la manipulación.
Aunque compleja y difícil, la lucha por desenmascarar la actual democracia española y demostrar su perversión es tan lícita como obligada para cualquier español decente e informado que haya descubierto que no existe un sólo gramo de democracia en el actual sistema polítiico español, transformado en una vil oligocracia de partidos que no respeta ni una sóla de las reglas y normas que regulan las democracias.
Por fortuna, desenmascarar la perversión del sistema en España es fácil porque sus grietas son enormes y porque su hedor le delata a distancia. El problema es que aquellos que viven del poder y gozan de sus privilegios utilizan todos los recursos del Estado en disfrazar la realidad con mentiras y engaños, consiguiendo que buena parte de la sociedad funcione anestesiada, sin criterios libres y objetivos, manipulada y envilecida desde el mismo poder que, en democracia, está obligado a mejorar la sociedad y conducirla hacia la felicidad.
En España no existe la separación de poderes porque tanto el Judicial como el Legislativo están sometidos al Ejecutivo y a los partidos políticos, que, sin el menor rubor, con descaro y desvergüenza, se atreven a nombrar magistrados en los altos tribunales del Estado. Tampoco existen elecciones libres porque son los partidos y no los ciudadanos los que eligen al realizar esas listas cerradas y bloqueadas ante las que el ciudadano sólo puede decir "sí" o "no", sin reformarlas, alterarlas o elegir a los mejores.
No existe en el Parlamento nada más que sometimiento a los partidos, no a los ciudadanos. No hay en las Cortes sitio para la conciencia porque votar en conciencia está prohibido. Ni siquiera hay libertad de expresión porque el diputado sólo puede hablar cuando le dan permiso y debe hacerlo siempre defendiendo lo que interesa a su partido.
El alma de la democracia es la confianza y el cuerpo es la satisfacción del ciudadano. Sin confianza en los dirigentes y sin que el ciudadano se sienta satisfecho ante el liderazgo y la gestión del poder, la democracia carece de alma y cuerpo, es una quimera y el poder se torna tiránico. En España, las encuestas hablan de sólo un 5 por ciento de ciudadanos satisfechos, de más de un 80 por ciento de los ciudadanos que desconfían del gobierno y de su capacidad para gestionar la crisis, mientras que los políticos aparecen en esas encuestas como el tercer gran problema del país, por encima del terrorismo o del caos migratorio.
Si a todo esto se añade la violación de otras reglas de la democracia como la lucha contra la corrupción, la defensa de los valores fundamentales y derechos humanos desde el poder político, la existencia de una sociedad civil fuerte e independiente que sirva de contrapeso al poder, la separación de poderes, la existencia de una prensa libre y crítica, capaz de fiscalizar a los poderes y el imperio de una ley igual para todos, queda demostrado, por encima de toda duda, que en España la democracia es una estafa y una auténtica quimera.
Una vez demostrado que el España no es una democracia, sólo queda demostrar que el sistema vigente es dañino tanto para el ciudadano como para el bien común.
La mejor manera de lograrlo es analizar el balance y los "logros" de "la casta "política que gobierna y de la falsa democracia imperante, bajo cuyo dominio España es hoy un país injusto y fracasado que tiene como mascarón de proa sus cinco millones de desempleados, sus ocho millones largos de pobres y un rostro político agrio marcado por el endeudamiento público, una casta política desprestigiada e infectada por la corrupción, un Estado que ha crecido tanto que se ha hecho insostenible y una sociedad azotada por el avance de la división territorial, el independentismo, la violencia, la inseguridad y el rechazo cívico a políticas impuestas desde el poder en contra de la voluntad de las mayorías.
Por si fuera insuficiente, para demostrar el carácter dañino del poder político basta analizar los records y posicionamientos de España en el ranking mundial, donde ocupa puestos de cabeza sólo en miserias y dramas tan despreciables como el alcholismo, la prostitución, la trata de blancas, el desempleo, el avance de la pobreza, el auge de las bandas de delincuentes, que han encontrado en España el paraíso para sus operaciones delictivas, el fracaso escolar, la baja calidad de la enseñanza, el amiguismo y el enchufismo en las administraciones, la mentira entronizada en el corazón del poder, el urbanismo aberrante, el avance de la corrupción, la densidad de coches oficiales, el desprestigio de su clase política, la densidad de la población encarcelada y otras decenas de dramas y carencias que demuestran hasta la saciedad que el poder político es un fracaso y que es intensamente dañino para la salud y decencia.
