Colaboraciones

LIBERTAD, VERDAD Y REALIDAD





La sociedad actual parece que ha caído en la cuenta de lo que al pronto no vio: que la crisis de 2008 no era sólo una crisis económica, una de esas purgas periódicas que tiene el capitalismo, para eliminar las toxicidades acumuladas y volver a nacer con más energía después, sino que también sufre una gran crisis social y cultural; ahí está el desencaje y el malestar que cunde por doquier; ahí está la pérdida de valores morales y tradicionales y añádase la grosería y la desvergüenza.

Algunos confunden deseo con verdad, y su verdad no coincide con la realidad. Han de decir adiós a sus planes y promesas radicales, porque una cosa es prometer la utopía y otra, muy lógica, no hallarla; es la ilusión de los duros a dos pesetas y otras zarandajas populistas y radicales. Se han sorprendido al comprobar lo poco que tiene que ver la realidad con el deseo. Y es que no basta con querer y desear y aceptar la austeridad, sino que precisan un cambio de mentalidad y un severo ejercicio de disciplina social.

La demagogia resulta útil para agitar, pero de poco sirve para gobernar la Nación, porque no encaja en el esqueleto inquebrantable del sistema; la gobernanza de las democracias no puede cuadrar con los prestidigitadores de la política.

Nuestros actos son voluntarios en cuanto los consideramos Libres y son voluntarios, cuando proceden de una libre decisión; de modo estricto, la libertad corresponde a las operaciones de la voluntad, es, pues, una propiedad de la facultad volitiva; por supuesto, tal propiedad, es negada por el determinismo. La Libertad, del latín libertas –ātis, es capacidad de pensar y obrar a voluntad, pero sujeta a un orden y normas superiores. Como curiosidad, la palabra freedom en inglés (libertad), proviene de una raíz indoeuropea que significa "amar"; la palabra de la misma lengua para decir miedo, afraid, viene de la misma raíz, usado como contraposición a libertad mediante el prefijo a por influencia del latín vulgar.

«Sartre afirma que hay verdades necesarias entre las que incluye una que es que el hombre está condenado a ser libre. La libertad implica la necesidad de elegir y, por tanto, de ser responsable de sus actos, una noción que choca contra el determinismo biológico que representan científicos tan ilustres como Reichard Dawkins. Él con otros alega que son los genes los que condicionan nuestra conducta y que las ideas son, en muchas ocasiones, proyecciones de nuestro afán de encontrar sentido a la realidad; por ejemplo, Dawkins apunta en El espejismo de Dios, un libro indispensable, que el origen de la religión está ligado a las condiciones de vida del hombre en el Paleolítico.

Sin entrar a fondo en este debate, yo me inclino a creer que, a pesar de nuestra herencia genética y cultural, somos libres de elegir entre el bien y el mal. He conocido personas que han optado por sacrificar su vida para ayudar a los demás. Y eso es una elección. La vida está llena de encrucijadas y estamos obligados a elegir; incluso cuando soportamos una adversidad como la muerte de un padre o la pérdida de un empleo, podemos elegir cómo afrontar esa desgracia. Lo esencial no es el sufrimiento o la alegría, que son circunstanciales, sino cómo somos capaces de sobrellevar lo que nos pasa; y ello siempre desde la perspectiva de que somos seres arrojados al mundo y cuya experiencia empieza y acaba en nosotros; no hay modelos, no hay normas que hagan llevadero el dolor; estamos condenados a inventarnos a nosotros mismos. Eso se llama libertad» (Pedro G. Cuartango en ABC).

La problemática de las cosas sobrepasa lo concreto, tiene mucho que ver con la realidad, o con la idea de lo real que se ha ido asentando en el sentir social; la gente se ha acostumbrado a tomar la realidad por algo tan inevitable, como inmutable; lo mismo le da que se hable de desequilibrios comerciales o financieros, de la inmigración o de desempleo juvenil, según parece se dejan sufrir, pues no arde la conciencia, nunca se puede hacer nada. La UE no anda decidida a reforzarse política y económicamente. Para tener una diplomacia fuerte y una cohesión estatal y colectiva, pero, la realidad indica que la historia sigue y que no vamos por la senda del bien; hay que sacudirse la tiranía del dinero, las desigualdades insistentes, los egoísmos nacionalistas y la coerción violenta y del odio. Hay que rehuir la realidad y siempre cambiarla.

C. Mudarra

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Viernes, 10 de Julio 2015
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