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La derrota de Mariano Rajoy fue humillante



Él dice que no es el culpable de la derrota de su partido frente al PSOE de Zapatero. Dice también que su derrota es relativa porque ha ganado votos con respecto a las elecciones anteriores. Sin embargo, la verdad es que su derrota ha sido humillante, la más vergonzosa desde que recuperamos la democracia.
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Mariano Rajoy se niega a reconocer que él es el causante de la derrota de su partido frente al PSOE de Zapatero y ha decidido seguir cuatro años más al frente de la oposición, pero los simples datos indican precisamente lo contrario, que su escaso atractivo personal y su política errónea le impidieron alcanzar una victoria que, según las matemáticas electorales, tenía que haber sido fácil, clara y consistente.

Basta sumar todas las fuerzas que, en teoría, deberían haber apoyado a Rajoy para descubrir que era casi imposible que perdiera frente al mediocre de Zapatero, cuya victoria es sorprendente si se tienen en cuenta factores como su mal gobierno, sus errores, el retroceso de la economía, la cohesión territorial y la calidad de la democracia durante su mandato y la hostilidad de los muchos colectivos que humilló desde el poder y que clamaban venganza.

A Rajoy tenían que haberle votado la enorme y fiel base electoral del Partido Popular, una masa de votos que los expertos cifran en unos diez millones, a los que habría que añadir gran parte de los votos de los católicos practicantes españoles, que suman más de doce millones, los cuales, espoleados por la jerarquía eclesiástica y heridos por la fe laicista de Zapatero, deberían haber apoyado en masa al PP.

Aunque ya con esos dos colectivos a su favor debería haber ganado las elecciones, a Rajoy le apoyaban, en teoría, muchos más, entre ellos el casi millón y medio de damnificados de AFINSA y Furum Filatélico, cabreados hasta el tuétano con el gobierno de Zapatero, las víctimas del canon digital y los enemigos de la odiada SGAE, calculados en más de dos millones de votantes, las victimas del terrorismo y sus familiares y amigos, las víctimas de Gescartera, también cabreadas con un gobierno que no hizo nada por ellos, los cazadores, acosados por el gobierno socialista, buena parte de los agricultores, a los que la política nefasta del gobierno convirtió en adversarios de Zapatero, y los cientos de miles de damnificados que siempre deja el poder en la cuneta, heridos o cabreados por los fallos judiciales, la escasa calidad de los servicios públicos, los errores de la burocracia, etc.

Si se tiene en cuenta que la política de Rajoy consistió, precisamente, en alimentar la bronca y el descontento con el gobierno para recoger esos votos, su derrota resulta inexplicable. Si le hubieran votado nada más que la mitad de los damnificados por el gobierno, habría obtenido mayoría absuluta.

Sin embargo, ante la sorpresa de sus asesores, que estaban seguros de la victoria y que siguen sin entender cómo pudo perder Rajoy ante una ocasión tan favorable, fue derrotado tras obtener poco más de diez millones de votos, justo los que se consideran como los incondicionales de la derecha en España.

La conclusión es terrible: ni siquiera le votaron los que estaban obligados a votarle.

¿Qué ocurrió?

Pues ocurrió que la política personal de Rajoy fracasó, que él, como candidato, no supo ganarse ni siquiera el voto de los descontentos y cabreados con el poder, que eran legión, como lo demuestran las puras matemáticas.

La conclusión es tan clara como dura: Rajoy perdió frente a un gobernante mediocre y fracasado llamado Zapatero, que cometió durante su mandato errores terribles, que fracasó en su política estelar de negociación con ETA, que dio alas al nacionalismo más radical, que cabreó a los católicos, que ´humilló e indigno a las victimas del terrorismo y que se ganó enemigos en caso todos los ámbitos de la sociedad.

¿Como puede decir Rajoy ahora que no es culpable de la derrota de su partido, la más estruendosa y sociológicamente inesperada desde la recuperación de la democracia?

El análisis de Rajoy es erróneo y se basa, únicamente, en su deseo personal de seguir al frente de su partido, disfrutando de un poder que no ha sabido ganarse durante los cuatro años más fáciles de la moderna historia de España para un líder de la oposición.

La verdad pura y dura es que perdió cuando las circunstancias y las condiciones eran óptimas para la victoria.


   
Miércoles, 2 de Abril 2008
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