La lucha contra el sistema político actual en España tiene dos ámbitos: el primero consiste en demostrar que España no es una democracia y el segundo debe demostrar que el sistema y los gobiernos que lo gestionan son dañinos para el ciudadano, injustos, incapaces de solucionar los grandes problemas del país y basados en el engaño, la mentira y la manipulación.
Aunque compleja y difícil, la lucha por desenmascarar la actual democracia española y demostrar su perversión es tan lícita como obligada para cualquier español decente e informado que haya descubierto que no existe un sólo gramo de democracia en el actual sistema polítiico español, transformado en una vil oligocracia de partidos que no respeta ni una sóla de las reglas y normas que regulan las democracias.
Por fortuna, desenmascarar la perversión del sistema en España es fácil porque sus grietas son enormes y porque su hedor le delata a distancia. El problema es que aquellos que viven del poder y gozan de sus privilegios utilizan todos los recursos del Estado en disfrazar la realidad con mentiras y engaños, consiguiendo que buena parte de la sociedad funcione anestesiada, sin criterios libres y objetivos, manipulada y envilecida desde el mismo poder que, en democracia, está obligado a mejorar la sociedad y conducirla hacia la felicidad.
En España no existe la separación de poderes porque tanto el Judicial como el Legislativo están sometidos al Ejecutivo y a los partidos políticos, que, sin el menor rubor, con descaro y desvergüenza, se atreven a nombrar magistrados en los altos tribunales del Estado. Tampoco existen elecciones libres porque son los partidos y no los ciudadanos los que eligen al realizar esas listas cerradas y bloqueadas ante las que el ciudadano sólo puede decir "sí" o "no", sin reformarlas, alterarlas o elegir a los mejores.
No existe en el Parlamento nada más que sometimiento a los partidos, no a los ciudadanos. No hay en las Cortes sitio para la conciencia porque votar en conciencia está prohibido. Ni siquiera hay libertad de expresión porque el diputado sólo puede hablar cuando le dan permiso y debe hacerlo siempre defendiendo lo que interesa a su partido.
El alma de la democracia es la confianza y el cuerpo es la satisfacción del ciudadano. Sin confianza en los dirigentes y sin que el ciudadano se sienta satisfecho ante el liderazgo y la gestión del poder, la democracia carece de alma y cuerpo, es una quimera y el poder se torna tiránico. En España, las encuestas hablan de sólo un 5 por ciento de ciudadanos satisfechos, de más de un 80 por ciento de los ciudadanos que desconfían del gobierno y de su capacidad para gestionar la crisis, mientras que los políticos aparecen en esas encuestas como el tercer gran problema del país, por encima del terrorismo o del caos migratorio.
Si a todo esto se añade la violación de otras reglas de la democracia como la lucha contra la corrupción, la defensa de los valores fundamentales y derechos humanos desde el poder político, la existencia de una sociedad civil fuerte e independiente que sirva de contrapeso al poder, la separación de poderes, la existencia de una prensa libre y crítica, capaz de fiscalizar a los poderes y el imperio de una ley igual para todos, queda demostrado, por encima de toda duda, que en España la democracia es una estafa y una auténtica quimera.
Una vez demostrado que el España no es una democracia, sólo queda demostrar que el sistema vigente es dañino tanto para el ciudadano como para el bien común.
La mejor manera de lograrlo es analizar el balance y los "logros" de "la casta "política que gobierna y de la falsa democracia imperante, bajo cuyo dominio España es hoy un país injusto y fracasado que tiene como mascarón de proa sus cinco millones de desempleados, sus ocho millones largos de pobres y un rostro político agrio marcado por el endeudamiento público, una casta política desprestigiada e infectada por la corrupción, un Estado que ha crecido tanto que se ha hecho insostenible y una sociedad azotada por el avance de la división territorial, el independentismo, la violencia, la inseguridad y el rechazo cívico a políticas impuestas desde el poder en contra de la voluntad de las mayorías.
Por si fuera insuficiente, para demostrar el carácter dañino del poder político basta analizar los records y posicionamientos de España en el ranking mundial, donde ocupa puestos de cabeza sólo en miserias y dramas tan despreciables como el alcholismo, la prostitución, la trata de blancas, el desempleo, el avance de la pobreza, el auge de las bandas de delincuentes, que han encontrado en España el paraíso para sus operaciones delictivas, el fracaso escolar, la baja calidad de la enseñanza, el amiguismo y el enchufismo en las administraciones, la mentira entronizada en el corazón del poder, el urbanismo aberrante, el avance de la corrupción, la densidad de coches oficiales, el desprestigio de su clase política, la densidad de la población encarcelada y otras decenas de dramas y carencias que demuestran hasta la saciedad que el poder político es un fracaso y que es intensamente dañino para la salud y decencia.