Colaboraciones

“LOS NEGROS Y EL PERRO”





Tres jóvenes negros profundos, auténticos ébanos de selva, arrancados del corazón de África, me los encontré cuando circundaba la Plaza de Toros de El Puerto de Santa María.. En verdad que no he visto nunca negros más negros que éstos. La cara y las manos le brillaban de negritud y llamaban la atención de todos los paseantes con los que se cruzaban. Iban hablando amigable y pacíficamente.

De pronto, apareció un hombre blanco con un perro, muy negro también, émulo de los tres jóvenes. No sé lo que se le infundió al ver a los tres negros profundos. Se escapó de su amo y se enfrentó a los jóvenes con unos ladridos insoportables cortándoles el camino. Los jóvenes no sabían qué hacer. Uno de ellos se dirigió al can con humor y le dijo:”¡Racista!”. Pero el chucho no se acoquinó hasta que llegó el amo y le dijo: “¿No te da vergüenza? ¡Si son tan negros como tú!”. Los negros le dirigieron una mirada despectiva y se fueron.

A muchos españoles les parece que todos los negros son iguales, que todos se dedican a la venta ambulante, que todos son incultos, que todos hablan la misma lengua, que todos tienen la misma hambre... No nos planteamos que detrás de cada rostro hay una persona, un nombre con apellidos, un continente con etnia distinta, un país con millones de habitantes, una familia con vínculos de siglos, unos problemas atávicos, unas ilusiones humanas, un corazón amante... Nos cuesta trabajo distinguir a un negro de otro, como si todos tuvieran la misma cara y las mismas facciones.

En la alameda de las Angustias de Jerez colocaban los inmigrantes negros su “mercaíllo”. Un día conocí a un negro poeta. Era del Senegal y me habló de Senghor, el político, escritor y poeta más espléndido del África Negra. Francia lo hizo miembro de la Real Academia y lo ha distinguido como uno de sus grandes valores. Los poetas africanos de la negritud constituyen uno de los grupos más inspirados de nuestro planeta. Pero los blancos apenas nos queremos enterar; si acaso, nos llama la atención su nivel de negritud, como al perro.

Sin embargo, el negro poeta me divisaba desde lejos y no me confundía con ningún otro blanco. Hablábamos de los poetas de la negritud y me recitaba algunos poemas. Sus ojos brillaban de humedad al ver a un blanco entusiasmado con los poemas de los negros. A mí me costaba trabajo distinguirlo a primera vista, pero conseguí diferenciar su fisonomía. Un día ya no volvió a montar su tenderete y me quedé triste, desairado, frustrado. No he vuelto a saber de él. Tal vez haya vuelto a su país, o haya cambiado su mercado jerezano por otro más productivo, o lo hayan expulsado por falta de papeles.

A los negros siempre los hemos tratado mal. Los primeros negros llegaban de África a través del Estrecho. Después, los acogíamos como a animales superiores de carga. Más tarde, Europa se repartió sus tierras africanas a cordel, como si fuera nuestra parcela. A continuación, hacíamos redadas de negros para convertirlos en esclavos de los colonos americanos. En los tiempos de las grandes armadas a remos, eran los forzados que morían a latigazos en las bodegas de las galeras. Ahora, los negros de músculos descomunales los empleamos para ganar competiciones de fútbol, de baloncesto, de atletismo...¿Y Obama? A Obama lo han domesticado los blancos.

JUAN LEIVA

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Viernes, 1 de Octubre 2010
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